Artículo publicado en “Las representaciones de arquitectura en la arqueología de América”, volúmen I (Mesoamérica), pps. 150 – 166, ISBN 968-58-0295-5, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México, 1982.
En la vasta región maya son innumerables los tipos y variedades de formas de representar la arquitectura. En otros capítulos de este mismo libro vemos por ejemplo los códices pintados, los graffiti, las pinturas murales e incluso representaciones de cabañas en las fachadas de piedra de algunos edificios de la región Puuc. Demás está decir que no es ésa la totalidad del tema, ya que existen otras más, las que quisiéramos reseñar aquí, dado que los ejemplos de cada una son pocos por cierto y no sería conveniente analizarlos por separado.
En primer lugar podemos hablar de las estelas de piedra, esas grandes lápidas verticales talladas en una o varias de sus caras. Por lo general las imágenes son jeroglíficos o personajes ricamente ataviados, a veces acompañados de otros de menor rango y, según los últimos avances en la decodificación de su significado, muestran escenas de tipo histórico y de élite. Pese a la enorme cantidad de estelas existentes, computables en muchos miles de ellas, sólo hemos podido identificar seis que poseen elementos arquitectónicos. Hay una estela en Tonalá publicada por Palacios hace mucho tiempo (1925: fig. 24), que muestra en un dibujo no muy bueno, un personaje en la parte superior y, debajo de una línea divisoria, una calavera enmarcada por dos basamentos altos. Es factible que lo que representen es un juego de pelota con sus paramentos paralelos. Mide 1.60 metros de altura y se encontraba en aquella época en la estación del ferrocarril de Tonalá.
Otras dos estelas provenientes de Piedras Negras, las números 6 y 14, poseen motivos bastante más claros: por ejemplo, en la 14 se ve un gran personaje ataviado con su tocado sentado en un nicho, o lo que interpretamos como el vano de un templo y otra persona o sacerdote bajo él. La escena se completa con volutas, mascarones y fundamentalmente una escalera, claramente marcada, por la que se accede el sitio donde está el señor. Sería factible que la escena represente un templo o construcción elevada, ya que la situación se repite en la estela 6 con la escalera, y el motivo general en varias otras. Como complemento, podemos recordar que el glifo de fecha en forma de una pirámide escalonada es común entre los mayas, al igual que en el Altiplano lo es el glifo “calli”. Un buen ejemplo es el monumento 14 de Cotzumalhuapa, que representa una fecha en gran tamaño, justamente con un glifo de esas características.
Otra estela con una figura arquitectónica es la estela conocida como “del jugador de pelota” proveniente de Edzná (Ruz 1954:153). Ésta nos muestra un jugador complemente ataviado, una inscripción jeroglífica, y una banqueta de un juego de pelota vista lateralmente. Es interesante ya que la vista de perfil es similar, aunque más no sea formalmente, con los relieves de El Tajín.
Otra, que reproducimos, proviene de Santa Lucía Cotzumalhuapa. La escena general no tiene sentido describirla, pero podemos apreciar que sobre el lado derecho se encuentra un pequeño templo con basamento que presenta sobre el techo una cabeza o máscara que mira al sol. En la puerta se aprecia un par cruzado de maderos u otros tipos de objetos que ha sido desde hace mucho interpretado como un observatorio. Y el estar orientado al sol me parece bastante alusivo al tema. Quizás estemos frente a la única imagen de un edificio dedicado a tal función, en toda la arqueología maya. El monumento 4 de ese mismo sitio muestra en cambio el signo calendárico tradicional de “casa” o “templo”.
Otra manera diferente de representar la arquitectura fue mediante relieves de piedra incluidos en los muros de edificios. Éstos son distintos a las maquetas planas de piedra que decoraban fachadas. En este caso hay varios sobresalientes: los relieves poco marcados del templo norte del juego de pelota de Chichén Itzá y otro ubicado sobre uno de los mascarones de Chac del observatorio de esa misma ciudad.
No hemos podido ubicar una figura que nos muestre todas las escenas grabadas en el templo norte del juego de pelota, pero sí tenemos las realizadas por Ruppert, además de las que dibujó Miguel Ángel Fernández. El primer relieve (Ruppert 1935: fig. 11) muestra una escena compleja compuesta en su centro por una gran cabaña o templo de techo de paja, con dos personajes importantes y rodeados de serpientes en su puerta y muchas figuras a su alrededor: animales, guerreros, plantas, etcétera. Esta construcción no se diferencia mucho de las que se ven en las pinturas murales de esa misma ciudad (Ruppert 1935: fig. 16 y 338). Los tres dibujos de Fernández fueron reproducidos por Marquina entre otros autores (1951: fot. 439, 440 y 441). El primero de ellos muestra una gran secuencia de personajes, en tres grandes filas una encima de la otra. En el extremo inferior derecho podemos apreciar una construcción de gran tamaño, con basamento y escalera central y techo de paja; dentro de ella hay dos personajes sentados. Al igual que en los demás relieves, los edificios están siempre de frente.
En los otros grabados podemos ver por lo menos cinco templos y viviendas más: cuatro de ellas con techos de paja y uno con estructura de mampostería y techo plano, lo que deducimos como arquitectura templaria o de élite. Este último posee todos los detalles ornamentales tradicionales, incluidas dos molduras del tipo “de atadura”.
En la versión restaurada del conjunto de El Caracol, se ve un nicho rectangular vertical, ubicado sobre un paramento exterior, el que está enmarcado por cuerpos de serpientes y un sacerdote sentado sobre un pequeño trono. Es notable cómo de todo el conjunto sólo lo de adentro del nicho está hundido, lo que exalta aún más la apariencia de vano o puerta de una construcción. Obviamente esta interpretación no abandona cierto grado de hipótesis, aunque no por eso es descartable.
Otro tipo de representación de arquitectura lo componen las denominadas maquetas. Éstas, que muestran en una escala reducida diversas clases de edificios, entre los mayas no tuvieron el alto grado de detalle que alcanzaron en otras culturas. Quizás por la tendencia general de estos pueblos mayences a realizar un arte más hierático y ceremonial. Conocemos a la fecha pocas de éstas: una realizada en piedra y otras hechas en cerámica de molde. La primera citada es una pieza reducida, realizada en una piedra simple con forma paralelepípeda vertical. Posee un techo de doble cornisa, basamento bajo y puertas en cada una de sus caras. Proviene de las excavaciones realizadas en Mayapán y actualmente está expuesta en el Museo de Mérida (Smith y Ruppert 1956: fig. 9q).
Las maquetas de cerámica son casi siempre de moldes, y en estas páginas queremos reseñar cuatro de ellas: tres son originales, mientras la tercera es el propio molde, lamentablemente en fragmentos, aunque muy interesante.
La primera que describimos es una pieza de Jaina, publicada por Groth Kimball (1960) y que muestra un templo con un enorme mascarón en la parte superior y varios ornamentos laterales, un basamento con un escalón y frente a la puerta un sacerdote sentado con un jaguar a sus pies. La pieza es de molde pero de gran calidad, con cuatro perforaciones para ser aplicada. La otra maqueta es más simple y fue publicada por Spinden (1910: píate 17, fig: 10) aunque la fotografía es de Teobert Maler y fue tomada en la colección W.M. Jamesen de Mérida. Muestra un motivo similar al anterior: un basamento con escalera, la portada rematada por un gran jaguar y el sacerdote al frente con dos personas de menor tamaño a sus lados.
El último caso es un pequeño guerrero armado, parado sobre una plataforma almenada sostenida por atlantes. Proviene de Juárez, Tabasco y representa un tipo poco común arquitectura. Pertenece al período Posclásico yucateco (Berlín 1956: fig. 6ii y Rands y Rands 1965: fig. 50).
El último ejemplo de maqueta en cerámica proviene de Palenque (Acosta 1974: fig. 49): es un molde roto que enseña una pirámide alta, de dos cuerpos con escalera frontal y el templo superior, pero el grado de deterioro impide observar más detalles. Fue descubierta en el montículo funerario de la tumba I, en las cercanías del templo de las Inscripciones.
El otro tipo de representación que queremos reseñar entre los mayas, es el grupo formado por vasijas y recipientes de variado orden en cuya decoración se han incluido pinturas, dibujos o esgrafiados en forma arquitectónica. Si bien hay muchos casos de este tipo, hemos seleccionado sólo algunos ejemplos interesantes. Dentro de los incisos, existe una pieza por demás extraña, descubierta en Chuitinamit por Rivera Dorado:
“Se trata de un tiesto plano de pasta rojiza, una de cuyas caras aparece pintada en rojo y pulida, y la otra cubierta por un englobe también pulido. Los márgenes del fragmento han sido también retocadas de manera que se ha obtenido un objeto circular en forma de “ficha” de mediano tamaño (siete centímetros de diámetro aproximadamente), del que sólo se recuperó la mitad ya que apareció partido con una fractura antigua e irregular. En la cara roja, el fragmento está cubierto de una especie de graffiti o incisiones postcocción, realizadas con instrumento muy fino. La representación se divide en cinco zonas concéntricas, de las que cuatro son bandas que recorren en círculo y paralelamente a toda la superficie. Cada una de estas bandas tiene características peculiares: la más externa es una línea almenada, la siguiente son dos líneas paralelas con otras pequeñas perpendiculares que unen a las primeras, la siguiente consta de semicírculos y la última de triángulos dispuestos ordenadamente con relación a los motivos de la banda anterior. La parte central del objeto presenta un círculo que encierra un grupo de líneas que se cruzan con otras en ángulo recto como formando un enrejado. La significación de esta pieza es muy difícil de establecer, pero los motivos grabados formando un motivo tan singular sugieren inmediatamente el plano de un poblado fortificado con cuatro líneas de defensa, de las cuales la exterior bien pudiera ser una muralla o albarrada, y las otras empalizadas, fosos, o simplemente obras de aterrazamiento con edificios o construcciones civiles o militares. La idea no es absurda si pensamos en las propias características del sitio arqueológico; en su época de ocupación y en las vicisitudes históricas por las que pasó y que están ilustradas muy someramente en algunos cronistas y escritores antiguos. De ser así, ésta sería la única pieza hasta donde llegan nuestros conocimientos de la literatura arqueológica, de tal naturaleza descubierta hasta el presente” (Rivera Dorado 1975: fig. 6 y págs. 544-545).
De ser real esta interpretación, de más está decir cuál es su importancia.
Otro caso, aunque más común, es el de los jeroglíficos con rasgos arquitectónicos. Si bien éstos son tratados por separado en un artículo de este libro, queremos mostrar un caso en el cual un vaso del clásico temprano de Tikal fue decorado con este motivo en la tapa. La pieza fue ilustrada por Coe (1965: fig. 30) y luego analizada por Kubler (1968: fig. 53). El glifo en cuestión muestra un templo visto de perfil, con su basamento escalonado, sus muros y techo representados en la forma tradicional de los códices.
Entre las cerámicas con pinturas que muestran templos u otros edificios debemos citar por lo menos a dos de ellos: uno que muestra una larga hilera de sacerdotes y guerreros frente a tres templos y otra que nos muestra un templo con gran mascarón en la parte superior. Ambos ejemplos ya son conocidos y figuran en varios trabajos, por lo que no vale la pena reseñar toda la bibliografía existente. El primer caso es una vasija proveniente de Tikal, y que posee tres representaciones de templos. Lo interesante es que todos son de tipo teotihuacano, con sus tableros rectangulares claramente delineados. El primero muestra un basamento de talud-tablero y escalinata con alfardas y sobre el techo se encuentra un gran mascarón con plumas. La segunda figura muestra en cambio un templo de cuatro escaleras, con un sólo tablero a ambos lados rematando un largo talud; en los ángulos del techo también posee sendos mascarones. El tercero tiene también cuatro escalinatas pero un solo tablero grande sobre el talud y el mismo remate superior que el anterior pero bajo el dintel se encuentra una llamativa cornisa inclinada.
El otro tipo lo presenta un vaso de paredes cilíndricas, típicamente maya clásico, y fue presentado por Foncerrada (1974), quien lo describió perfectamente. Repetimos textualmente algunos de sus párrafos, ya que creemos que con ellos es más que suficiente:
“Respecto a los otros elementos que integran la composición, encuentro que el diseño del templo muestra claramente el tema o sentido religioso de la escena. El motivo arquitectónico no es frecuente en la pintura de vasijas: aparece en ocasiones, sugerido por el trazo de plataformas, postes y aun cortinajes, pero en ningún caso, fuera del vaso de Zürich, se dibujó con la totalidad de sus partes. El techo de este templo remata en la cabeza mítica de una serpiente en cuyas fauces se asienta el mascarón antropomorfo del dios solar; la identificación de éste es inequívoca por el gran ojo cuadrado, la mirada estrábica, la nariz roma y el diente limitado al frente que sobresale del labio superior; corona la cabeza del dios un sombrero de ala corta decorado en la parte superior con cuentas y lazos; este detalle en el atavío no corresponde a la manera ortodoxa de cubrir la cabeza del dios solar, lo que muestra cierta independencia y libertad decorativa del pintor en el manejo de un símbolo religioso tradicional. La cabeza serpentina se prolonga hacia arriba, por un cuerpo ondulante decorado con el símbolo de Venus, y se extiende, en el nivel inferior del techo, para transformarse en la imagen sugerida de una banda celeste. Encima de esta banda se advierte claramente el diseño del glifo Ahau una de cuyas connotaciones simbólicas es el sol”.
Para completar podemos recordar el vaso Pellicer, o mejor dicho el fragmento que queda de él, que sin duda es uno de los existentes de más calidad. Si observamos el motivo pintado se ven varios personajes ubicados sobre un basamento escalonado de tres niveles y un alto poste de madera sobre uno de los lados. Lamentablemente falta el resto de la composición, pero creemos que lo representado es parte de un ceremonial realizado sobre plataformas elevadas de mampostería, y la columna es posible que sea de alguna construcción al efecto.
Uno de los últimos tipos de representación lo componen los ladrillos grabados provenientes de Comalcalco, Tabasco. Es una lástima que no se hayan realizado aún publicaciones sobre estos motivos ornamentales, a excepción de unas cortas notas, las que fueron ya resumidas por Carlos Navarrete (1967). Este autor desarrolla varios tipos de dibujos, entre los cuales él destaca los de tipo arquitectónico, que se caracterizan justamente por poseer figuras que nos enseñan construcciones de variados tipos. Estos ladrillos son de cerámica cocida, de dimensiones variables (entre 8 cm. y 1.20 m), por lo general hechos a mano sin moldes y de cocción irregular. Los dibujos fueron realizados con el barro fresco y en forma espontánea, casi sin hieratismo o rigidez formal. Los edificios dibujados son casi siempre de templos sobre basamentos, en ciertos casos son escaleras y alfardas, en otros con bóvedas o cresterías. Conocemos varios casos que muestran interesantes techos dobles, es decir uno encima del otro, y en dos ejemplos de los que aquí reproducimos hay incluso construcciones de dos pisos superpuestos.
Otra variación temática para mostrarnos su arquitectura son los petroglifos del conocido Planchón de las Figuras, en la unión del río Usumacinta con el Lacandón. Allí se encuentra una gran piedra con bajorrelieves, actualmente casi irreconocibles por la erosión. Varios de éstos son plantas arquitectónicas que indican construcciones sobre basamentos escalonados. Por lo menos tres de ellos se ven como tales sin ninguna duda, y unos tres más aparecen haberlo sido. En el extremo sur se ve uno por demás interesante: es un basamento rectangular con una escalinata al frente y restos de un templo superior. Por detrás se ven dos relieves, el más cercano a la figura es cuadrado pero con sólo tres muros, de tal manera que el lado abierto queda a un lado de la construcción principal; por detrás de éste hay algo similar pero rematado en ángulo. Que sepamos a la fecha sólo se conocen construcciones similares en Monte Albán y en Caballito Blanco, y son conocidos como “observatorios”.
El tipo final de estas notas, lo componen los santuarios o cámaras (a veces confundidos con tumbas) que reproducen en tamaño pequeño a los grandes edificios o construcciones ceremoniales. Existen a la fecha varios ejemplos sobre este caso, pero podemos recordar a los de Tulum y la minúscula cámara posterior perteneciente a la última superposición de la pirámide I del grupo A de Uaxactún. Este último santuario pertenece a un piso asociado a la primera época de la última fase de esa construcción, típicamente clásica, y mide 1.29 por 0.61 cm de base y apenas 60 cm de altura. Nos muestra un edificio con su puerta rectangular, una cornisa saliente y el techo elevado; ha sido bien ilustrada por Ledyard Smith (1934: pag. 5 y pl. la y b). Existen por cierto muchos casos similares de templos miniatura. Los casos más comunes se dan en la costa de Quintana Roo, donde se han encontrado gran cantidad de ellos, algunos incluso son conocidos desde los tiempos de Stephens y Catherwood que los dibujaron. Además de éstos, que aún se hallan en buen estado en Tulum; en Xcaret hay incluso uno con una estela también en miniatura (Andrews y Andrews 1975), al igual que en Chakalal, Yalkú y Xelhá.
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