Artículo acerca de las excavaciones realizadas en el año 1975 en el asentamiento precolombino conocido como Doncellas, en la provincia de Jujuy (Argentina). Se acompaña con una galería de fotografías tomadas en dicha locación durante los trabajos realizados.
Durante el verano del año 1975 junto a Alexandra Lomónaco participamos de las excavaciones arqueológicas que se hacían en un asentamiento precolombino conocido como Doncellas, por el río de ese nombre (Cochinoca, Jujuy), bajo la dirección de Lidia (Chela) Alfaro de Lanzone. Era una época muy difícil en la política y la sociedad argentina y optamos por participar de una excavación organizada por la Universidad del Salvador, a la que por su postura política el gobierno veía con buenos ojos. En cambio el proyecto mantenido todo el año de excavar junto con Rex González en Catamarca se suspendió por falta de dinero y conflictos varios que padeció. Andar solos y de mochileros en el norte era arriesgar la vida.
El pedido que me había hecho Lanzone era que hiciera un plano general de la zona habitacional, lo que nunca pude completar por los sucesos que se narran [1]. La excavación se hizo con la presencia de efectivos de la gendarmería, previa estadía de en un cuartel militar en Humahuaca, y nos movilizábamos con sus camiones y un par de gendarmes que nos controlaban día y noche, lo que creaba un ambiente patético. A eso debía sumarse la depresión de la directora por su forma de ser, altiva y petulante, que tomaba decisiones sin aceptar siquiera oír: así sentenció a la destrucción docenas de vasijas cerámicas que “no interesaban”, o que “estaban repetidas, o sin decorar”, o a demoler las paredes de los recintos después de excavarlos (dejando los menhires debajo), o a controles de todo tipo que imperaban en el campamento. Esto llevó a que termináramos dejando de participar del grupo al mes de llegados al lugar.
A los 24 años mi formación arqueológica era reducida pero desde el día que llegué al sitio me encontré con un campamento con militares mal encarados, peones que excavaban por su cuenta de manera incontrolada –el campamento quedaba lejos-, sin registro alguno de lo que se hacía, prohibición de tomar fotos –al menos a mí-, con un profundo desprecio por los restos de todo tipo y se guardaba sólo lo que estaba completo o le interesaba a alguien por algún motivo. Valga el que el hallazgo de un esqueleto enterrado significó destruirlo porque no entraba en el esquema de entierros previstos para esa etapa cultural (ver foto).
Casi todos los participantes éramos muy jóvenes, los otro sólo un poco menos jóvenes, para discutir ese sistema de poder. La simple rutina arqueológica era: ir caminando hasta el sitio, se le preguntaba a los peones qué habían encontrado, se les revisaban los bolsillos “para quitarles los objetos que se habían guardado porque eran patrimonio”, la directora anotaba algo en su libreta, se descartaba “lo que no servía” y se comenzaba el regreso poco después. Los cráneos eran para curiosear las deformaciones y los esqueletos y su ajuar ni siquiera eran tomados en cuenta “porque Casanova ya llevó muchos”. Es decir, era algo así como una excavación del siglo XIX en la Mesopotamia o Egipto tal como se veía en los viejos libros blanco y negro.
Al excavar los recintos se abrían las tumbas en cista casi sin tomar notas y se sacaba lo que hubiese de interesante –si había vasijas repetidas se las dejaba-, luego las paredes eran derrumbadas y las vasijas que no se llevaban eran rotas “para que no se las lleven los huaqueros”. Es cierto que era una vieja tradición que desapareció, incluso gracias a varios de los jóvenes que colaboraron en esas excavaciones (reservo los nombres de hoy excelentes profesionales), que impusieron nuevas normas en el país. Fue parte del final de una época que resulta increíble al ver hoy las fotografías, cada una tomada con una pelea o a escondidas.
En lo personal ya había visto lo que era la arqueología en otros países de América Latina o Estados Unidos, incluso en el país, todos leíamos libros, y la comparación resultaba inconcebible. El sitio era de significación tanto en la parte del cementerio como en la residencial y su estado de conservación era muy bueno en ese momento (Lanzone 1983 y 1988; Lanzone y Suetta 1976). El sitio había sido estudiado años antes por Alberto Casanova entre 1941 y 1943 quien se interesó en las tumbas y ese sector aun es impresionante como necrópolis. De las tumbas extrajo más de 3.000 piezas que se encuentran en el Museo Etnográfico. Pero quedaron en el sitio abandonados miles de huesos humanos dispersos, cuerpos semi-momificados junto a su ajuar, cráneos por doquier, huesos largos apilados, cientos y cientos de fragmentos de telas, vasijas enteras sin decorar y lo que puede verse en las fotos. Fue fácil atribuirle tanta destrucción a los huaqueros, pero no era lo que uno veía. Contradictoriamente un mes después estuve con Casanova en Tilcara, quien estaba con Pelissero excavando un basural con método estratigráfico; fue interesante ya que si bien Casanova no estaba de acuerdo con la técnica, al menos permitía a los jóvenes el hacerlo. Es decir, incluso él ya había cambiado y eso que era un hombre duro para los cambios de cualquier tipo.
No son muchas mis fotografías ya que no sólo me ponían reparos en que las tomara si no que gran parte se perdió con los años, las mudanzas y el fallecimiento de Alexandra, pero muestran lo que me asombró: la barbarie de quienes se asumían como protectores del patrimonio. Pese a todo si de eso se logró obtener información científica ¡lo que hubiese sido si se hubiera hecho bien! Como han dicho con mayor sutileza otras autoras que han trabajado sobre algunos objetos recobrados del sitio y que por suerte se encuentran en el INAPL:
“El paradigma de ese momento favoreció que se perdiera toda información contextual de muchos de los objetos encontrados” (Pérez y Killian Galván 2011).
Las fotos que difundo al encontrarlas ahora no necesitan explicación y lo increíble es que no era 1940 con Casanova, estábamos en la mitad de la década de 1970 en que imperaba en el mundo la Nueva Arqueología desde hacía un decenio. Esperemos que estas fotos le sirvan a alguien en el futuro para ver el contexto y algunos otros objetos excavados. Y los menhires perdidos y el hallazgo de la estructura incaica tan interesante para la arqueología de la región. Desconocemos cómo se logró que los objetos que estaban en la Universidad del Salvador, que luego pasaran a la de San Andrés, llegaran finalmente al INAPL, pero es realmente satisfactorio ver que algo se ha salvado de aquella excavación. Las ridículas fotos de Alexandra y mía, con expresiones respectivas de enojo y alegría, son el inicio y el final de una horrible discusión con Lanzone sobre qué llevar y qué destruir y que definió nuestra partida de lo que no me arrepiento. Nunca voy a olvidar las expresiones de Rex González cuando, a mi regreso, le mostré las fotos y la manera de trabajar.
Los menhires tallados en los recintos
Años después de Casanova trabajó en Doncellas Martha Ottonello, entre 1969 y 1971, haciendo un interesante aporte y citando la existencia de menhires entre otras cosas que significaron una primer interpretación científica del sitio en el sector del asentamiento (1973). Más tarde fue cuando Suetta y Lanzone excavaron allí (1976).
Las excavaciones de los recintos se hacían a pala por peones sin llevar registro alguno y se tomaba alguna nota al terminar y nunca fotos durante el trabajo. Las piedras excavadas se colocaban encima de las paredes –haciéndolas tambalear-, y la tierra se dispersaba por cualquier parte alterando todos los niveles del lugar, ya que lo arrojado llevaba fragmentos de cerámica e invertía la estratigrafía de zonas enteras. Al sacarse lo que pudiera haber enterrado al fondo de cada recinto, sean menhires, cerámicas enterradas o tumbas en forma de cista, se demolían los muros y se echaba un poco de tierra junto con lo que hubiese cerca. En su momento denuncié esta destrucción de recintos en un artículo en la revista Runa que levantó sus polémicas (Schávelzon 1989) -la fecha aparece por error como 1973-. En las fotos pueden verse algunos de los menhires de perfecta manufactura y pintados al menos en una de sus caras, al menos recuerdo uno con pinturas rojas y negras de tres lados del que se llevó un único fragmento. Fue tan brusco lo visto que me llevó a hacer años más tarde y junto con Ana María Lorandi unas Recomendaciones para las excavaciones en sitios precolombinos (Schávelzon y Lorandi 1992).
La estructura de bloques escuadrados
Durante el recorrido del sitio para hacer el mapeo pude observar un conjunto de construcciones que no había sido identificado aun, o al menos no nos lo habían señalado ni figuraba en publicaciones, del que no había referencias y que parecía ser de gran interés. Lo que se veía a simple vista era una estructura rectangular baja con una escalera frontal hecha con bloques de piedra bien escuadrados, tallados con calidad. Por la poca experiencia que yo tenía era evidente que no se relacionaba con nada de lo visto en el resto del sitio que se estaba excavando, era una arquitectura diferente y que en base a lo que sabía parecía Incaica, o hecha bajo su influencia. Al reportarlo se me indicaron tres cosas: 1) que “esa zona era de otro arqueólogo” (¿?), 2) que tenía “absolutamente prohibido ir por ahí viendo cosas raras”, por lo que mi plano debía reducirse a la zona de excavación, y 3) que no existía la arquitectura Inca o de influencia Inca en el país. Es decir: lo que había visto no existía (suerte que tomé fotografías). Esto llevó a una discusión que la resolvió el poder de la directora: o yo no había visto nada o me iba.
Años más tarde le envié las fotos a Rodolfo Raffino quien por suerte excavó el sitio y lo identificó formalmente, sin saber que había sido visto antes y que por simple negligencia de otra profesional no había sido estudiado (quizás fue mejor así). Las fotos son testigos elocuentes.
Los muros revocados
Otro de los conflictos suscitados fue el de la existencia de paredes revocadas en la zona de Los Farallones, tumbas al parecer, pero de las que al menos existían algunas con muros demasiado altos y formando espacios rectangulares amplios, como para esa función. Parecían haber sido parte de recintos. Mi interpretación, sin prueba alguna, era que podían ser posteriores, españolas o al menos coloniales y que valía la pena estudiarlas en detalle. En ese entonces ni se sospechaba que podían encontrase, como hay en todo el área andina, reusos hispánicos tempranos de construcciones prehispánicas. La pared mayor fue destruida al día siguiente al tratar de sacar fragmentos de telas tirando de lo que asomaba de ellas –se rompían obviamente-, y como algunas grandes estaban debajo de la pared –dato muy significativo- se decidió demoler parte del recinto. No recuerdo si el muro que se ve en la fotografía es de ese recinto o es otro, pero servirá para quienes trabajan el sitio.
Bibliografía citada
Alfaro de Lanzone, Lidia. 1983. Investigación Arqueológica en la Cuenca del Río Doncellas (Prov. de Jujuy). Integración de la Puna Jujeña a los Centros Cúlticos Andinos. Relaciones de la sociedad Argentina de Antropología. Tomo XV, Pp. 25-47.
– 1988. Investigación en la Cuenca del Río Doncellas. Dpto. de Cochinoca, pcia. de Jujuy. Reconstrucción de una cultura olvidada en la puna jujeña. Imprenta del Estado de la Provincia, Jujuy.
– y J. Suetta. 1976. Excavación en la cuenca del río Doncellas. Antiquitas XXII-XXIII.
Casanova, Eduardo. 1943. Comunicación acerca del Yacimiento de Doncellas. Boletín de la Sociedad Argentina de Antropología, Resúmenes de actividades, pp. 5-6.
Pérez, Martina y Violeta Killian Galván. Doncellas (Puna Septentrional, Jujuy, Argentina). Nuevos enfoques a partir del estudio cerámico y del análisis paleodietario. Estudios Atacameños no. 42, pp. 79-100, 2011.
Schávelzon, Daniel. 1989. La restauración de arquitectura prehispánica en la Argentina: notas para su historia. Runa vol. XIX. Pp. 83-93.
– y Ana María Lorandi. 1992. Recomendaciones para la preservación de sitios arqueológicos cuando se realicen excavaciones arqueológicas. Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. Buenos Aires. http://www.danielschavelzon.com.ar/?p=9
Referencias
[1] Lo que se hizo está en manos de Rodolfo Raffino en el Museo de La Plata.
Galería de Fotografías