Las formaciones mercantiles en América Prehispánica como expresión de procesos de cambio.

Los procesos de cambio

Artículo publicado en «Los procesos de cambio (en Mesoamérica y áreas cincunvecinas)», tomo 1, páginas 367 a 372, de la XV Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología y la Universidad de Guanajuato, realizada del 31 de julio al 6 de agosto de 1972, en la ciudad de Guanajuato, México.

Quisiéramos con estas breves notas, tratar de llamar la atención sobre un tema muy controvertido en la antropología actual: el de las formaciones económico-sociales y en especial el de la importancia que en épocas tardías tuvo la actividad comercial. Somos conscientes que, desde hace muchos años se ha trabajado sobre el tema, pero también sabemos que simplemente a firmar y demostrar que hubo comercio no resuelve demasiado. Debemos intentar comprobar cómo funcionaba el sistema, cuáles eran sus consecuencias, siendo preciso además, que todas las hipótesis que planteemos sean demostrables.

Creemos que la importancia del vasto movimiento mercantil posclásico de Mesoamérica en particular y de toda América en las épocas tardías, nunca fue suficientemente valorada en cuanto a formación económico-social, habiéndosela entendido simplemente como algo secundario dentro de un modo de producción predominante, a tal grado que intentamos postular la hipótesis de la existencia de una formación netamente «mercantil», según el modelo que detallamos. Es necesario aclarar que para formular esta hipótesis, partimos de la aceptación de situaciones muy complejas en América, donde dentro de un modo de producción dominante existieron también áreas centrales dependientes, marginales, etc., con distinto grado de desarrollo y evolución.

Los resultados que planteamos en este trabajo son tentativos y están expuestos sintéticamente. La información referente al Ecuador es el resultado de un trabajo arqueológico realizado en 1976 en las costas de Manabi, Ecuador, y de su comparación con información existente de Mesoamérica y Perú.

Nuestra hipótesis de trabajo podría ser resumida de la siguiente manera: en diversas regiones culturales prehispánicas, producto de procesos de cambio muy profundos, se conforman sistemas económicos netamente mercantiles, que si bien no rompen totalmente con la estructura tradicional, se apartaron lo suficiente de ella como para plantearlos como una formación diferente.

Sus características más notables son: una cultura fluvial-costeña netamente mercantil, con movimientos por agua a larga distancia, una producción masiva para la exportación, la existencia de poblados monoproductores no autosuficientes, una notable secularización, existencia de la asociación peregrino-mercader, el no ser tributario ni militarista, no ser teocráticos y por la destrucción final del «sistema de aldeas», debido a las grandes influencias externas y a una completa reestructuración regional. Por otra parte, estas sociedades institucionalizan un «valor de cambio» que las lleva a desarrollar una «acumulación primitiva de capital»; se produce una elevación general del nivel de vida, el surgimiento de una gran «clase media», la producción de artículos suntuarios industrializados y el pago de materias primas por productos manufacturados. Esta formación se escapa del sistema de control militarista de regiones como el del Valle de México pero convive con él, y su propio método de control es de dependencia económica y política, más que militarista.

Trataremos de desarrollar estos elementos, en forma independiente para tres culturas americanas de muy diferentes regiones, y a las cuales se aplica el modelo casi perfectamente.

La costa ecuatoriana

Las costas ecuatorianas se vieron pobladas desde una etapa precerámica muy temprana, quizás desde el 10.000 AC. Pero seria recién hacia el 3.200 AC. que la primera cerámica del continente harlá su aparición, sentando las bases para la denominada cultura Valdivia (3000-1500 AC). Es interesante ver cómo una cultura tan antigua como esta está distribuida en una enorme región geográfica, cubriendo zonas de variadas ecologías.

Su infraestructura estuvo basada en una agricultura del maíz, en una pesca intensiva y en la recolección de moluscos. Quizás el complemento de ambas dietas -marítima y agrícola- permitió el desarrollo de asentamientos tan densos como el Real Alto. La última de las culturas de la secuencia Formativa, tras la poco conocida Machalilla, es la de Chorrera (1500-500 AC). Vemos en esta un pueblo sumamente desarrollado, destacándose en especial su cerámica de alta tecnología, que nos demuestra la existencia de artesanos a tiempo completo. Al igual que Valdivia, tuvo una gran dispersión geográfica, habiéndose estudiado ya sus contactos con Guatemala (Coa 1960) y otras regiones del continente.

La entrada al período del Desarrollo Regional (aproximadamente 500 AC a -500 DC) está por una regresión geográfica, y vemos cómo cada cultura que lo compone se encuentra ahora reducida a un entorno ecológico homogéneo. Estos cambios deben ser interpretados a la luz de las grandes oscilaciones climáticas que se han producido en la costa ecuatoriana. A partir del Siglo VI DC. aproximadamente, comienza a perfilarse una época marcadamente distinta. En primer lugar es notable nuevamente la gran dispersión geográfica de nuevas culturas: sólo tres ocupan ahora el territorio de las por lo menos ocho de la época anterior. Es el período conocido como de Integración Regional. En la zona norte encontramos la denominada cultura Atacames, todavía casi desconocida; en la cuenca del río Guayas la de Milagro – Quevedo, con una formación netamente hidráulica y grandes construcciones de tierra de la envergadura de las mayores pirámides americanas; y en las costas de Ma­nabí y Guayas la conocida como Manteña.

Antes de comenzar el análisis de esta cultura, debemos recordar la importancia que ya tenía el movimiento de intercambio en la región. Tenemos el ejemplo de las conchas Spondylus y Strombus, que llegaron en grandes cantidades al Perú (desde Chavín) y que son originarias del Golfo de Guayaquil (Paulsen 1974). Asimismo la enorme producción de objetos de oro y plata de La Tolita es imposible de entender, ya que en la región no existe la cantidad necesaria de oro, y no ha sido reportada la existencia de plata o platino. La cultura Manteña es la que más nos interesa, ya que tenemos buena información arqueológica al igual que muchas referencias en los textos coloniales.

En primer lugar, es interesante ver que la región donde se desarrolla es una zona semidesértica, con muy pocas precipitaciones. La provincia de Manabí está conformada por dos microentornos bien diferenciados: la faja costera y la sierra. En ambas se desarrolló la misma cultura, aunque hay una evidente supremacía formal en los cerros. En la costa las lluvias son casi nulas, la tierra es seca y arcillosa, casi sin ningún tipo de vegetal. Las crónicas de los siglos XVI y XVII demuestran que el clima no ha variado desde entonces, y que esta cultura se desa­rrolló en ese entorno. Los cerros son más húmedos, la tie­rra más apta para la agricultura y la ganadería. La costa es seca a grado tal que hasta hace pocos años el agua en las ciudades era recogida de pozos, algunos incluso pre­hispánicos. A través de los cronistas es posible observar la existencia de una marcada especialización productiva en cada región: los cerros producían maíz y cultivos en general; la costa en cambio se dedicaba a la pesca y la recolección marítima. Entre ambas se efectuaba un intercambio constante, que se mantiene hasta hoy. Los españoles observaron el intercambio de maíz por pescado, aunque debe quedar claro que entendemos esto como un mecanismo no comercial.

Es interesante ver como esta organización de «inter­cambio simbiótico», como la llaman algunos autores, per­mitió el desarrollo de asentamientos sumamente densos co­mo la antigua Manta. Pero a partir de este vasto movimien­to terrestre, que con la distancia a la sierra y al Ama­zonas se transforma en actividad mercantil, es que podemos observar el intenso tráfico marítimo que existía a lo lar­go de las costas del Pacífico. Las grandes balsas mante­ñas, en cuyas reproducciones viajeros como Heyerdhal y Al­zar dieron la vuelta al mundo, sirvieron a los mercaderes manteños para realizar un activo comercio. En los sitios de esta cultura se han hallado gran cantidad de objetos que no pertenecen a su territorio: nódulos de obsidiana y espejos, esmeraldas, plata y platino, espejos de pirita, cobre, y objetos colombianos, peruanos y panameños etc. Incluso existe una extensa bibliografía, imposible de de­tallar, sobre las relaciones de Ecuador y Perú con Meso­américa. A cambio de estos productos se llevaban en espe­cial mantas tejidas. Arqueológicamente se encuentran in­gentes cantidades de torteros de hilar, lo que llevó a Jijón y Caamaño (1951) a bautizar a esta cultura, con el nombre de Confederación de Mercaderes. Es evidente una producción masiva y especializada para el comercio exte­rior. El medio de intercambio fue las hachas moneda. El usos de ellas fue desarrollado a tal grado que comenzó a surgir una acumulación primitiva de capital, demostrada entre otras cosas por entierros con miles de hachas moneda anudadas en paquetes iguales, según diferentes tamaños y pesos (Holm 1975). Una lista tentativa de los productos en movimiento puede ser la siguiente: madera, esmeraldas, conchas, pescado seco, sal, obsidiana, metales, textiles elaborados, algodón y lana, vegetales etc. Podemos citar el caso de las exportaciones masivas de caña guadúa hacia la región Chimú, ya analizadas por Viteri (1968).

Este esquema de la estructura del comercio costero es suficientemente claro como para mostrarnos una cultura netamente mercantil, que cumple con casi todos los requisitos de la hipótesis original. Podríamos incluir algunos datos más, como la producción masiva de cerámicas en molde de muy poco valor formal y la asociación peregrino – mercader alrededor del santuario de la diosa Umiña en Manta.

La costa peruana

No quisiéramos insistir demasiado en la situación de las costas peruanas, ya que existe bi­bliografía al respecto. La hipótesis original acerca de la existencia de una estructura económica que se escapaba del sistema de «explotación vertical de un máximo de pi­sos ecológicos» la debemos a Murra (1975). Este postuló la existencia en la costa de un sistema diferente al característico de la sierra. Poco tiempo después, Rostworos­ky (1977) desarrolló con toda claridad el modelo de cien­tos grupos costeños, en especial el de los mercaderes Chin­chas. Es interesante observar cómo estos estuvieron en estrecho contacto con los Manteños, con quienes comerciaban metales por textiles y conchas. Esta autora insiste en la importancia del mar como vía de transporte. En ge­neral, este grupo se inserta en nuestro modelo con hechos tales como el movimiento por balsas a través de largas distancias, los objetos utilizados como moneda, la aso­ciación mercader-peregrino, la plena especialización pro­ductiva y los mercaderes de dedicación exclusiva. Los es­pañoles observaron a los mercaderes Chinchas regresar a Lima desde más allá de Colombia.

Los Putunes de Mesoamérica

Sabemos ya que los Putu­nes (Maya-Chontales) fueron un grupo de comerciantes-na­vegantes de las costas de Tabasco y Yucatán, tal como lo demostró Erik Thompson utilizando información etnohistórica y arqueológica (1975). Este pueblo estaba entregado a las transacciones comerciales a larga distancia, exclu­sivamente por vía fluvial y marítima, a partir de sus en­claves originales en Tabasco. En esta región se desarro­llaron desde el final del Clásico, con una gran influen­cia mexicana. Durante el complejo proceso de cambio que se vivió en Mesoamérica en los finales del Clásico, y que trajo aparejado una reestructuración general de todas las culturas, se produjo en este caso una organización nueva, o más bien diferente de la que asumieron otros grupos Pos-clásicos. A partir de su región central, se expandieron por los ríos Grijalba, Usumascinta y Candelaria.Por mar, todo a lo largo del Yucatán hasta el Golfo de Honduras y quizás aún más. Dominaron sitios claves para el comer­cio como Altar de Sacrificios, Seibal, Ucanal, Cozumel, Mayapán, Isla Mujeres y Chichén-Itzá.

Lo interesante de los Putunes es que estructuraron un sis­tema basado en el comercio, que aprovecharon la coyuntura de los cambios que estaban ocurriendo en esa época en otros sitios, para erigirse en los monopolistas del mercado marítimo, paralelo al terrestre, escapando así al poder me­xicano. Crearon una sociedad más empírica, menos «formal», con una notable secularización del poder político, la a­sociación mercader-peregrino, no sentaron tributos, etc. Con ciertos reparos, podríamos incluir también la supues­ta «propiedad privada» de Cozumel (Sabloff y Rathje 1975) y las plataformas para depósitos de sal. Todos estos cambios muestran una profunda modificación supraestructural de la sociedad Maya, que corresponden evidentemente a modificaciones infraestructurales. Incluso arquitectónicamente es­tos comerciantes se expresaron en forma particular.

El comercio se realizaba entre productos manufactu­rados y materias primas, lo que generalmente crea situa­ciones de dependencia. La moneda más común fue el cacao, aunque existieron otros objetos, pero tenían su valor es­tablecido en un «patrón cacao» fijo. Sería interesante saber hasta qué punto estos mercaderes no dominaron mediante la fuerza, sino articulando una relación de dependencia eco­nómica. Entre los Putunes «los miembros de la nobleza no se consideraban superiores a la actividad comercial» (Thomp­son 1975:174). Es posible que Tabanco funcionase como un centro transbordador de mercaderías no sólo del Valle, sino de la Mixteca-Puebla y del Golfo, y que de alli partieran hacia otras tierras. Cuáles eran las relaciones entre to­dos esos grupos no lo sabemos, pero es clara la importan­cia de estudiar ese mecanismo.

Como síntesis, quisiéramos dejar sentado que con el análisis de estos tres ejemplos no estamos buscando simi­litudes, cosa que no nos lleva a ninguna parte, sino sólo citar algunos de los casos de los muchos que debieron e­xistir, y que se ajustan al modelo teórico propuesto.

Bibliografía

Debido a la limitación de espacio impuesta para la presentación de este trabajo, nos resulta imposible incluir la bibliografía utilizada. Al interesado lo referimos a trabajos anteriores en los cuales se la detalla.

Schávelzon, Daniel G.,
1977a. Arquitectura Prehispánica y Asentamientos en la Costa del Ecuador. A publicarse por el Museo del Banco Central de Guayaquil,
1977b. La Formación Económica de la Costa del Ecuador: la Cultura Manteña. Enviado a los editores de A­merican Antiquity.

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