Artículo presentado en el 3er. Congreso Latinoamericano de Cultura Arquitectónica y Urbanística, realizado en la ciudad de Salta (Rep. Argentina), el día 2 de diciembre 1993.
Estamos entrando al siglo XXI. Esta verdad de perogrullo debe servirnos para darnos una dimensión más clara del fracaso que hemos tenido en la restauración de sitios arqueológicos. Lo hemos tenido en cuanto a una Nación que no ha sabido asumir su responsabilidad con los gobiernos provinciales y municipales que mas allá de la buena voluntad tampoco han sabido -salvo dos o tres excepciones- comprender la envergadura de lo que heredaron, y en cuanto a los profesionales que soslayamos un problema que ya estaba bien definido hace medio siglo. Las culpas son de todos y no son de nadie, eso lo sabemos bien, pero los sitios prehispánicos siguen esperando una respuesta.
Hace más de quince años presenté el primer trabajo que analizaba y criticaba la falta de conservación de los sitios arqueológicos argentinos1, y planteaba lo que creía que eran los problemas. Mucha tinta ha corrido desde allí y muchos se han sumado a esta campaña. Pero muy poco es lo que realmente ha cambiado. Hace pocos años mostré en un libro cómo las acciones de preservación de la arqueología cumplían en Perú y en México su 200 aniversario, y hace poco -en 1981- se celebró el centenario de la primera restauración hecha por el estado en un país de la región. En estos años celebramos el centenario de la primera restauración arqueológica hecha por una universidad extranjera en Honduras. Por dar otro ejemplo, la primera restauración hecha en Guatemala, en 1912, es casi contemporánea a la primera en nuestro país. Y mientras ellos ya han intervenido unos 100 sitios -en condiciones económicas y sociales más difíciles que las de aquí-, nosotros estamos entrando al siglo XXI sin haber logrado establecer una política de preservación.
Hemos visto que la restauración de los sitios nació en 1908 cuando Juan Ambrosetti y Salvador Debenedetti inciaron una especie de anastilosis en Tilcara2. Es posible que haya sido una acción puramente romántica, una expresión del tardío Positivismo que cubría la cultura de Buenos Aires, y que en el interior tenía más fuerza aun. También sabemos que a partir de esa acción inacabada sólo hubo trabajos parciales y esporádicos durante mucho tiempo3. No sabemos porqué, lo cierto es que entre cambios políticos, golpes de estado, construcción de una historia oficial «sin indios», los sitios fueran quedando abandonados. Es cierto también que en la década de 1940 la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, no casualmente fundada por Ricardo Levene, paradigma de la historia oficial, declacara como Monumentos Históricos Nacionales las ruinas de Tolombón y Chilecito (Tambería del Inca). Pero también los dejó abandonados al día siguiente. Podríamos incluso leerlo como una simple acción de buena voluntad, cuando no como una forma de completar una imagen de la historia, aunque nada se hiciera por ellos. Fue para 1950 cuando una acción nuevamente individual, esta vez de Eduardo Casanova y la Universidad de Buenos Aires lograrían actuar en un proyecto a largo plazo, para preservar y reconstruir Tilcara. Hoy podemos ver lo que nos parece absurdo, esa reconstrucción casi hollywoodiana, sin respeto por las normas arqueológicas. Pero es cierto que eso es lo que se hacía en toda América Latina en la época. México no iba mejor en el asunto. Y la infraestructura creada: residencia universitaria, museo, camino de acceso, cuidado y protección, no han sido superados en todo el país.
Con los años la acción de Casanova, que hubiera sido positiva si se hubiera logrado superar críticamente, fue en cambio asumida treinta anos mas tarde en forma totalmente acrítica: la reconstrucción de Quilmes avalada por la dictadura militar llevó los errores al máximo y los logros científicos al mínimo. Lo que pudo ser la gran oportunidad para la restauración se perdió, produciendo no un error más, lo que no sería grave, sinó una regresión de medio siglo. Estamos terminando los ´90 y no lo pudimos superar. Sabemos que se están haciendo intentos, estamos trabajando en ello, pero los resultados aun están esperando.
Cabria ahora preguntarnos muchas cosas: ¿es posible que entremos en el siglo próximo sin haber superado el tema, ni en la teoría ni en la práctica? Si debemos aceptar que se han logrado algunos avances: por ejemplo que las excavaciones arqueológicas no sean tan destructivas, que tapen sus trincheras y pozos, que no desarmen paredes, que no tiren tierra en cualquier parte, que no coloquen piedras sobre los muros4. Hay proyectos que han incluido expertos en estos temas que han logrado hacer evaluaciones muy ajustadas5.
Se han establecido fichas básicas para el relevamiento de deterioros y de estado real: pared por pared6, se han iniciado los mapeos detallados de los sitios como conjuntos, ya no por unidades o recintos aislados7, se han establecido los primeros parques arqueológicos privados del país8. También la legislación provincial ha avanzado notablemente, aunque muchas veces sólo sea letra muerta, por lo menos tenemos la letra escrita.
La Comisión Nacional ha planeado acciones al respecto, recogiendo un desafío histórico. Las posibilidades son pocas y complejas, pero se ha empezado a planificar formas de intervención que permitan acciones concretas. Junto con la Dirección de Arquitectura del ex Ministerio de Obras Públicas se han hecho reuniones técnicas a escala nacional, se han nombrado delegados regionales y se ha formalizado una Comisión Asesora de personalidades reconocidas. Se ha comenzado con las declaratorias de varios sitios como Monumentos Nacionales posibilitando así hacer obras en ellos. Ahora se está trabajando en un sistema que permita establecer los parámetros para la selección de los sitios a ser declarados en el futuro, de tal manera que contemplen la mayor variedad y representatividad posible. Enumerar todo lo que se ha comenzado a hacer es largo de detallar, pero son sólo las acciones iníciales, pioneras, que distan mucho de permitir resolver los problemas de fondo que nos preocupan.
Ahora podemos preguntarnos qué fue lo que fracasó. ¿Fue el proyecto de nación que no tenía cabida para el tema?, ¿fue un problema cultural de ciertos grupos sociales que detentaron el control de ella?, ¿fueron generaciones de profesionales desinteresados por el futuro de su objeto de estudio?; ¿es un problema institucional, político, social, educativo? Todos podemos adelantar respuestas y ya lo hemos hecho una y mil veces, pero la cruda realidad sigue operando en forma implacable: sin una política y acciones para preservar el legado arqueológico. Podría ser posible en una Argentina como la nuestra una acción como la que ha decidido hace un decenio el Instituto de Antropología e Historia de Guatemala: el país invierte sus recursos en preservar y restaurar, no en excavar o aumentar conocimientos salvo que estas acciones están unidas a las otras prioritarias. Puede ser un ceso para reflexionar.
El otro aspecto que cada vez se torna más evidente, a la vez que mas difuso, es el de los roles de los municipios y las provincias. En toda América Latina el consenso es que los estados nacionales son los que intervienen en los temas arqueológicos; no importa si son países mas menos federales, la arqueología es un tema nacional que, como en México, puede estar descentralizado en organismos con sede en las provincias más importantes (algunas sedes son regionales); en nuestro país en cambio, al dejar la nación abandonado el campo, las secretarias de cultura de las provincias han consolidado su posición regente en cada zona. Esto no es ni bueno ni malo de por si, sino un resultado histórico más que el final de una política establecida adrede.
Creo que es el momento de reflexionar acerca de esto y lo que pasará en el futuro mediato.
Sería preocupante pensar que el que los sitios arqueológicos se hayan preservados sea sólo el resultado de su marginalidad y su olvido. Por ejemplo podemos recordar el saqueo de objetos arqueológicos, el famoso huaqueo que asoló a las ruinas con especial furor en la década del 60′: hoy se ha reducido en formal desproporcionada a lo que esperábamos ¿Qué ha pasado?, muy simple: los objetos arqueológicos han sido desplazados del mercado de arte internacional por otros bienes que han centuplicado su valor. Hoy casi no vale nada una vasija cerámica y es antieconómico ir a buscarla; salvo los objetos de piedra o metal nada vale ni el costo de su huaqueo. Un factor externo está actuando a favor nuestro, aunque más vale que no lo hiciera. Nuevamente no sabemos si es mejor el remedio o la enfermedad.
No tiene sentido seguir discutiendo esta temática: las cartas están sobre la mesa y el estado actual es claro. El pasado ya ha sido estudiado, el presente lo conocemos; sólo falta actuar para el futuro.
Bibliografía y notas:
1. Daniel Schávelzon (1976), «La restauración de monumentos prehispánicos en Argentina: ideología y política en el caso del Pucará de Tilcara», Simposyum Interamericano de Conservación del Patrimonio Artístico, Instituto Nacional de Bellas. Artes, pp. 66-69, México (publ. 1979).
2. Salvador Debenedetti (1930), Las ruinas del Pucará de Tilcara, Instituto de Antropología, Buenos Aires. Daniel Schávelzon (1989-90) «La restauración de arquitectura prehispánica en la Argentina, notas para su historia», Runa vol. XIX, pp. 83-93, Buenos Aires.
3. Entre otras ya hemos discutido las de Ranchillos y otras contemporáneas (Schávelzon 1989-90), op. cit.
4. La Comisión Nacional ha comenzado a publicarlas desde 1992.
5. Se trata de los estudios hechos por Marcelo Magadán para el equipo de arqueólogos dirigidos por Myriam Tarragó, con excelentes resultados y en un tipo de investigación interdisciplinar modelo.
6. Marcelo Magadán (1988), Propuesta de una ficha para el relevamiento de restos arquitectónicos en sitios prehispánicos, Programa de Arqueología Urbana, Buenos Aires.
7. Daniel Schávelzon y Marcelo Magadán (1992) «Potrero de Payogasta: la arquitectura de una ciudad incaica del noroeste argentino», Ancient America: contributions to the New World archaeology, pp. 173-188, Oxbow Books, Oxford.
8. Eduardo Berberián ha establecido ese primer parque arqueológico en Tafí del Valle, Tucumán.