Viollet-Le-Duc y la visión europea de la Arqueología maya en el siglo XIX

Viollet Le DucPonencia presentada en nombre de la Dirección General de Extensión Académica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la IVª  Mesa Redonda de Palenque, realizada entre los días 9 y 13 de junio de 1980.

La arqueología de América no la han escrito sólo los arqueólogos. Y gracias al marcado auge que la historia que esta especialidad ha tenido en los últimos años, es posible reconocer que, en particular durante el siglo XIX, muchos viajeros, escritores, dibujantes y aventureros dieron a conocer gran parte del legado histórico de América Latina. Pero a veces estos escritores ni siquiera estuvieron en los sitios que describían y analizaban, dando muchas veces los resultados por todos conocidos: una visión deformada, cargada de romanticismo, de las ruinas de América. Otros en cambio permanecieron y las estudiaron durante largas temporadas, pero pese a eso sus grabados, dibujos y escritos también difieren bastante de la realidad (De la Fuente y Schávelzon 1976; Schávelzon 1980; Bernal 1979). Estaban imbuidos del espíritu de su tiempo y de las formas de pensar y ver al otro predominante.

En estas notas queremos recordar un hombre que ha sido tradicionalmente olvidado en América Latina en este aspecto: hablo de Eugene Emmanuel Viollet-le-Duc, el más importante arquitecto, restaurador e historiador de la arquitectura europea del siglo pasado. Todos nosotros conocemos algo acerca de sus trabajos de restauración en las grandes catedrales góticas de Francia, su obra innumerable –que luego detallamos-, y su lucha incansable por proteger la herencia cultural francesa de su sistemática destrucción.

Viollet–le-Duc también le prestó atención a la arqueología de México en general, y a Palenque en particular. Sobre el tema escribió y publicó dos trabajos, uno más simple, otro más extenso, que le valieron que el Emperador Maximiliano de Austria, a la sazón Emperador de México, le enviara en 1863 la Orden de Guadalupe. Lamentablemente, aunque por suerte, la caída del Imperio frustró el viaje de Le-Duc a este país.

Había nacido en Paris en 1814, falleció en Lausanna, Suiza, en 1879 y fue discípulo de varios arquitectos importantes de Francia: Henry Labrouste, Achille Leclere y otros. Durante 1836 y 1837 viajó mucho por Europa, en especial por Italia, estudiando las obras clásicas y al regreso a su tierra natal se entregó de lleno a la época Gótica y su arte. Poco después, J. B. Lassus llevó a Le-Duc como “arqueólogo” en sus obras de restauración de la iglesia de Saint Germain l’Auxerrois (1838). Se entendía que lo era quien se ocupaba de los restos materiales del pasado, a nadie se le pasaba por la cabeza ni la función actual ni la excavación siquiera. Al año siguiente se lanzó de lleno a la primera obra de restauración arquitectónica del mundo realizada por un gobierno: la iglesia de La Madeleine de Vezelay. Esta obra fue el inicio de una cadena interminable de trabajos de gran escala: la Saint Chapelle de París, la abadía de Saint Denis, la fortaleza de Carcassona, el castillo de Pierrefonds, Notre Dame de París, la iglesia de Saint-Sernín de Toulouse, entre otras. Además construyó edificios civiles y religiosos en estilo neogótico que contribuyó a fomentar, y fue el más ferviente impulsor de la corriente medievalista europea tan importante en la época: recordemos además a los Hermanos Pre Rafaelistas y a William Morris en Inglaterra.

Su obra publicada es monumental: citemos los diez volúmenes de su Dictionnaire raisoné de l’architecture francaise du XIe. au XVIe. siecle (1854-68), sus seis tomos del Dictionnaire raisonné du mobilier francaise de l’epoque Carlovingienne a la Renaissance (1858-75), los Entretiens sur l’architecture (1858-72), L’art Russe (1877) y De la décoration appliqué aux edifices (1879), por citar solamente los más conocidos.

Vista general de las ruinas de Uxmal

Todo esto lo transformó en el principal teórico y constructor del historicismo como concepción “racional” de la arquitectura, a la vez que un despiadado detractor de las academias. También un marcado nacionalismo cubrió sus obras.

Los dos trabajos que publicó sobre las ruinas y arqueología de México fueron la introducción al libro de Desiree Charnay, titulada Antiquités Américaines de 1863 y luego La Historia de l’habitation humaine depuis les tempes pehistoriques jusqu’a a  nos jours en 1884. El primero es un largo trabajo que da un panorama general de América, en particular de Palenque, Chichén Itzá, Uxmal e Izamal, mientras que el segundo es más simple y dedicado a los diferentes tipos de vivienda. Todos sus dibujos son realizados por el mismo y las fotos que utiliza son las de Charnay, a quien cita incansablemente.

También en su lectura se nota que ha leído prácticamente toda la bibliografía publicada a esa fecha: Humboldt, Aubin, Prescott, Brasseurg de Bourbourg, Dupaix, Clavijero, además de un buen manojo de los cronistas tales como Sahagún, Veytía, e Ixtlixóchitl. El Popol Vuh está citado, por lo menos, una vez por hoja. Lo que sí es interesante es su desconocimiento –pese que al menos usa una de sus ilustraciones-, de Stephens y Catherwoood al igual que del Conde Waldeck.

El trabajo más extenso, el que ya dijimos que fue incluido como introducción al libro de Desiree Charnay, llamado Cites et ruines americanes: Mitla, Palenque, Izamal, Chichen Itza, Uxmal (1863), se titulaba “Antiquités Americaines” y es un análisis general de la arquitectura de esa mismas ciudades. Está basada en la bibliografía conocida de la época y en especial en las fotografías de Charnay, que recordemos fueron las primeras publicadas en el mundo sobre Palenque.

Planta del llamado Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal

Corte de una doble estructura abovedada de Uxmal

El libro comienza con una frase interesante para la época en que fue redactada: “Después del comienzo del siglo, las antigüedades mexicanas han preocupado, no sin razón, al mundo culto”. Luego una larga apología de Humboldt continúa el texto. Es notable, que en general, este autor sigue a Humbolt en muchos detalles y en especial en su visión general del arte prehispánico. Plantea que el doblamiento de América se realizó por Behring, pero pocos siglos atrás, posiblemente no mucho antes de la era cristiana. Los pobladores de México pasaron por épocas de apogeo importantes a lo largo de su historia, aunque a la llegada de los españoles se encontraban ya en una época de plena decadencia. A partir de allí comienza a desarrollar la hipótesis central del libro: tratar de identificar las “razas” de México con las obras arquitectónicas y artísticas. Es decir, que plantea que cada “raza” -blanca, amarilla, negra, etc.-, fue caracterizada por producir un único y particular tipo de construcciones, que esta tipología fue universal y constante a través del tiempo, y gracias a ella era posible reconstruir la prehistoria del continente americano. Obviamente esta concepción racista no estaba lejana de otras similares que caracterizaron la ideología europea del siglo XIX.

Más adelante procedió a realizar una simple descripción geográfica del continente, para luego plantear que éste estaba poblado por lo que él llama “razas jóvenes”, al igual que la India, Japón, China y el occidente de Europa.

Describe, someramente, algunas características de las culturas prehispánicas de México y centró su atención en los sacrificios humanos como aspecto negativo, y en la existencia de variados tipos de escritura como positivo. Incluso acepta que los glifos de Palenque, Uxmal y Chichen Itza son un sistema de escritura no comprensible.

En esa parte realizó uno de esos malabarismos históricos tan comunes en la época: identificó la mitológica Thule con la histórica Tollán (Tula), basándose en las ideas del abate Brasseurg de Bourbourg. Lo interesante es que ubica a la Tula de los Tolecas, siguiendo a Charnay, en su lugar actual, diciendo textualmente que “Tula o Tollán, una de las capitales del Anahuac, a catorce leguas del norte de México, ahora la pequeña villa de Tula, camino a Querétaro” y la coloca en el tiempo en el siglo X. Pero esta precisión se torna difusa al encontrar elementos que unen a Tula con la península de la Florida.

Un poco más adelante inicia el intento de encontrar cual fue la “raza” que pobló el continente. En primer lugar llega a la conclusión que es imposible que esta haya sido “la raza aria pura”, si no simplemente “un filón de la raza blanca”. Relaciona estos grupos con los Scitas, con las sagas de Islandia, con el sur de Estados Unidos y plantea que los nahuas provienen de la Florida. Un detalle interesante que surge más adelante es que las pirámides de Teotihuacán se erigieron en honor de Hun-Ahpú.

No tiene sentido describir todos los elementos de este tipo, algunos verdaderos y lúcidos como lo de Tula, otros imaginarios y absurdos. Por ejemplo, concluye que los pueblos de México eran “jóvenes” ¡porque no conocían la leche! También revisó los datos conocidos a la fecha sobre contactos con los Escandinavos. Otra cita que consideramos importante es cuando desarrolla una idea acerca de las fortalezas: en ella plantea que tenían un carácter estable porque eran los mecanismos que tenían los grupos dominantes para sojuzgar al pueblo y obligarlo a producir en beneficio de los grupos dirigentes. Pese a su racismo, y teñido de él, vislumbra una realidad formada por clases sociales y por explotadores y explotados.

A partir de esta sección del texto, comienza con la comprobación de la hipótesis inicial: la identificación de tipos raciales con técnicas constructivas. En primer lugar arriba a la conclusión de que en México y el Yucatán existen dos épocas de construcción, o quizás dos escuelas o dos poblaciones diferentes, producto quizás de la mezcla en grados diferentes de dos “razas”. Su idea es que el Yucatán, que para él son las ruinas más logradas, posee más sangre blanca, mientras que Mitla y Palenque poseen menor cantidad. Luego continúa con una larga disertación sobre las características raciales de los habitantes actuales de las regiones citadas, para finalizar con un largo análisis del Popol Vuh.

La segunda parte del trabajo está dedicada al análisis detallado de edificios y sitios arqueológicos. Comienza aseverando que no corresponden ni a una sola raza ni a una misma época, e indica a Palenque como el más antiguo, producto de la mezcla de sangre indígena joven con la “primera migración de sangre blanca, los Olmecas”. El Yucatán, en cambio, es posterior, correspondiente a una supuesta invasión blanca, Quiché, sobre el Imperio de Xibalba, Palenque; y todas las ruinas de la región habrían sido construidas en menos de un siglo. Mucho más tarde, a partir de las tribus Quichés de Tullán, se establece Mitla.

Intento de reconstrucción de un sector de la fachada del Cuadrángulo de las Monjas en Uxmal

El primer lugar estudiado en detalle es Izamal, donde describe la famosa máscara de estuco dibujada por Catherwood, y destaca su hechura y el uso de cal en la construcción. Luego toca extensamente a Chichén Itzá. Una descripción rápida y general es seguida de varios elementos destacables: muestra diferencias constructivas con Palenque, enseña el interior de un aposento abovedado, destaca las pinturas de los templos de los Tigres y Jaguares y da importancia a los tocados de los personajes esculpidos sobre las columnas del Templo de los Guerreros y a los objetos que sostienen en sus manos. Llama la atención sobre un dintel hecho de madera de chicozapote, totalmente grabado y pintado en negro, rojo, amarillo y blanco. Luego pasa a Uxmal, sitio del que nos da también una descripción general y un plano del lugar. Abunda sobre la decoración de los frisos, en particular de los que él considera como  resultado de la transposición de una estructura de madera a la piedra. Las típicas rejas de columnillas Puuc, también las ve como un resabio formal de empalizadas de tronco.

Finaliza con una frase apologética para México, diciendo que las fotografías de Charnay “son suficientes, y por demás, para demostrar hasta a los menos lúcidos, que esos, monumentos no pudieron haber sido construidos más que por un pueblo que hubo llegado a un grado de civilización considerable”.

El otro lugar que describe es Palenque. Aclara, de entrada que es el más importante de México y que sus ruinas son diferentes en todo a las del resto del país, y en especial que “ni como plano ni como decoración, no se asemejan en nada a las Yucatecas”. Luego nos llama la atención en relación al “bajorelieve llamado De la Cruz” y a sus figuras humanas, destacando que estas tampoco tienen nada que ver con las representaciones humanas de otras regiones. Establece que pese a ser el más antiguo, es un arte en decadencia. Aquí encontramos otra fase interesante que plantea el problema del saqueo y destrucción del patrimonio arqueológico, cuando nos dice que:

“Desde que los edificios de Palenque salieron del olvido, si no deben lamentar más el vandalismo de los fanáticos, en cambio sufren la destrucción metódica de los aficionados. La mayoría de los viajeros curiosos arrancan fragmentos para enriquecer sus colecciones. Una de las partes del bajo relieve de la Cruz fue llevada de esta forma; la otra, arrancada de su lugar, quedó en medio de la maleza donde el señor Charnay la pudo fotografiar. Pero tal es todavía el estado de barbarie de nuestro tiempo, a pesar de que pretende ser civilizado, que durante nuestras discusiones sobre dicho monumento cuya existencia es de importancia para la historia del mundo entero, cualquier viajero oscuro se lleva o destruye para siempre el objeto de tales discusiones: ¡y ello no ocurre sino en Palenque!”.

Debemos recordar, para ser justos, que fue en realidad el Conde Waldeck quien impidió el traslado a Estados Unidos de ese tablero y de otras piezas más, Viollet-le-Duc, al igual que Charnay, sin duda conocían esto, aunque no lo citan en forma específica (Echánove Trujillo, 1975).

Con esto y algunas notas más, termina sus descripciones de edificios y ciudades mayas, para adentrarse en Mitla y Oaxaca en general. El paso posterior es el de las conclusiones, en donde queremos sí, detenernos nuevamente un poco.

En general, sus resultados finales atañen a los siguientes puntos: la superioridad formal del Yucatán sobre Palenque, el que ambos son el resultado de una sociedad hierática y teocrática, en la que:

“las civilizaciones fundadas sobre una teocracia, nunca han podido establecerse sino en donde se manifestaba la presencia de una raza superior, en medio de una raza inferior, y donde esta última era bastante numerosa y fuerte para no ser anonadada. La teocracia no existe si no con el principio de las castas, y estas no están instituidas en el estado del orden social, si no en los países en donde una invasión aria ha sido bastante poderosa”.

Siempre la misma idea: sólo hay obras de arte en donde los blancos arios han sojuzgados a los indígenas, una magnífica excusa para el imperialismo racista europeo.

Portada del libro Historia de la habitación humana en su versión original

Otros conceptos son: que las pirámides surgen siempre como monumentos funerarios y luego cambian su función, que los probables pobladores de Palenque eran los Colhuas, llegados por mar unos nueve o diez siglos antes de nuestra era, y que ellos también eran los fundadores de Mayapan. Que Hunahpú e Ixbalanqué eran de raza náhuatl pura, y que la primera Tullán se encontraba ubicada entre Palenque y Comitán. Cronológicamente afirma su idea de que Palenque pertenecía a una raza indígena pura, la que se mezcló con invasores blancos quichés, pero el Yucatán es náhuatl y muy posterior. Un resumen general nos lo da en una de sus últimas páginas, y como es un buen esquema de este desarrollo cultural “cronológico-racial”, lo reproducimos entero:

“Para resumir en pocas palabras, hay razón para creer que la América Central, México y Yucatán, estaban ocupados algunos años antes de nuestra era, por una razón o mezcla de razas que participan sobre todo de razas amarillas; que estas poblaciones, de costumbres bastante dulces, habiendo llegado a ese grado de civilización material para la que los amarillos son particularmente más aptos, practicando sin embargo los sacrificios humanos y las pruebas religiosas crueles, lo que no es incompatible en estos pueblos con una organización muy perfecta, con el culto de las artes y los hábitos del bienestar; que estas poblaciones, decimos, vieron implantarse en medio de ellas, unas tribus de raza blanca que vinieron el nordeste, teniendo en un grado mucho más alto las aptitudes civilizadoras; que estos recién venidos, guerreros, valientes, se apoderarían ponto del poder, instituirían un régimen teocrático, y que con esa prodigiosa actividad que distingue a las razas blancas fundarían muchas ciudades, sometido el país a una especie de gobierno feudal, o más bien de castas superiores, y levantarían esos inmensos monumentos que hoy nos sorprenden por su grandeza y por su carácter extraño.

De manera que colocaríamos los edificios del Palenque en la serie de los monumentos construidos por los indígenas antes de la sumisión de Xibalba, los de Yucatán inmediatamente después de la dominación de los Quichés, de la raza conquistadora superior, y los de Mitla entre los derivados de la influencia quichea, posteriormente a la separación de las tribus reunidas en Tullán. Los monumentos cuyos restos se ven aún en la América Central, que nuestro amigo Daly ha visitado y de los cuales estamos esperando una descripción, serían debidos a la vuelta de las tribus quicheas al norte y al nordeste después de la caída de su dominación en la península yucateca, debilitadas como estaban por sus querellas y un levantamiento de la antigua población indígena”.

Finaliza, tras varias apologías a la raza blanca, con una frase antológica: “tal vez hemos llegado al momento en que una intervención europea en México, permitirá romper los velos que cubren aún la historia de aquella hermosa región”. Estaba hablando de la invasión militar imperialista de Maximiliano de Austria a México.

El capítulo sobre México incluido en el otro libro de Viollet-le-Duc ya citado, Historie de l`habitation humaine, denominado “Les Nahuas, les Tolteques”, narra la llegada ideal de dos viajeros, Epergos y Doxi, quienes estaban recorriendo el mundo antiguo con el objeto de describir la vivienda a través de los siglos. Estos llegaron a América desde el Asia y se dirigieron primero hacia Uxmal. Allí fueron recibidos por un sacerdote, Nimak, quien les mostró la ciudad y les describió su historia desde los olmecas en adelante. Lógicamente éste residía en el Palacio del Gobernador.

La descripción general es interesante, en ningún momento cae en la idea de que Uxmal era un centro ceremonial, si no por el contrario, que era una verdadera ciudad, con calles alineadas, jardines, casas del pueblo y de la clase alta, terrazas, etc. Incluso realizó una perspectiva aérea de parte de Cuadrángulo de las Monjas digno de mención. También completó el artículo con varios dibujos magníficos, tal como un sector de fachada con mascarones de Chac, pero sin nariz.

Más adelante regresó a su conocida teoría de una raza dominante y otra dominada, el paso del arte Maya de una época de infancia a otra de corrupción, de ancianidad, casi sin interrupción. Una de las insólitas ideas que desarrolló era la siguiente: la arquitectura de los palacios, formada en el interior por habitaciones todas iguales, sin ventanas y ordenadas en hileras continuas, se asemejaba a la forma de vida de los animales, y que eso entraba en contradicción con la maravillosa decoración exterior. Termina con una visión romántica e ideal del territorio mexicano, tal como era lógico de esperar.

En cierta forma, estos dos trabajos nos permiten reconstruir la visión que un Europeo, aunque no un cualquiera, tuvo de las ruinas de México durante el siglo pasado. Lógicamente hoy vemos la arqueología con otros ojos: más allá del racismo y en base a información específica y fidedigna. Pero nunca está demás el recordar como otros vieron nuestro mismo objeto de estudio. Muchos criticaron a Viollet-le-Duc el que escribiese sobre los mayas o los aztecas sin haber pisado jamás el territorio americano, pero no fue el único en esa misma situación. Con anterioridad, presentamos en esta misma Mesa Redonda otros tres casos similares y entre ellos el gran Victor Hugo.

Cabe preguntarse cuál es su importancia. En realidad, le-Duc la tuvo, y bastante: fue uno de los principales difusores de la historia de la arquitectura, y un incansable predicador de la aceptación de otros tipos de arte fuera del occidental. Esto no le quita su visión desde una cultura francesa considerada superior; fue parte de la larga lucha que tuvo que sostener la arqueología americana para ser aceptada como tal dentro de la historia del arte universal.

Rostro de un supuesto indígena maya dibujado por Viollet-le-Duc como viñeta de su libro

Bibliografía

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  • BERNAL, Ignacio
    1979   Historia de la arqueología de México, Porrua, México.
  • CAISSE NATIONALES DES MONUMENTS HISTORIQUES
    1965   Eugéne Viollet–le-Duc. París.
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    1977   Los ideales de la arquitectura moderna: su evolución (1750-1950). Gustavo Gilli. Barcelona
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    1863  Cités et ruines americaines: Mitla, Palenque, Izmal, Chichén Itzá, Uxmal. Edición del autor. París.
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    1976   “Algunas noticias poco conocidas que sobre Palenque se publicaron el siglo XIX”. IIª Mesa Redonda de Palenque, vol. III, pp.149-174, Pebble Beach, California.
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    1975   Dos héroes de la arqueología maya: el conde Waldock y Toobort Maler. Universidad del Yucatán. Mérida.
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    1976   La idea de arquitectura: historia de la crítica desde Viollet–le-Duc hasta Pérsico. Gustavo Gilli. Barcelona.
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