Durante agosto de 1958 José Schávelzon y su esposa Rosa Chavín (mis padres) viajaron a Brasil; como pareja de turistas dedicados a tareas totalmente diferentes a la arquitectura, aprovecharon playas y bellezas naturales. Pero no dejaron de ver la nueva modernidad que Brasil presentaba al mundo en esos años y se sintieron apabullados. Y las únicas fotos y postales que tomaron o adquirieron de los que consideraron los lugares más bellos e impactantes resulta hoy un conjunto de imágenes que reflejan el proyecto de modernidad periférica de un país latinoamericano en pleno desarrollo capitalista: enormes edificios en altura, viaductos, puentes, malecones, arquitectura de modernidad masiva, tiras edificadas frente al mar. Figuran ejemplos de Río de Janeiro, Guarujá, Petrópolis, Sao Paulo, Santos, Porto Alegre. No se ven favelas, ni miseria, ni el subdesarrollo paralelo. No hay un edificio histórico, una construcción antigua, un barrio siquiera típico, sólo la modernidad a ultranza.
A más de medio siglo, esa pequeña selección fotográfica hecha por viajeros no especializados nos muestra la potencia, la fuerza que el modelo de desarrollo tenía ante los ojos de los que miraban de países vecinos. Brasilia sería la culminación, feliz y a la vez trágica, de la propuesta.
Quiero destacar el Palacio Quintadinha, porque representaba el pastiche que más atraía: un ejemplo de “Barroco Hollywood” hecho en 1944, estilo monumental hotelero seudo-normando por fuera y por dentro todo el dorado y la el yeso posible hasta el hastío absoluto. Fue construido por el arquitecto Luiz Fossati, italiano radicado en Brasil y autor de varias obras de importancia especialmente casinos. La obra se la encomendó el empresario Joaquim Rolla, hombre de negocios conectado con varios personajes del gobierno de su tiempo, que supo hacer enormes fortunas. El casino, centro del Palacio, sólo funcionó dos años por la prohibición del juego, y tras largos abandono hoy renació como Monumento Nacional del Brasil aunque los muebles que podemos ver aquí ya no existen, ni el entorno ni la forma de usarlo y disfrutarlo, nada lo superaba en lujo y confort para la nueva burguesía. No casualmente en la parte posterior de un postal del hotel escribieron que era “lo más maravilloso que vimos en nuestra vida”.
La naturaleza que no enmarca arquitectura se reduce dos fotos de una palmera de “ambiente amazónico” en el Botánico de Río de Janeiro, aunque por cierto una de ellas se remontaba a 1808.
(Selección fotográfica de José y Rosa Schávelzon)