La Urbanización de América Prehispánica. Análisis y crítica de la obra de Gideon Sjoberg.

Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, N°24

Artículo publicado en el Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, Nº 24, páginas 11 a 14, correspondiente al mes de julio de 1979, en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela.

Durante el año 1976 y la primera mitad del 77, tuve la oportunidad de dictar los cursos de Teoría de la Arquitectura en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central del Ecuador, al igual que el de Antropología Urbana en el Departamento de Antropología de la Universidad Católica de Quito. Como actividad complementaria, organizamos con Alfonso Ortiz, profesor de Historia de la Arquitectura de la primera facultad citada, un seminario titulado «El proceso urbano en América prehispánica». En éste quisimos revisar la información existente al respecto, en función del sostenido auge que la arqueología y lo relacionado con lo prehispánico hay en ese país desde hace algunos años. Pensamos que mostrar las principales líneas de investigación y sus resultados en otros países latinoamericanos, puede servir de punto de partida para muchas buenas intenciones, que quizás de otra forma, o sea sin conocer los resultados de experiencias anteriores, podrían no llegar a concretarse.

Para dicho seminario se preparó este trabajo, como parte de una serie de ellos que revisaba posturas ideológicas frente al tema.

Esta pequeña revisión de la obra de Gideon Sjoberg, intenta estructurar una crítica a los planteamientos que este autor postula sobre antropología urbana. En ellos ha tratado en forma especial a las culturas prehispánicas. Esas publicaciones han gozado de una amplísima difusión en varios idiomas, particularmente el español, siendo utilizadas constantemente por profesores y alumnos de antropología y arquitectura, causando la formación de una concepción errónea del tema.

Creemos necesario replantearlo aquí tratando de reubicar a la América precolombina en su auténtico lugar, para que de una vez por todas deje de jugar un mero rol secundario en la historia de las estructuras urbanas de la humanidad.

Daniel Schávelzon
México, 1977

I. Prólogo

Es la intención de este trabajo analizar la obra sobre Antropología Urbana de Gideon Sjoberg, quien durante muchos años ha trabajado para la Universidad de Texas. Hemos tomado como base para el análisis su libro más conocido «The Preindustrial City», y su trabajo más divulgado en español, «Origen y Evolución de las Ciudades». Este último lleva a la fecha 8 ediciones en inglés y español, además de su original que se publicó en una revista de amplísima difusión mundial, como es Scientific American.

En ambos trabajos y en particular en el segundo, se hace una suscinta historia interpretativa del desarrollo urbano de la humanidad y de las diferentes formas en que éste se dio a través de la historia.

Si comenzamos con el análisis del último trabajo citado, debemos decir que el artículo, sintético y claro, presenta algunos datos e interpretaciones que quisiéramos discutir aquí, dado que consideramos que su interpretación sobre los asentamientos urbanos en América prehispánica, deja bastante mal paradas a las que sin duda fueron las grandes culturas del continente. Esta crítica considera fundamental la mayor exactitud posible en los datos que se utilizan, para poder a partir de ellos, realizar cualquier tipo de abstracción teórica, tratando que esos mismos mecanismos sean lo suficientemente amplios como para no caer en una interpretación histórica unilineal, adialéctica o reduccionista.

En primera instancia, Sjoberg plantea que en la historia urbana sólo podemos hallar tres grandes niveles de desarrollo, a través de los cuales se estructuró la evolución de las ciudades:

  1. la «sociedad popular», caracterizada por ser pre-urbana, pre-literaria y en especial por carecer de excedentes económicos;
  2. la sociedad «pre-industrial», también conocida como feudal, que se desarrolla en base a la existencia de excedentes, con trabajo especializado y una marcada estructura de clases. Sus características son la escritura y la utilización de fuentes de energía externa al hombre. Es aquí donde se estructuran las primeras ciudades;
  3. y la «ciudad industrial», que como su nombre indica se caracteriza por ser la industria su determinante fundamental.

Si bien nuestro trabajo se va a limitar a la segunda de estas etapas que incluye a las ciudades precolombinas, creo necesario decir algo al respecto de lo forzado de la clasificación, por lo demás esquemática y unilineal. Podemos para esto citar a Castells (1972), quien escribió que «el hacer depender unívocamente la ciudad de la industria, sin pasar por la especificación de la organización social dependiente del Modo de Producción, lleva a un determinismo tecnológico inaceptable».

Si bien es válida la idea original de marcar una diferencia entre las ciudades industriales y las pre, ello no implica que las anteriores caigan todas bajo un mismo esquema. Morse (1977:12) criticaba a este autor por el hecho de poner al México Tenochtitlán azteca en la misma categoría que el México colonial. Y lo mismo respecto a Chichén Itzá con el París del siglo XVIII y una ciudad Yoruba de barro. La estructuración de un sistema clasificatorio, no puede erigirse exclusivamente en función de lo que diferentes ciudades no tienen en común.

De todas maneras debemos tener en cuenta cómo el capitalismo pasó por encima de otras organizaciones urbanas y sociales de todo el mundo, transformando a ciudades de otros tipos en capitalistas, o por lo menos en neo-capitalistas. Por eso es un hecho a analizar en cada caso: no es suficientemente determinante por sí mismo, ya que las ciudades son hechos sociales, antropológicos, y no objetos inamovibles.

El mismo Morse nos dice respecto al esquema de Sjoberg que «la dicotomía industrial – preindustrial produce categorías básicas inadecuadas para el análisis histórico regional y que los tipos ideales contrastantes expuestos por Sjoberg desvían o equivocan frecuentemente los análisis» (1973:64).

Pero esto nos trae nuevamente a colación la importancia del estudio de los Modos de Producción para la interpretación del desarrollo urbano, conjuntamente con el de las formaciones sociales, para no caer en otro tipo de determinismo como el de este caso.

Respecto a ésto, pensamos que la situación es mucho más compleja, en la medida que no sólo debemos tomar los Modos de Producción como parámetros clasificatorios, sino concebir el desarrollo urbano como un proceso. De esta manera, intentamos plantear que para cualquier clasificación tenemos que ver el urbanismo, y particularmente las ciudades, como parte de un desarrollo histórico, y más aún, como un proceso social. No existe un hecho final, una ciudad terminada, sino ciudades que se van haciendo, día a día, a través de la obra conjunta de una sociedad cualquiera. Tomar ciudades congeladas, particularmente en América prehispánica, es no sólo inadmisible sino absurdo.

Las ciudades se mueven a través del tiempo, actúan e interactúan sobre amplias regiones rurales; pesan sobre ellas influencias externas e internas, vive y es parte inherente de los procesos sociales. La ciudad no puede dividirse en pre-industrial e industrial porque eso sería entender que la historia tiene cambios de hecho, instantáneos. El desarrollo de la industria, o como debería haber dicho Sjoberg y quizás no se atrevió, del capitalismo, comienza a surgir en plena Edad Media, con los artesanos y banqueros medioevales. Desde allí recorre un largo camino de sombras hasta la Revolución Industrial inglesa y el surgimiento, como resultado y no como creación, de los centros urbanos actuales. Estamos convencidos que las diferencias que nos separan de Sjoberg van mucho más allá de lo fáctico; son profundamente ideológicas. Pero por ahora sólo intentaremos llevar este trabajo por el sendero de lo empírico; por otra parte, clarificar hechos más concretos también nos simplificará el panorama, permitiéndonos comenzar a tener una visión más correcta del desarrollo urbano de América precolombina.

Debemos aclarar que Sjoberg, al definir su segunda etapa, dice que ésta se dio en áreas ecológicamente favorables; que en ese momento surgió una marcada estructura social basada en jerarquías y diferencias de clase, debido a la organización social estructurada frente a la necesidad de producir un cierto excedente alimenticio, a lo que le agrega los nacientes aportes de la tecnología primitiva. Esto fue reforzado por la organización vertical necesaria para la aparición de las grandes obras de regadío e infraestructura. Paralelamente surgió como instrumento de dominación una superestructura religiosa, como justificación ideológica del sistema.

II. El problema de la escritura

El primer punto a tratar es de neto carácter conceptual, ya que se trata de la relación entre el proceso urbano y la escritura. Sin duda sería absurdo no darle a la escritura la debida importancia en la historia humana, ya que ésta demuestra la existencia de un nivel colectivo de pensamiento conceptual, y aunque no en todos los casos, de un alto grado de abstracción mental, además de facilitar la transmisión de ideas en forma simple. Es decir, de escribir la propia historia. Sjoberg dice al respecto (1965:40) que «aún cuando los sistemas de escritura tardaron siglos en desarrollarse, su ausencia o presencia sirve de piedra de toque para distinguir una comunidad genuinamente urbana de otras que, a pesar de su tamaño y su elevada densidad de población, deben ser cuasi urbanas o no urbanas».

Pero esta idea lo lleva a pensar que la relación entre formación de ciudades y escritura es directa; es decir que los pueblos que no tienen una forma de escritura no pueden haber desarrollado ciudades. Y sin duda esto es una falacia. Dice Sjoberg textualmente en la página 44: «Mesoamérica no fue la única región del Nuevo Mundo en que existieron grandes y densas comunidades; también en la región andina se desarrollaron importantes núcleos de población humana. Con todo, una cultura del tenor de la incaica no puede ser clasificada como verdaderamente urbana (+).  A pesar de -o quizás a causa de- estar en posesión de medios mnemotécnicos que hacían posible el llevar de memoria los inventarios (un sistema de nudos llamados quipus), los incas no disponían de ningún conjunto de símbolos gráficos para representar las palabras u otros conceptos o nociones, que no fueran los números y cierta clase de datos concretos. A consecuencia de ello no tuvieron acceso a los elementos estructurales que constituyen la clave de toda comunidad urbana, como son una élite instruida y un legado de leyes, religión e historia plasmado en la escritura. Aunque los incas tenían en su haber grandes triunfos militares, arquitectónicos y de ingeniería aparte de haber llegado casi a lograr un orden civilizado, todavía se encontraban en una etapa que podríamos denominar cuasi-urbana, (-I-) cuando fueron sometidos por los conquistadores europeos».

Creo que sobre esto hay dos elementos que podemos poner en tela de juicio: si realmente los Incas desconocieron la escritura y si fueron cuasi-urbanos. Los conocidos métodos mnemotécnicos sin duda debieron ser lo suficientemente buenos como para permitir la gestación de uno de los más importantes y gigantescos imperios de toda la historia de la humanidad. La estructura política, económica y administrativa -por no hablar de la militar- de un territorio que abarcaba desde la frontera sur de Colombia hasta las provincias centrales de Chile y Argentina, seguramente necesitó de eficaces sistemas de comunicación y transmisión de órdenes. Y según las crónicas de la colonia, parece que los quipus eran bastante útiles. Si una noticia como la rebelión de Tupac-Amaru, con todo su contenido social y político, fue transmitida mediante ellos en pleno siglo XVIII a muchos pueblos coloniales, es porque realmente eran adecuados.

Además, debemos recordar que el sistema de escritura con pallares existe desde casi el primer milenio antes de Cristo. En esa época lo encontramos en los mantos y textiles de Paracas, en el período denominado Necrópolis, y probablemente hasta en el Cavernas. Luego de allí pasó a Nazca y Moche, en cuyas representaciones fue identificado hace más de tres lustros como sistema de escritura. Perdura hasta nuestros días en forma de representaciones textiles, aunque desprovistas de todo sentido ideográfico.

No debemos olvidar tampoco que las altas culturas de Sudamérica mantuvieron, desde la época Formativa, contactos económicos y culturales con los países de Mesoamérica. Y resultaría extraño que los conocimientos respecto del calendario y la escritura no se hubiesen difundido. Es indudable que en Sudamérica se conocía la existencia de otros medios de comunicación, pero lo más probable es que no los necesitaran.

Ya Hardoy en su clásico trabajo sobre las ciudades precolombinas (1964) dijo: «La carencia de una forma de escritura no fue un obstáculo que impidiese a algunas de las culturas indígenas de América alcanzar la etapa urbanística, considerando a ésta como una forma de concentración humana de una escala y niveles de densidad previamente desconocidos en las regiones donde se produjo». «El concepto de ciudad es esencialmente dinámico y evoluciona con el tiempo y lugar, estando condicionado por el medio ambiente, la estructura socio-económica y el nivel tecnológico de la sociedad a la cual pertenece el observador».

Pensemos además cuál debía haber sido el valor de los quipus, que todavía se los continúa utilizando en regiones marginales de Ecuador, Perú y Bolivia. Salvo en el Ecuador (provincias de El Oro y Los Ríos), en que los «sapanes» son utilizados como una involución del modelo original, o sea que se transformaron en un simple sistema de cálculo por unidades, en muchos lugares se los sigue usando como en origen. Además, recordemos que los quipus son indudablemente preincaicos y se los encuentra diseminados no solamente por América sino también por Oceanía y parte del sudeste asiático (Birket Smith 1966 y Holm 1968).

Se hace evidente en el caso de Sjoberg, que utiliza para definir una ciudad las conocidas teorías de Gordon Childe; pero debemos recordar que Childe había desarrollado su teoría sobre la evolución de las culturas aplicándola con exclusividad a Europa y el cercano Oriente. Basándose en ellas escribió Sjoberg (1960) que la ciudad «está contrastada con una aldea, como teniendo mayor tamaño, densidad y heterogeneidad e incluyendo una variada cantidad de especialistas no dedicados a la agricultura, entre los que tienen una gran importancia los literatos».

El origen de esta definición lo podemos encontrar en Childe, quien había escrito mucho antes que «en el campo de la arqueología conviene considerar el descubrimiento de objetos con inscripciones, y por consiguiente el uso de la escritura como criterio de civilización«. (+) «Para declarar cuándo la expansión cuantitativa de la población y la multiplicación de artesanos y mercaderes ha producido una entidad cualitativamente diferente, la ciudad, la escritura es un buen factor de prueba« (+) (1973: 18-21). Pero en ningún momento dice que la inversa sea válida, es decir que si no hay escritura, no puede haber, de por sí, civilización.

En muchas de sus obras fue planteado el problema, y siempre con claridad y precisión, como cuando nos dice que «la escritura es un índice útil y fácilmente reconocible de un cambio revolucionario en lo referente a dimensión, la economía y la organización social de la comunidad. La iniciación de la estructura parece coincidir con un punto crítico en el progresivo crecimiento de la unidad de cohabitación y en la acumulación del excedente social» (1973). Pero debemos notar que siempre tiene la precaución de utilizar simultáneamente varios parámetros clasificatorios, en especial en cuanto a la economía y las estructuras sociales. Además se cuida muy bien de definir previamente qué es lo que considera como escritura, diciendo que «es el uso de símbolos convencionales para registrar y transmitir información», con lo que podemos incluir dentro de ella a los métodos sudamericanos.

En la edición de 1963 del trabajo de Childe que acabamos de citar (Social Evolution ) realizada tras su muerte, Sir Mortimer Wheeler criticó incluso esta posición a través del hecho comprobado de ciudades como Jericó, en el cercano Oriente, que arribaron al conocimiento de la escritura sólo en el 400 a.C., mientras que alcanzaron los otros dos parámetros, es decir el excedente económico amplio y el crecimiento urbano, en una fecha que se remonta hasta el 8000 a.C. Lo mismo se plantea para la Creta del tiempo de la escritura Lineal.

La asignación de «no urbanos» a los Incas, en función de la falta de escritura y no de centros urbanos, no es más que el resultado de un esquema de pensamiento lineal y reduccionista, producido por el trasplante de un concepto que nació para ser aplicado a otras culturas, que no eran justamente las de América Latina. Incluso Sjoberg aceptó que esas teorías no debían utilizarse directamente en América precolombina, pero a pesar de ello se aferra al problema de la escritura para demoler así todo lo que se sabe sobre Sudamérica. Este tipo de situaciones unilineales nos hace recordar otros casos similares que también han hecho mucho mal a la antropología urbana, como los postulados de Redfield sobre el continuum rural-urbano con todas sus implicancias, ya tan discutidas.

Los mismos términos podemos aplicar a que debido a esta carencia de métodos de registros gráficos, «no tuvieron acceso a los elementos estructurales que constituyen la base de toda comunidad urbana, como lo son una élite instruída y un legado de leyes, religión e historia» (1964). Creo que sería largo y tedioso el demostrar que los Incas, al igual que las culturas que les precedieron, sí tuvieron un extraordinario y bien estructurado sistema de clases y élites instruídas, además de religión e historia, y lo que abunda son publicaciones al respecto.

III. El problema urbano

En relación a la falta de urbanismo, podemos decir en principio que es ya larga la discusión sobre si los Incas tenían o no ciudades o sólo centros ceremoniales. Creo personalmente que la discusión no tiene mayor sentido, pese a que incluso Lanning llegó a sostenerla. Creemos que el trabajo de Bonavía es suficientemente claro con respecto al problema urbano incaico, y es innecesario repetirlo (1972). Este último acepta que indudablemente el problema es arduo, en especial debido al tipo de urbanismo incaico, que pasó por situaciones muy particulares debidas a la rapidez de su expansión imperial. Asimismo los trabajos de Hardoy sobre el tema aclaran el panorama (1964, 1968 y 1973).

Pero a pesar de la amplia bibliografía existente no debemos dejar de hacer notar que los Incas construyeron grandes ciudades, especialmente de tipo habitacional como el Cuzco, Huánuco Viejo, Cajamarca, Machu Picchu, Tambo Colorado, Incahuasi, 011antaytambo y discutidamente Pikillacta, sólo para nombrar las más conocidas. Recordemos que al plantear el tema, Lanning (1967) lo comparó con el problema Maya, en la medida que dice que ellos tampoco construyeron ciudades sino solamente centros ceremoniales. Hoy en día hay mucho escrito sobre los Mayas, y me encuentro entre los convencidos de la existencia de verdaderas ciudades, como lo fueron Tikal, Mayapan o Dzibilchaltun; lo que pasa es que primero habría que definir qué es y qué no es una ciudad, antes de adoptar una u otra posición.

Por otro lado, los sitios incaicos también fueron centros urbanos, y como veremos más adelante, hubieron otras ciudades desde una etapa mucho más antigua.

Hardoy (1964) contestó indirectamente a Sjoberg, cuando escribió que «las evidencias niegan esto, y si es verdad que una gran cantidad de núcleos urbanos del horizonte tardío hunden sus raíces en épocas anteriores, también es cierto que muchos de ellos son tipicamente incaicos y construidos bajo la dominación Cuzqueña».

Debemos entender que la rapidez de la expansión del imperio incaico, sumada a su sistema tan característico de dominación política, hizo que las ciudades dominadas fueran mantenidas como capitales regionales bajo el mando del Cuzco.

Esto, además de lo improvisado de las trazas urbanas, es el resultado de centrar los grandes esfuerzos de su ingeniería, no en las superficies donde construyeron las ciudades, sino que, al colocar los edificios en función de los desniveles del terreno, pudieron dedicarse por entero a las obras de infraestructura, como caminos, terrazas de cultivo, obras hidráulicas, etc.

Lo mismo sucedió con la expansión incaica hacia regiones como la selva. Bonavía (1972) dijo que «aparentemente el urbanismo incaico mientras se mantuvo en su geografía o en geografías fácilmente accesibles, como la costeña, a pesar de no tener normas fijas en el trazado de sus ciudades, mantuvo ciertas normas fácilmente reconocibles».

Por otra parte, la asignación de «no urbana» a ciudades como el Cuzco, cuyos muros y calles precolombinos todavía determinan la traza de la ciudad colonial y moderna, y cuyos edificios se mantienen en perfecto estado, sirve de elocuente testimonio sobre si fue o no una de las grandes ciudades de la historia del hombre. Sus orígenes van más allá de lo incaico, reportándose hasta la cultura Formativa de Chanapata.

Sobre el horizonte medio y tardío en Bolivia, podemos destacar también la existencia de grandes ciudades como Tiahuanaco, probablemente el primer gran centro urbano totalmente planificado de Sudamérica. Y para sólo nombrar un sitio tardío, tenemos Incallacta, netamente incaico. Más al Sur encontramos Tastil en la Argentina, de netas características residenciales. De todas formas en ese país, y también en Chile, encontramos un proceso urbano amplio y definido aunque tardío, en especial en la Puna de Atacama, los Valles Calchaquíes y la Quebrada de Humahuaca.

Respecto a la diferenciación entre una aldea y una ciudad evolucionada, creo que el trabajo de Hardoy (1964) sigue siendo el más importante. Ya han habido anteriormente varios autores que desde el urbanismo o desde la arqueología, han intentado realizar esta diferenciación, pero los «10 puntos» de Hardoy son los que sin duda mejor se ajustan a la realidad precolombina.

Las características y funciones que debe presentar un centro urbano para ser «ciudad» son las siguientes, según el citado autor:

  1. Extenso y poblado para su época y región.
  2. Un establecimiento permanente.
  3. Con una densidad mínima para su época y región.
  4. Con construcciones urbanas y un trazado urbano indicado por calles y espacios reconocibles.
  5. Un lugar donde la gente residía y trabajaba.
  6. Con un mínimo de funciones específicamente urbanas, como ser un mercado y/o un centro político-administrativo y/o un centro militar, y/o un centro religioso, y/o centro de actividades intelectuales, con las correspondientes instituciones.
  7. Heterogeneidad y diferenciación jerárquica de la sociedad. Residencia de grupos dirigentes.
  8. Un centro de economía urbana para su época y región y cuya población dependía hasta cierto grado de la producción agrícola.
  9. Un centro de servicios para las localidades vecinas, de irradiación de esquemas de urbanización progresiva y de dispersión de adelantos tecnológicos.
  10. Con una forma urbana de vida distinta de una forma de vida rural o semirural para su época y región.

De todas formas, como veremos más adelante, creemos necesario aclarar que la clave de este esquema es justamente su relatividad, determinada por lo de «para su época y región», que evita caer en definiciones numéricas que se parcializan para cada tiempo y lugar.

Uno de los últimos trabajos que trata el tema es el de Andrews (1975 ), donde tras un detallado análisis estructura una clasificación de los centros mayas.

Quizás, si aplicamos estos puntos a las ciudades americanas, veremos que la mayor parte de las grandes ciudades llegan a tomar su estructura definitiva en la época señalada por Sjoberg o poco antes. Asimismo Hardoy, en 1964, lo creía así. Pero en la actualidad es necesario revisar eso en función de los importantes trabajos de arqueología realizados en los últimos años, particularmente sobre las etapas formativas. Hoy en día podemos plantear que estas fechas se han trasladado en muchos siglos.

Más adelante veremos sitios como Chavín de Huantar, de los que en la actualidad podríamos decir que fueron poblados de gran envergadura, mientras que hasta hace pocos años eran considerados simplemente como centros ceremoniales. De todas formas, si aplicáramos a esta interpretación los puntos de Hardoy, veríamos que aclaraba la situación el «centro religioso» del item 6. Exactamente lo mismo pasa con algunos sitios olmecas de la costa del Golfo de México, aunque todavía no se ha llegado a una definición satisfactoria.

Pensamos que las fechas de definición del paso de los poblados a ciudades, va a ir modificándose poco a poco, en la medida en que los arqueólogos continúen con sus trabajos sobre las etapas más primitivas, y que se dé más importancia a los asentamientos como tales y no exclusivamente a la arquitectura monumental.

En cierta oportunidad, Richard Morse (1973:30) criticó a Sjoberg como ya vimos, pero coincidía con él al pensar que las estructuras urbanas incaicas entraban en lo «pre-urbano», dado que su sistema de organización se daba a través de relaciones de parentesco.

Este es un problema sumamente arduo para América prehispánica, ya que la base de muchas estructuras de organización social estuvo sustentada en relaciones de parentesco. Hasta qué grado, no se sabe a ciencia cierta, aunque no creemos que esto le quite «urbanidad» a las ciudades. Posiblemente la propia Teotihuacán o la gran Tenochtitlán también llevaban dentro sistemas de ese tipo. Yendo todavía más lejos, podemos preguntarnos ¿cuál es el verdadero rol jugado por los distintos grupos étnicos?

Pensamos que uno de los factores desencadenantes del surgimiento de los grandes centros como los antes citados, es justamente el de la multietnicidad compositiva.

El desarrollo urbano- regional sudamericano tiene orígenes sumamente antiguos. Si bien Sjoberg considera que en esta región no hubo urbanismo, veremos cómo no sólo en ella se crearon gran des asentamientos, sino también cómo éstos se fueron desarrollando a través del tiempo. Posiblemente los sitios más tempranos se remonten a muchos siglos antes de Cristo, como Chavín, Kotosh, Shillacoto y muchos otros; pero debemos ser conscientes, antes de entrar en tema, que los planteos de Sjoberg se remontan a algunos años atrás, a una época en la que los historiadores aún discutían este fenómeno.

Tenemos como ejemplo lo que nos dice Gordon Willey (1973) respecto a las opiniones de Rowe, quien estima que «Chavín no sólo fue un centro ceremonial, sino que también sería un sitio habitacional. El cuadro general del asentamiento es el de un pueblo grande o ciudad pequeña, con edificios ceremoniales importantes circundados por aldeas esparcidas por el campo». Asimismo encontramos todo un bagaje cultural, religioso y artístico en el horizonte Chavín, que únicamente pudo haber surgido en un asentamiento de carácter urbano y desde allí haberse dispersado y difundido. Así es como encontramos elementos chavinoides en Cerro Sechín, Kunturhuasi, Pacopampa, Mojeque, Cerro Blanco, Punkurí, El Tanque, Cura Llacu y Guañape, entre muchos otros.

Hacia el 1700 a.C. tenemos ya algunas ciudadelas de cierto tamaño, en el 1600 a.C., posiblemente comenzaron a surgir varias ciudades relativamente complejas en algunos valles costeros de la zona Norte, en especial desde Nepeña hasta Chillón. Cerca del valle de Casma, en un plano costanero reducido, hay un sitio de ocupación precerámica denominado Las Haldas, fechado entre 1842 y 1640 a.C. que cubre un área de 200 hectáreas, con grandes edificios ceremoniales. En la costa Norte se encuentran vestigios de una soberanía bien desarrollada en Chuquitana en el valle de Chillón (1850 a.C.), y en Las Haldas, donde aparece la más temprana noticia del riego en gran escala. Encontramos poblados compactos en la costa Sur y en Kotosh (1800 a.C.), de aproximadamente 3000 habitantes. El período del principio del Formativo Medio del Perú (1200-400 a.C.) trae la difusión amplia del riego, terraplenes, arquitectura pública, tejidos, indicios de lo selecto y la siembra de todos los productos de los Andes centrales que luego serían conocidos al tiempo de la conquista (Agro 1972). También nos encontramos frente a «una ideología madura, compleja y unitaria tanto para la Mesoamérica del horizonte Olmeca como para el Perú de los tiempos de Chavín» (Willey 1973).

Para la época denominada Inicial por ejemplo, tenemos ya el trabajo de Schaedel y Bonavía (1977) quienes nos dan un panorama claro de los centros y ciudades desde épocas muy tempranas.

Según estos autores, durante la época Inicial en los valles de la costa Sur del Perú, se produce un cambio notable: una súbita concentración de población en asentamientos urbanos muy grandes, posiblemente debido a un plan político determinado. Tal sería el caso de Tajahuaca y Media Luna. En Media Luna se han descubierto 15 edificios públicos con una concentración de viviendas a su alrededor. A la primera de las citadas, en cambio, se le añaden fortificaciones. Estos dos casos serían posiblemente los antecedentes directos de los grandes centros ceremoniales sureños (1977:24).

Según Schaedel (1972), la población del valle para el período Gallinazo era de 160.000 personas, cifra sin duda de envergadura para la época. También es probable que se haya dado una incipiente, pero real relación con los demás valles de la costa Norte peruana, en especial con los de Moche, Chicama, Lambayeque, Leche, Vicús y Jequetepeque.

Para este período hallamos una clara diferenciación social, un amplio control hidráulico, sistemas de fortalezas, una demarcada estructura religiosa, capitales y centros secundarios, capitales regionales y sitios de carácter terciario. Además de zonas que probablemente fueron residencia exclusiva de artesanos, de actividades burocrático – administrativas y religiosas.

Para el período subsiguiente, el Mochica, ya existe una amplia regularidad en las estructuras urbanas además de llamar la atención la gran interrelación inter-valles. La población de la costa Norte alcanzaría un mínimo de 250.000 personas distribuidas en una capital de 10.000 habitantes, y varias sub-capitales, centros defensivos, centros ceremoniales terciarios y edificaciones aisladas.

El cuadro poblacional de la zona es, según Schaedel:

Valle de Lambayeque …………… 25.000
Valle de Jequetepeque (1/3) ….. 35.000
Valle de Chicama …………………. 87.000
Valle de Moche ……………………. 30.000
Valle del Virú-Chao ………………. 25.000
Valle de Santa ……………………… 35.000
Valle de Nepeña …………………… 20.000
Valle de Leche ……………………… s/datos
………………………………………….. 257.000 ( como mínimo)

En los Andes centrales el proceso es similar, ya que las aldeas y villorrios son desplazados por pueblos nucleados con edificaciones públicas. La Florida especialmente, representa un tipo de sociedad muy bien organizada (1977:27).

En el valle del Virú, uno de los sitios donde probablemente es mejor conocida la evolución peruana, encontramos ya una coherente homogeneidad cultural desde los momentos pre-Chavín. A partir de allí podemos decir que el valle estaba unificado políticamente en lo que Schaedel denomina un «estado no-urbano».

Para el horizonte medio encontramos todo a lo largo de la costa norteña peruana, una mayor diferenciación en las funciones sociales, detectable claramente a través de las estructuras arquitectónicas en las ciudades, a la vez que un consecuente incremento en las funciones urbanas. También es notable una compleja política de control, especialmente entre los diferentes valles en la estructura denominada por Schaedel como «multi-valle». El centro principal estaría ahora en Huari, probable lugar de la gran expansión religiosa militarista del Norte. Hay grandes ciudades con dos y tres niveles de centros ceremoniales y varias villas satélites.

Es en este momento cuando aparece una especie de imperio «pan-peruano» de corta duración, que luego se disgrega en estados cuasi-autónomos conformados por dos o tres valles cada uno. La gráfica poblacional para este período intermedio es:

Valles de Chillón, Chancay, Huaura,
Supe-Fortaleza y Pativilva……………………………………160.000
Casma, Empeña, Santa y Huarme ………………………….. 75.000
Virú, Moche y Chicama ……………………………………… 140.000
Jequetepeque, Zaña, Leche,
Lambayeque ……………………………………………………. sin datos
………………………………………………………………………..375.000 (como mínimo)

Aproximando con las cifras faltantes para el último grupo de valles, arribamos a una cifra mínima para los valles del Norte del Perú de alrededor de 450.000 habitantes.

Durante esta época el centro urbanizado de mayor envergadura es sin duda El Purgatorio, que llega a dimensiones formidables; ya existen incluso varias poblaciones que superan ampliamente los 10.000 habitantes. A partir de allí comienza a desarrollarse el imperio Chimú, con una gran consolidación de las estructuras intervalles, mayor diferenciación social y proliferación de la especialización en las ocupaciones de servicio y dirección. Chan Chán es la capital de este fabuloso imperio alcanzando los 75.000 habitantes, con un porcentaje general urbano del 14%, sin duda alguna mayor que el de cualquier ciudad europea del momento, pero menor que el de Teotihuacán y Tenochtitlán en México. Fue a tal grado enorme el crecimiento de Chan Chán, que se vio reflejado en un marcado decrecimiento de los demás poblados del valle. Casos similares vivieron Tenochtitlán y Teotihuacán en relación a sus regiones circundantes (Parsons 1971).

La probable población mínima de la costa para esta época es de:

Valle de Motupe ……………. 12.300
Leche …………………………… 36.000
Lamba ………………………… 123.000
Zaña ……………………………. 36.900
Jequetepeque ………………. 79.680
Chicama ………………………. 86.100
Moche …………………………. 29.520
Virú-Chao ……………………. 24.600
Santa ………………………….. 36.900
Nepeña ……………………….. 19.680
Casma …………………………. 22.740
………………………………… 507.420 aprox.
…………………………..Máximo: 750.000 habitantes

Respecto al Formativo temprano, se pregunta también Lanning (1971) : «¿era entonces la gente del período inicial en el Perú central y Norte, civilizaciones?. Tenían sistemas de distribución, tipos de poblamiento, estratificación social y especialización ocupacional, características de la civilización, pero por lo menos en la costa no eran todavía tan numerosos ni tan dependientes de la agricultura como otros pueblos civilizados. Si uno los llama o no civilizados, depende de la importancia que uno dé a cada uno de los criterios indicados. Yo estoy especialmente convencido y predispuesto por sus impresionantes logros en el campo de la arquitectura pública y monumental, y por las implicancias políticas, sociales y económicas de estas realizaciones. Sobre esta base yo me arriesgaría a decir que la civilización llegó al Perú alrededor del 1800 a.C.».

Según Willey (1973), en el Perú «por el comienzo del segundo milenio antes de Cristo, mucho antes del advenimiento de la cerámica y el maíz, pero asociado a una horticultura local, existían ya grandes comunidades con construcciones en centros ceremoniales».

A partir del período Formativo o Inicial, la evolución de los centros urbanos y en especial de los que luego serían ciudades, se acelera en gran medida. En los valles del centro y norte del Perú aparecen las primeras concentraciones monumentales, entre las que por supuesto se destacan Chan Chán, Cajamarquilla, La Centinela y El Purgatorio.

Continuando con Chan Chán que se encuentra en los alrededores de la ciudad actual de Trujillo, debemos decir que existe otro cálculo de población estimativo realizado por Hardoy (1964) de unos 100.000 habitantes, con una densidad máxima de 590 personas por kilómetro cuadrado. La extensión habría sido de 20 kilómetros. Según el mismo autor debió ser más extensa y poblada que la capital incaica misma, el Cuzco; asimismo considera que «Chan Chán, el Cuzco, Texcoco, Cholula y otros centros posclásicos de Mesoamérica, fueron grandes ciudades para su época, no sólo en América sino en el mundo».

Respecto a la última y discutida época del Incanato en la sierra, debemos agregar algo más: en primer lugar que el urbanismo Inca estuvo probablemente influido por varios elementos que actuaron simultáneamente, como por ejemplo la necesidad de alojamiento para los grandes grupos de mitimaes y soldados que constantemente recorrían el imperio, o la necesidad de custodiar los tributos en depósitos adecuados. Todo esto es lo que contribuye actualmente al aspecto de «artificialidad» de lo urbano tardío (Gasparini-Margolies – 1977).

Por otra parte, existen ya los planos de varios asentamientos de envergadura, con diferencias arquitectónicas y urbanas en la distribución de los edificios, como en el caso de Huánuco Viejo. También podemos ver los planos en cuadrícula de Ollantaytambo, con sus manzanas construidas y los sistemas todavía en uso para el abasteci¬miento de agua; el esquema en damero oblicuo de Chuquito, sitios como Pisaq o el propio Patallaqta con 112 estructuras formando patios cuadrados regulares. En el libro citado de Gasparini podemos, incluso, ver un excelente análisis de la traza del propio Cuzco, de Pumpu, de Marca Huamachuku y Wiraqocha Pampa, estas dos últimas remodeladas por los Incas.

Pero todo esto debemos verlo en función de una organización político-administrativa imperial que se remonta posiblemente a la época Huari; a la influencia que sobre la sierra tuvieron los grandes conglomerados costeños, a la importancia de la planificación regional incaica por sobre la urbana propiamente dicha, a la diversidad de los asentamientos preexistentes en cada región y, por sobre todo, a la rapidez del fenómeno expansivo que llevó a crear asentamientos rápidos, «típicos» (en el sentido de «imagen de poder»), funcionales, y muchas veces sin una historia que les preceda.

V. El desarrollo urbano de Mesoamérica.

Otro tema que nos gustaría tocar es el de los asentamientos urbanos en la región denominada Mesoamérica, que como vimos no es la única en la que se desarrollaron ciudades, pese a lo que Sjoberg dice.

Para el análisis de esta área, Sjoberg toma como ejemplo a Teotihuacán, Tikal y Dzibilchaltún. Es sin duda inobjetable que son tres ejemplos característicos para demostrar el tamaño de las ciudades y sin duda también los tres fueron sitios de suma importancia política, religiosa y administrativa en sus momentos y regiones; pero con toda seguridad no son los mejores ejemplos para demostrar la máxima antigüedad de las ciudades en Mesoamérica precolombina. En el cuadro que Sjoberg publica en sus trabajos (1965:41), ubica como fecha inicial del surgimiento de las ciudades al siglo I a.C. aproximadamente, y lo ejemplifica con estos tres casos. Nosotros sabemos hoy que existieron otros asentamientos de envergadura previos a éstos, pero con seguridad él debe haber utilizado la aparición de la escritura como rasgo de diferenciación. Es posible que haya tomado las estelas mayas de la región del Petén, aunque existen anteriores, como la estela 1 de El Baúl o la 1 de Chiapa del Corzo.

En segundo lugar, aún ciudades como Tikal, Teotihuacán o Dzibilchaltún, son el resultado de un larguísimo proceso de desarrollo que se remonta hasta el Formativo, del que sabemos bastante poco por cierto, y del cual son herederas. Su obra fue llevar ese legado al máximo posible de su desarrollo Pero debemos ser conscientes que en muy pocos casos sabemos a ciencia cierta cuál es el momento en que se pasa de un nivel de aldea o poblado a uno de ciudad. Por lo general nos manejamos con promedios estimativos, desarrollados a partir de datos concretos obtenidos en ciertas excavaciones «modelo».

Pero si aceptamos que la historia no es, de ninguna manera, un desarrollo unilineal, entenderemos que aunque hay un esquema de evolución similar para las ciudades que arribaron a un mismo grado evolutivo, hay otras que se mantuvieron a un nivel estacionario durante siglos; otras se redujeron o involucionaron. Incluso creo que se debe reconocer la necesidad de incrementar nuestro conocimiento de los períodos formativos de varias culturas, especialmente los de las fases mayas Mammon y Chicanel. Lo mismo sucede con grandes regiones de Honduras, Belice y El Salvador.

Y si realmente quisiéramos retrotraemos en el tiempo, resultaría indudable que la cultura Olmeca, desarrollada desde poco después del 1500 a.C. en los estados mexicanos de Veracruz y Tabasco, es de fundamental importancia. Y no solamente fue el basamento de las grandes culturas posteriores; erigió además vastos centros como San Lorenzo Tenochtitlán, La Venta, Tres Zapotes, Cerro de las Mesas y otros.

Los Olmecas, quienes probablemente fueron los creadores del calendario y de la escritura que luego serían utilizados por todos los pueblos mesoamericanos, también crearon una ideología madura y evolucionada -paralela a la de Chavín en el Perú- en la que ya existían dioses como Quetzalcóatl, Xipe, Huehuetéotl y Tláloc.

El comercio de los Olmecas también estaba sumamente desarrollado, especialmente en cuanto a objetos de jade, concha, caolín, turquesa, obsidiana, etc.

La estructura política habría estado demarcada por una organización de «ciudades-estado», con tal alto grado de interrelación entre ellas, que en diversas oportunidades se habló de un supuesto Imperio Olmeca. De todas formas es más probable que la importante difusión de lo olmeca se deba no sólo a migraciones o comercio, sino a un hecho común a toda la humanidad: siempre las ideologías coherentes y bien estructuradas, como en este caso, se difunden con gran celeridad por amplias regiones. Esta madurez seguramente se haya debido al nuevo modo de producción, basado en la explotación intensa del maíz y de otros productos agrícolas básicos para la alimentación.

Para lo olmeca podemos referirnos también a la amplitud del comercio y a la difusión de sus objetos típicos, que fueron hallados además de en México, en Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y discutidamente en el Perú.

De centros como La Venta y San Lorenzo Tenochtitlán, debemos apuntar que indudablemente tuvieron una estructura arquitectónica organizada, aunque notablemente simple, en base a plazas, pirámides, montículos, recintos acolumnados y ejes principales de simetría, los que se definían en función de una marcada orientación astronómica.

Asimismo en el Formativo aparecen los primeros juegos de pelota de indudable carácter ceremonial. En El Opeño, en el estado mexicano de Michoacán, se han hallado figuras de jugadores fechadas en el 1350 a.C. Existían además grandes observatorios astronómicos, como el edificio J de Monte Albán en Oaxaca.

Dice Hardoy (1964): «Tal vez las características más destacadas de las culturas preclásicas, fueron la difusión de las formas piramidales escalonadas, basamentos de edificios religiosos, el incremento de la población en todas las áreas culturales de Mesoamérica, con la consiguiente extensión en tamaño y número de las aldeas existentes, hasta quedar establecido un esquema de agrupamientos urbanos y semi-urbanos que posiblemente perduró sin mayores cambios durante todo el período clásico, y finalmente la jerarquización gradual de algunas de esas aldeas que llegaron a convertirse en verdaderas «capitales» cívico-religiosas y probablemente político-administrativas durante el período clásico».

Tampoco debemos dejar de remarcar que el número de habitantes que Sjoberg le asigna a las ciudades mesoamericanas es bastante exiguo. En el caso de Teotihuacán, por ejemplo, la cifra citada es de un máximo de 100.000 habitantes. En la actualidad, si bien son datos nuevos, se sabe que sólo para la fase Xolapán (Teotihuacán HIJITA), que abarca del 450 al 550 d.C., había unos 200.000 habitantes (Millon 1966, 1967 y 1975). La densidad calculada para la zona central de esta formidable ciudad es de 10.000 personas por hectárea, siendo una de las más altas que jamás haya existido en una ciudad histórica. Sin duda Teotihuacán fue uno de los centros más importantes irradiadores de pautas de cultura e ideología de la América prehispánica; uno de los centros más extendidos del mundo y con una potencia difusora que llegó hasta Kaminaljuyú y la costa del Pacífico de Guatemala, a Tikal y el Petén, Xochicalco, Yucatán, Oaxaca y Guadalajara.

Respecto al período Formativo en el Valle de México -del cual surgió Teotihuacán- debemos aclarar que el grado de conocimiento que poseemos es también relativo. En sitios como Cuicuilco, conocidos desde hace muchos años, se ha tenido que replantear la verdadera magnitud del centro, ya que se consideraba compuesto por un solo gran montículo de base circular de 130 metros de diámetro, rodeado de entierros. Pero luego de los trabajos de 1968 en los que se descubrieron varias plataformas escalonadas más, se demostró que la envergadura y extensión del centro era muchísimo mayor de la que originalmente se pensaba. Lo mismo pasó con Tlapacoya, que «se puede considerar como el principio del urbanismo que se desarrolla plenamente en la gran civilización urbana de Teotihuacán» (Barba de Piña Chan 1956).

Pedro Armillas dijo hace varios años que: «el reciente descubrimiento de Tlatilco añade algo que faltaba a nuestro conocimiento de las culturas arcaicas del centro de México, que hasta ese descubrimiento se basaba principalmente en los trabajos de Vaillant. Según una interpretación de Miguel Covarrubias, que me parece correcta, la cultura de Tlatilco sería un aspecto más refinado de la misma cultura que Zacatenco representa en su aspecto rural. En otras palabras, Tlatilco habría sido una villa -o sea un centro regional- y Zacatenco una aldea. En la villa se habría iniciado la diferenciación social, probablemente en grupos, todavía no definidos en el sentido de castas o clases, que podemos caracterizar con el nombre de estamentos, menos manifiesto en la aldea» (Armillas 1951).

En el caso de Dzibilchaltún, cuyos orígenes podemos rastrear hasta el 3000 a.C., se cuenta actualmente con el cálculo de Andrews (1956:37) que plantea la cifra de 250.000 habitantes. El total de las viviendas habría sido de 50.000 distribuidas en más de 50 kilómetros cuadrados. Esto determina una densidad media de 1.000 viviendas y 5.000 personas por kilómetro cuadrado.

Según Hardoy (1964), para ubicarnos en los reales alcances de estas cifras, debemos pensar que las actualmente aceptadas por la Oficina del Censo de los Estados Unidos -uno de los países que tiene mayor concentración urbana- definen un «área urbana» cuando se tiene 2.000 personas por milla cuadrada, además de unas 500 viviendas. En kilómetros cuadrados, esta cifra se reduce a 781,2 habitantes. Cualquiera de las cifras anteriores supera holgadamente la antes mencionada.

VI. El desarrollo urbano en el formativo del Ecuador.

En cuanto a Ecuador, es también interesante replantear los datos de Sjoberg, ya que si bien no alcanzó en su desarrollo a crear ciudades de gran envergadura como el Perú o Mesoamérica, es sin duda notable por poseer algunos de los más antiguos asentamientos humanos de toda América. La cultura denominada Valdivia, en la región costera del país y caracterizada por su gran antigüedad, es la poseedora de una de las cerámicas más antiguas del continente.

El sitio denominado El Real Alto, excavado en Valdivia por los arqueólogos de la Universidad de Illinois, se encuentra ubicado a escasos 3 kilómetros al Norte del pueblo de El Real. Es un asentamiento de tipo aldea-poblado primitivo, concentrado y organizado, que demuestra una sociedad estratificada en clases sociales, vida comunitaria organizada, una base netamente agrícola y el conocimiento del tejido mediante telares de huso, que por ahora son los más antiguos del continente. Existen restos de maíz, hallados en un sitio cercano conocido como San Pablo (Zevallos y Holm 1960), que fueron fechados por radiocarbono para el año 3500 a.C.

En general, la existencia de agricultura del maíz en Valdivia está suficientemente demostrada, en particular tras la enorme cantidad de pruebas de distinto tipo acumuladas en El Real Alto (Zevallos y otros 1977 ).

El poblado se inicia en la fase I de Valdivia, es decir, hacia el 3400 a.C., habiéndose encontrado huellas de una etapa acerámica que se remonta hasta el 6000 a.C. Esto prueba un asentamiento prolongado y continuo; constaba de un centenar de viviendas y dos edificios públicos de mayor tamaño que las casas. Existían sitios satélites dependientes del principal, ubicados sobre los ríos Verde y Real, que evolucionaron hasta formar un área de dependencia de 400 hectáreas. El asentamiento estaba conformado por unas 120 casas elípticas rodeando una plaza rectangular; el poblado ocupaba unas 12 hectáreas y el número de habitantes sobrepasaba el millar (Lathrap y Marcos 1975).

Quizás una de las cosas más interesantes de este sitio fue que por primera vez en América, vimos surgir una plaza ceremonial como tal. Es indudable que el modelo planteado en El Real Alto iba a ser el embrión de las grandes plazas de los sitios Mayas, Zapotecas o Teotihuacanos. Por la información disponible a la fecha, éste comenzó a ser delineado como tal desde el 3400 a.C., habiéndose mantenido así hasta los finales del período signado por la cultura Machalilla, fechada desde el 1500 al 100 a.C. (Lathrap, Marcos y Zeidler 1977).

En otro trabajo Lathrap plantea una cifra mínima de 2000 habitantes. «La relación de la forma elíptica de todas las casas del poblado indican un planteamiento estructural de alguna tradición, por lo tanto podemos decir que estamos ante un poblado más avanzado que una simple agrupación pre-urbana; por consiguiente, lo bien estructurado de la organización social Valdiviana se vuelve aparente» (Lathrap 1975a).

Como este sitio, también podemos hablar de El Encanto, en la isla de la Puná, en donde el asentamiento fue circular y no elíptico y se fechó entre el 2455 y el 1520 a.C. (Porras 1973). Este asentamiento posee una barrera o muralla de mariscos con un único acceso por el lado del mar; dicha barrera se fue luego transformando en un gigantesco montículo de conchas, que era uno de los tipos de asentamientos más característicos de la época Formativa. Los habitantes fueron recolectores, a diferencia de los otros que se dedicaban a la agricultura. La existencia de sitios contemporáneos (en tiempo y cultura), pero con sistemas de subsistencia diferentes, se debió quizás a las diferentes exigencias ecológicas de cada una de estas regiones, aún hoy marcadamente disimiles.

Es también interesante ver que en las fases 6 y 7 de El Real Alto se hallaron los más antiguos restos de tejidos de algodón. Las fechas radiocarbónicas señalan los años comprendidos entre el 3290 y el 2935 a.C. (Marcos 1973).

Este sitio fue ocupado constantemente por más de 1000 años, en los que se crearon centenares de estructuras habitacionales, religiosas y cívicas. «En Valdivia III la aldea era planificada con un largo eje de 300 metros aproximados de Norte a Sur, orientados en forma regular; el ancho de la aldea era de 200 metros. Una plaza estaba rodeada por estructuras domésticas ordenadas en una línea». Las dos estructuras ceremoniales del centro, con basamentos piramidales, son sin duda las más antiguas de toda América. «Para Valdivia VII (1700 a.C.), la villa era ya un centro administrativo y religioso que controlaba varios centros agrícolas distribuidos por el Río Verde además de otros ríos menores» (Lathrap, Marcos y Zeidler 1976).

Pero tan interesantes como estos sitios de la costa ecuatoriana, son los asentamientos de la Fase Pastaza, en la Amazonía. Allí, en plena selva, aparece una cultura Formativa recientemente descubierta, cuyas fechas de carbono 14 han retrocedido hasta más allá del 2000 a.C. (Porras, com. personal).

Dentro del Ecuador son notables las relaciones entre la costa, la sierra y la selva amazónica; esto demuestra una vez más la nulidad de la concepción del Ecuador en tres áreas ecológicas absolutamente independientes, en particular para las épocas más tempranas. Hay datos referentes a intercambios ( ¿comercio? ) entre Chorrera y Machalilla con Cerro Narrío, Alausí y El Descanso, y con la Cueva de los Tayos en el Amazonas, además de con Ingapirca, en donde el diez por ciento de la cerámica allí excavada es Chorrera (Cueva 1971).

Lo interesante de todo esto es comprobar que de los diez puntos que Hardoy utiliza para definir una ciudad, estos sitios formativos tienen una buena cantidad, con lo cual volvemos a centrar la importancia de lo dicho por él respecto del valor del «lugar y época» para definir cada etapa urbana. También estamos de acuerdo que estos sitios de la cultura Valdivia no son ni remotamente ciudades; pero lo importante es ver cómo esto nos obliga a revisar los planteos de Hardoy, tratando de darle a los diferentes puntos algún tipo de valorización o especificación no cuantitativa, que permita diferenciar la mayor o menor importancia de cada uno. Incluso Hardoy mismo nos comentaba en cierta oportunidad la necesidad de realizar lo antes-dicho, en la medida en que los últimos descubrimientos arqueológicos han modificado substancialmente la imagen del período Formativo. Evidentemente, sobre la urbanización precolombina hay todavía mucho por plantear.

Y como acabo de decir, si bien es indudable que hay mucho de qué hablar, no es nuestro objetivo demostrar que el urbanismo en América es más antiguo de lo que realmente es. De ninguna manera se intenta ganar «una carrera contra el tiempo» que sería falsa. Pero tampoco tiene sentido no aclarar conceptos y datos cuya respuesta y crítica, si bien pueden ser discutidas ya que todo es relativo, ponen a la América indígena prehispánica en una situación histórica que no es la verdadera.

Podemos terminar citando nuevamente a Hardoy, para quien los 300.000 habitantes que según los conquistadores españoles vivían en Tenochtitlán en 1521, no tuvieron paralelo en la Europa del siglo XVI. Solamente París tuvo una población igualmente numerosa, pero ciertamente no fue el caso de ciudades como Londres, Florencia, Roma, Venecia, las ciudades del Hansa y menos aún de las ciudades españolas de donde vinieron los conquistadores que arrasaron pueblos, culturas y civilizaciones tan grandes como la suya propia.

Al finalizar estas breves notas, sólo podemos decir que, si bien el trabajo estuvo en su inicio destinado a ser un análisis crítico de Gideon Sjoberg, se transformó en algo, sin duda, más complejo. Pero también debemos hacer notar que ya muchos años han pasado desde que estos trabajos se han publicado. Nosotros hemos recopilado algunos datos con el objeto de mostrar a nuestros estudiantes, un proceso urbano más amplio y complejo de lo que durante muchos años se nos mostró y que hace a una realidad distinta de la ya permitida del euro-centrismo.

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POSTSCRIPTUM

Durante el tiempo transcurrido entre la relación de este artículo y la fecha de publicación, se han realizado varios trabajos sobre diferentes aspectos de este tema. En particular, vieron la luz algunos artículos e informes de trabajos arqueológicos que son importantes en la medida que no sólo reconfirman algunas hipótesis aquí vertidas, sino que incluso avanzan por sobre ellas.

En general la óptica arqueológica mesoamericana está virando hacia la aceptación de patrones de asentamiento diferentes a los tradicionalmente concebidos, ya que el inicio de una serie de mapas de gran detalle está demostrando que en los conjuntos arqueológicos se encuentran áreas residenciales de gran densidad.

Quizás el antecedente de esto fueron los trabajos en Mayapán, durante la década de 1950, en los que se detectaron 2.100 unidades de vivienda, agrupadas entre sí y rodeadas por muros bajos que delimitaban zonas habitacionales.

A partir de allí, se estudiaron sitios que arrojaron también información sobre áreas residenciales. Para presentar algunos casos concretos, tenemos el de Chunchucmil (Vlcek, 1978), donde en 6 km2 de áreas residenciales en perfecto estado de conservación, se mapearon sólo un kilómetro y medio cuadrado. En ese plano pueden observarse 150 estructuras y 30 complejos amurallados. El patrón de asentamiento está compuesto por varios montículos que representan basamentos de casas-habitación. Estos están rodeados por muros bajos e irregulares, con las construcciones en el centro y formando calles con intersecciones.

Estos solares domésticos se dividen en simples y complejos, en función de tener uno o varios grupos de basamentos en su interior. También hay espacios públicos y calles perfectamente demarcadas como la que mide 500 metros de largo, trazada en forma recta y con muros a ambos lados. Esta se continúa en un camino importante.

Al igual que Chunchucmil existen otros sitios similares, en cuanto el tipo de urbanización. Otro ejemplo es Cobá, donde en un área de 63 km2 se encontraron 20.000 construcciones, que albergó una población máxima de 55.000 habitantes. También en Coba hay áreas residenciales con propiedades limitadas por muros, en particular en la zona norte recientemente explorada (Peniche y Folan 1978).

En este mismo sitio, famoso desde la década de 1930 por la extensa red de caminos que la une a otros centros, se comprobó que un mapeo exhaustivo es importante, ya que los caminos conocidos -16 en total- pasaron a ser más de 30, incluyendo el que la une con Yaxuná (de 99 km. de largo) y con Ixil (20 kms.) conformando una red única hasta el momento.

En el caso de Buena Vista, en Cozumel (Sabloff y Rathje, 1975) se encontró el mismo patrón, compuesto por grupos de montículos habitacionales delimitados por muros.
Resumiendo, al día de hoy el panorama que se deriva de los trabajos e información de Chunchucmil, Cobá, Buena Vista, Uxmal, Becán, Cucó, San Rafael, San Mateo y Tulum, es sumamente alentador y apunta a reconstruir con mayor exactitud el todavía no bien entendido sistema de urbanización prehispánico.

Daniel Schavelzon
México, mayo 1979.

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