Historia social de la restauración arquitectónica en México

Vivienda

Artículo publicado en la revista Vivienda, volúmen 6, número 5, correspondiente a los meses de septiembre / octubre de 1981, pps. 434 a 477, México.

I. Introducción

Esta tesis tiene por objetivo fundamental analizar sucintamente algunos de los que consideramos han sido los primeros proyectos de restauración de monumentos en México y América Latina; realizar algunas notas sobre varias ideas referentes a la misma historia de la restauración y conservación del patrimonio cultural, al igual que acerca de su teoría.

El interés en esta temática surgió en la medida en que a lo largo del desarrollo de la Maestría en Restauración de Monumentos, he visto que era poco lo que se sabía en realidad sobre los orígenes de esta especialidad en México, y que también eran pocas las interpretaciones teóricas sobre su papel social, su inserción dentro del sistema político económico general, la ideología que conlleva y demás aspectos. No hay duda que existe ya una larga bibliografía crítica 1, e incluso algunos trabajos en que se ha tratado de llamar la atención sobre la necesidad de construir una Teoría Ideológica y una Historia Social del tema 2, pero esto aún no se ha logrado. Trataremos de demostrar estas ideas y de analizar el porqué.

¿Cuáles son las causas que determinan el surgimiento, en un momento histórico determinado, de una especialidad científica, de una tendencia dentro de las ciencias sociales, de una especialización determinada? Esta es una de las preguntas que en ciertas oportunidades nos hacemos, en particular al ver que, como sucede en este caso, las bases sobre la que se sostiene una rama de la arquitectura ha entrado en crisis. Obviamente la crisis de la arqueología, rama conexa a la restauración, no es nueva, pero en los últimos años se ha agravado. También la restauración de monumentos y sitios arqueológi­cos ha vivido golpes brutales, que no sólo han puesto en duda sus objetivos, sino que han modifi­cado su desarrollo 3.

Esta crisis de la arquitectura es sin duda indiscutible, y más aún la de la restauración: desde 1968 prácticamente todas sus bases teóricas y prácticas han sido duramente criticadas y la bibliografía al respecto es ya muy grande. Por ejemplo, se han revisado temas como la relación entre el sistema capitalista y la conservación del patrimonio 4, la «reconstrucción» hipotética 5, las técnicas de restauración en general 6 los contenidos ideológicos de estos trabajos 7, el uso turístico del patrimonio como causa del subdesarrollo 8; en fin, temas como la renta de la tierra y la arquitectura a conservar, la destrucción oficial, el uso oficial de la cultura, son actualmente puestos en duda y reconsiderados. Y todo esto sin entrar en otros proble­mas más importantes aún: qué es y qué no es la «cultura», qué es conservar y qué es restaurar, para quién se hace, quién está interesado en ello, cuál es el uso que las empresas transnacionales del turismo y la hotelería hacen de él, etcétera.

El Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal en una vista aérea tomada antes de los trabajos de reconstrucción.

El Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal en una vista aérea tomada antes de los trabajos de reconstrucción.

Cuestiones básicas para la conservación monu­mental, tales como ¿a quién le sirve el patrimonio cultural?, ¿quién lo utiliza en su provecho?, ¿qué tipo de imagen del mundo histórico estamos dan­do?, ¿cuáles son los monumentos que se restauran y cuáles no?, ¿hasta dónde la política cultural de un país determina el tipo de trabajos a realizar y hasta qué punto la concepción tecnocrática del desarrollo está determinando los trabajos específicos?, ¿qué pasó con las poblaciones tradiciona­les frente a los embates del turismo?, ¿por qué se «reconstruyen» los edificios? Estas son sólo una parte de los cientos de preguntas que hoy quere­mos respondernos y nos es difícil. Es por ésto que en ciertas oportunidades necesitamos mirar hacia atrás, revisar lo que se ha hecho y por qué se ha hecho, con el objeto de mejorar nuestras intenciones para el futuro.

Además de construir una historia de la restaura­ción, tarea importante que aún no se ha realizado, con excepción de algunos trabajos pioneros dentro del tema 9, también es de gran trascendencia poseer una teoría que convalide esta práctica en sus diferentes aspectos 10.

Este trabajo no intenta lograr ninguno de los dos objetivos, sino solamente inscribirse modestamente en el desarrollo de ellos, rescatando y analizando los que a la fecha consideramos como algunos de los primeros trabajos de puesta en valor de sitios arqueológicos y sus contextos; concretamente, el más importante: la pirámide del Tepozteco y el poblado de Tepoztlán, realizado en 1895 por Francisco Rodríguez. No hay duda que existieron algunos trabajos anteriores, pero fueron realizados por organismos estatales extranjeros, y sus intereses eran totalmente diferentes 11.

Otros aspectos de estas notas son revisar, aunque sea someramente, la carga ideológica que llevó a este arqueólogo, al igual que a muchos otros, a rea­lizar ese tipo de trabajo, y tratar de ver cuál fue realmente la influencia de las teorías europeas, en particular las de Eugéne Viollet-le-Duc. Creemos que es factible demostrar que si bien a fín de siglo se conocían estas ideas francesas (y las inglesas y alemanas, tan importantes como aquéllas), entre un muy selecto grupo de arquitectos, prácticamente no tuvieron ninguna trascendencia. Hasta el presen­te no hemos hallado ni la más mínima cita entre los arqueólogos y arquitectos de la época que muestre influencias directas de él para el inicio de los trabajos de restauración. Pensamos que fue hacia 1950 cuando se le dio a Viollet-le-Duc, Morris, Sitte, y Ruskin la importancia teórica que actual­mente tienen, pese a que se les conocía bien desde la segunda y tercera década de este siglo.

Si bien los inicios de la arqueología de tipo científico están enraizados íntimamente con el Positi­vismo de Comte y otras teorías del capitalismo liberal-imperalista de Europa y Estados Unidos, éstos no son el leit motiv de la fenomenología del desarrollo de la arqueología en México y América Latina. Trataremos de hacer comprensible estas ideas.

Calle de San Ildefonso en el centro de la ciudad de México.

Calle de San Ildefonso en el centro de la ciudad de México.

Por lo general en este aspecto, las teorías explica­tivas tienden hacia dos polos opuestos: los que aceptan mecánicamente y sin razonar siquiera que las historias de los países centrales y los dependien­tes es una misma y la forma de estudiarlas es igual, con lo que explican la restauración en Mé­xico a partir de su evolución en Europa (con Vio­llet-le-Duc, Ruskin, etc.) haciendo un trasplante ahistórico y acientífico, y los que por otro lado niegan toda relación, tratando de construir una historia «independiente» para América Latina. Creemos que la realidad no es ni una ni otra: debe­mos partir del hecho innegable de que la depen­dencia existe, y es tan real que la vemos a diario en la calle; pero que también los países de América vivieron su propio proceso inmersos dentro de esta dependencia, y construyeron su propia historia: ésa es la que ya es hora de que comencemos a estudiar con seriedad.

En esta tesis hemos descrito y analizado algunos de los monumentos trabajados en el siglo pasado. Si bien esto puede resultar un poco tedioso, cree­mos que es imprescindible diferenciar perfectamen­te los trabajos originales realizados en las construc­ciones y sus alrededores de los más modernos, ya que estos últimos a veces no sólo son de una calidad bastante discutible, sino que muestran un retroceso notable, tanto técnico como de concep­ción de la conservación del patrimonio arquitectó­nico. Es por eso que trataremos de separar clara­mente las diferentes épocas y trabajos, en base a las pocas evidencias existentes en los monumentos.

Así mismo, una lectura coherente de los sitios prehispánicos restaurados implica no sólo entender la propia arquitectura y urbanismo precolombinos, sino también la intervención de los arqueólogos y restauradores contemporáneos. Es más que obvio que los cambios introducidos por éstos, modifican la imagen del sitio (para bien o para mal), y es imprescindible manejar cabalmente no sólo los trabajos realizados, sino también la clara descodifi­cación a nivel ideológico de las connotaciones incluidas tras esos trabajos.

Esperamos que este trabajo abra una nueva línea de búsqueda dentro de la especialidad, la restauración de monumentos, con el objeto de comenzar con su necesaria reubicación dentro de una ya necesaria ciencia social totalmente nueva.

II. Algunas notas teóricas sobre la definición histórica de la «Restauración»:

Cuando hablamos de restauración de monumentos, o mejor aún, de conservación del patrimonio cultural, debemos primero preguntarnos: ¿qué es lo uno y qué es lo otro? Desgraciadamente si revisamos la bibliografía existente, encontramos que las respuestas son muchas y variadas, a tal extremo que se contradicen entre ellas. Por ejemplo, cuando hace una veintena de años dos grandes antropólogos de la escuela norteamericana (Kroeber y Klukholm) se plantearon la misma duda, encontraron que entre los antropólogos se manejaran casi quinientas definiciones diferentes de qué es la cultura. Y si realizáramos lo mismo con términos como monumento o restaurar, nos enfren­aríamos con el mismo caso (pero no es este el lugar para llevarlo a cabo).

Personalmente, si bien no podemos aquí desarrollar estas ideas, creemos que la restauración sólo puede ser definida dentro de su realidad dialéctica: se define en la medida en que se pueda también definir su término opuesto, destruir. No existe lo uno sin lo otro, y ambos son pares dialécticos de una misma realidad. Cualquier otro intento de aproximación produciría risa a un filósofo serio. Para nosotros la definición actual de la restauración (o la conservación) nace a partir de un momento histórico definido: el desarrollo de la sociedad capitalista. En sociedades anteriores el problema era radicalmente diferente 12.

Por ejemplo, en el mundo prehispánico ambos conceptos tomaban valores diferentes: se construía conservando lo anterior dentro de lo nuevo, aunque no siempre dejándolo a la vista, e incluso mu­chas veces destruyéndolo en parte. El Templo de Quetzalcóatl en Teotihuacán, en su segunda etapa, destruyó gran parte del edificio anterior con esculturas, pero la fachada principal fue man­tenida intacta en su interior. En Cacaxtla y en Tulum (por sólo citar dos ejemplos) se destruyen parte de los murales, se colocan nuevos edificios encima, aunque tapándolos con delgadas capas de fina arena para protegerlos pese a todo: la destrucción y la conservación son un mismo fenóme­no, dialécticamente unidos, en función de otro tipo de intereses: imagen del poder del estado, uso ideológico de la religión o quién sabe, pero la realidad era esa, en cierta forma la persistencia del pasado, aunque sin que interfiriera en el presente. Por ejemplo, es interesante ver cómo los objetos importantes de culturas anteriores siguieron poseyendo algún tipo de valor determinado. Dos casos interesantes son dos máscaras olmecas descubiertas en los últimos años, una entre las ofrendas del Templo Mayor 13 y otra en un entierro Maya posclásico de la isla de Cozumel (14), es decir que continuaban en uso unos treinta siglos después de realizadas.

Vista lateral del Templo de Quetzalcóatl, tras las excavaciones y reconocimientos de Francisco del Paso y Troncoso en 1892.

Vista lateral del Templo de Quetzalcóatl, tras las excavaciones y reconocimientos de Francisco del Paso y Troncoso en 1892.

En otras culturas del mundo las cosas fueron similares, el sentido de que cada una, en función de su propia realidad, elaboró mecanismos tan­to de continuidad cultural como de salvaguarda y uso del patrimonio. Así mismo otros pueblos de características imperiales se apropiaron de la cultura de los dominados. Recordemos que Teodosio I para embellecer Constantinopla hizo transportar desde Egipto un monumental obe­lisco de la época de Tutmosis III, para colocarlo en Roma. Este es sólo un ejemplo de los miles que se sucedieron desde la Mesopotamia hasta Napoleón. Como ejemplo, baste citar que éste mandó trasladar a París, en 1806, la Cuadriga que coronaba la Puerta de Brandenburgo de Berlín como símbolo de su conquista, la que fue retrasladada por los prusianos cuando entraron en París, como venganza, en 1814.

En la propia América, la idea de permanencia de una construcción o monumento fue de gran importancia. Recordemos que hubo edificios que permanecieron en uso durante siglos. La pirámide del Sol de Teotihuacán no tuvo cam­bios aparentes durante seis siglos. La Acrópolis Norte de Tikal tuvo ampliaciones y superposiciones continuas desde el 700 a.c. hasta el 950 d.c.

Durante el periodo colonial, la cuestión cambió en forma radical; la conquista (material y espiritual) necesitaba controlar todos los mecanismos sociales, tanto económicos como ideológicos, por lo cual parte de la conquista fue la estructuración del saqueo, expolio y destrucción a escala monumen­tal. Muchísimo se ha escrito sobre el saqueo del patrimonio indígena durante tres siglos; incluso existen compilaciones y resúmenes muy extensos, pero justamente uno de los elementos económicos que mantuvieron la conquista en muchos sitios fue la violación sistemática de tumbas que contenían oro y plata. Sobre el papel de la iglesia y el Estado en estas destrucciones tenemos un buen ejemplo en el siguiente edicto, dado por la Inquisición en México durante el siglo XVI:

(…) destruir los ídolos, echar por tierra, quemad, confundid y acabad todos los lugares donde es­tuvieren, aniquilad los sitios, montes y peñas­cos en que los pusieron, cubrid y cerrad a piedra y lodo las cuevas donde los ocultaron para que no os ocurra al pensamiento su memoria: no hagáis sacrificios al demonio, ni pidáis consejos a los magos, encantadores, brujos maléficos, ni adivinos, no tengáis trato ni amistad con ellos, ni los ocultéis, sino descubridlos y acusadlos; aunque sean vuestros padres, madres, hijos, hermanos, maridos o mujeres propios; no oigáis ni creáis a los que os quieren engañar, aunque los veáis hacer cosas que os parezcan milagros, por­que verdaderamente no lo son, sino embustes del demonio para apartaron de la fe 15.

La sociedad capitalista industrial, de gran creci­miento urbano, especulación con la renta de la tie­rra, privatización y monopolización de los medios de producción y explotación de una clase social por otra, produjo el rápido desarrollo de fuerzas económicas y políticas interesadas en destruir lo pasado, en mercantilizar la arquitectura, en «usar» el patrimonio como instrumento de lucro y especu­lación comercial.

Es justamente en ese momento en que las prime­ras voces por conservar algo que antes se conserva­ba casi solo, comienzan a levantarse. Lógicamente, esto ocurre primero en los países centrales de Europa pues es ahí donde el desarrollo y la repro­ducción del capitalismo es más acelerado y brutal.

Es entonces cuando nos preguntamos nuevamen­te ¿por qué no tenemos una historia propia de nuestra especialidad? Quitas no la hay porque tene­mos un atraso teórico de medio siglo: hemos abandonado los planteamientos «nacionalistas» de algunos pioneros del Porfirismo (Batres, Rodríguez, Galindo y Villa, Mariscal, Alvarez, etc.) para rem­plazarlos por el axiologismo de José Villagrán García. Esta herencia villagraniana, que en su mo­mento fue de gran valor, metió a la restauración dentro de un juego muy discutible de «valores» idealistas, irreales y ahistóricos, donde éstos, al igual que al «hombre» o a la «cultura», no se la define por su realidad histórica; sabemos que hay una cul­tura y un patrimonio para cada época, momento y clase social. Ya muchos autores atacaron esta continuación del Idealismo Alemán del siglo pasa­do (reelaborado en este caso a través de Francia durante 1880-1900), pero pese a eso, y «no obstan­te los golpes recibidos, aún obstina en mantenerse en pie», según Adolfo Sánchez Vázquez 16. La rea­lidad social modifica constantemente los valores de la cultura: éstos son siempre determinados ideo­lógicamente por el sistema en el que está inmerso, son el resultado de la estructura económico – pro­ductiva y no existe valor estático fijo o inmutable, ni en la teoría ni en la realidad empírica.

De alguna manera, podemos postular entonces que el atraso teórico en la restauración del patri­monio se debe a que, por un lado, se ha desconoci­do el verdadero legado teórico de la generación porfirista, al igual que el de su subsecuente, la revolucionaria, encabezada por Manuel Gamio y sus colaboradores 17. Este bagaje fue desconocido de un solo plumazo durante la década de los años 50 y 60, especialmente por José Villagrán García, quien centró las miras en Europa y asentó sus idea­les sobre teorías axiológicas, idealistas y valorati­vas, constituyendo una historia «externa» al fenó­meno en cuestión.

El otro factor a tener en cuenta es que, al no existir una definición del término cultura, se ha caído en lo que Cirese 18 ha definido con claridad cuando apunta hacia las persistencias románticas dentro de esta temática:

La unidad y originalidad del patrimonio popu­lar fueron solamente nobles ilusiones que ahora han perdido su función positiva. Todos sabemos que el pueblo y las fuerzas eternas del alma popu­lar son mitos, o por lo menos maneras míticas de designar fenómenos, que al revés, es necesa­rio conocer y dominar con métodos científi­cos. En fin, al viejo concepto ha sufrido crisis profundas y definitivas y ahora es refutado deci­sivamente, por lo menos a nivel racional.

III. Una explicación teórico – ideológico de los orígenes de la Restauración:

Monumento a Cuauhtémoc en la ciudad de México.

Monumento a Cuauhtémoc en la ciudad de México.

Durante el siglo XIX se produce en México una se­rie de cambios a nivel ideológico, producto y con­secuencia de las grandes modificaciones infraes­tructurales que germinaban desde la mitad del siglo XVIII. La introducción del liberalismo capitalista y años más tarde del Positivismo, muestran lineal­mente estos cambios por sobre la anterior estruc­tura tradicional-colonial.

Entre estos grandes procesos de transformación social, económica y política que vive el país, se da un fenómeno interesante: el surgimiento de una fuerte corriente nacionalista, que intenta rescatar toda una compleja serie de valores considerados como «nacionales», un poco como un intento de la burguesía para consolidar su poder internos 19.

Particularmente, hacia la mitad del siglo pasado estas ideas comenzaron a tomar forma de diversas maneras, lo que se hace notable a nivel ideológico en ciertos tipos de literatura 20, pintura 21, arquitec­tura 22, poesía 23 y escultura 24 de tipo neo-colonial y neo-prehispánica. Especialmente dentro de la corriente conocida como indigenista, hay una reva­loración de las formas prehispánicas y de los «hé­roes» del mundo náhuatl. Un buen ejemplo es Cuauhtémoc, a quien se le levantan varios monu­mentos, como el ubicado en el cruce de las aveni­das Reforma e Insurgentes 25 paralelamente a la construcción del mito de su tumba 26.

Todo esto se consolida en los años posteriores a 1870, en especial debido a la instalación de Porfirio Díaz en el poder en 1876, y al auge de la burguesía industrial, continuando hasta 1910 en base a la marcada tranquilidad económica que había para los sectores sociales hegemónicos.

Esto permitió la realización de trabajos arqueo­lógicos, la publicación de libros e incluso la orga­nización de largas investigaciones, como las de Orozco y Berra y Riva Palacio 27.

Este auge de publicaciones de tipo arqueológico comienza hacia 1882-84, fecha en la que Ignacio Bernal ubica su primera «etapa científica» de la historia de la arqueología mexicana 28. Quizás el primer trabajo editado de esta corriente haya sido el de Francisco del Paso y Troncoso, Ensayos sobre los símbolos cronográficos de los mexica, que se continuó con los escritos de Maudslay (desde 1881), Seler (desde 1884), Fosterman (desde 1886) y Holmes (quien arribó a México en 1895). En 1885 ya estaban publicados algunos trabajos de Peñafiel, y en 1887 Chavero había terminado el tomo I de México a través de los siglos. Los Ana­les del Museo Nacional comenzaron a editarse en 1877, los congresos internacionales de americanis­tas comienzan a realizarse en Europa en 1875 29, y cinco años antes del fin de siglo comienza a salir a la luz el Journal de la Société des Americanistes en París.

Todo este monumental auge de lo prehispánico, acompañado de trabajos de campo, alcanzó su punto culminante cuando Leopoldo Batres fue nombrado, por Porfirio Díaz, inspector de monumentos (1887). Este comienza a recorrer el país más intensamente desde 1895, y a partir de este año realiza incluso trabajos arqueológicos. Sus exploraciones en la calle de Las Escalerillas es de ese mismo año, las de Teotihuacán se remontan a 1905-11, y las de Mitla son de 1908 30. En Teotihuacán ya se había excavado en 1884 y 1886.

Respecto a Batres, indudable iniciador de la arqueología oficial de México, debemos recordar que en 1887 realizó un largo viaje por Oaxaca, y el año anterior propuso iniciar trabajos de excavación en Teotihuacán, aunque no pudieron llevarse a cabo. En Oaxaca visitó Mitla, Xaaga, Monte Al­bán, Cuilapan y otros sitios. En Xoco excavó par­cialmente la tumba y luego le entregó 100 pesos a su descubridor, C. Soleguren para que continuara los trabajos y dejara totalmente descubierto el mencionado monumento y garantizada su conser­vación 31. En Mitla también realizó algunas obras, en especial retiró los ladrillos de adobe y otros elementos constructivos coloniales que habían sido adozados al Palacio de las Columnas desde hacía tiempo; también limpió una tumba, trabajo que más tarde fue terminado por Saville.

Teotihuacan antes de los trabajos de Leopoldo Batres: perspectiva realizada por William Holmes en 1895.

Teotihuacan antes de los trabajos de Leopoldo Batres: perspectiva realizada por William Holmes en 1895.

En Mitla no realizaba aún trabajos de restaura­ción, los que serían comenzados varios años más tarde (después de 1900), aunque según un artículo publicado en una revista de la época, sabemos que pagó 200 al ingeniero del estado para que realizar reparaciones 32: el total entregado por órdenes de Porfirio Díaz ascendió a 600 pesos.

Un buen ejemplo de la terrible y caótica situación imperante con anterioridad al inicio de los trabajos de tipo científico, lo muestran las primeras instrucciones para la investigación antropológica (de 1862) que se realizaron para ser aplicadas en México por una expedición científica francesa 33. En éstas se dice:

(…) no hay tampoco que dejar pasar ninguna oportunidad de efectuar excavaciones en los monumentos funerarios que localicen los aventureros exploradores, con el fin de recoger los cráneos que pudieran hallar.

En otras páginas de este trabajo ya hemos desarrollado un panorama de los trabajos arqueológicos de campo realizados en México en estos años; pero no podemos dejar de citar, con el objeto de mos­trar el auge que esto había alcanzado, los trabajos de Bastián, Maler, Gordon, Habel, Bandelier, Good­man, Spinden, Gates, Thompson, Tozzer, Nutall, Bodwith, Hamy, Diguet y Rikards, por sólo citar algunos de los pioneros.

Incluso este renacer intelectual en México, que alcanza su punto máximo con las festividades del Centenario de la Independencia en 1910, en las que el Porfirismo se mostró ante el mundo con todo su esplendor, llegó con fuerza al interior del país. Concretamente, en 1890 el director del Museo Na­cional era Cecilio Robelo, nacido en Cuernavaca, y el subdirector era Francisco Rodríguez, nacido en Tepoztlán.

Esta etapa está signada también por la introduc­ción de toda una tecnología europea-estadouniden­se de importancia: luz eléctrica, teléfono, ferroca­rriles, telégrafos, tranvías y automóviles.

Todo esto nos muestra que la realización de esos trabajos no puede interpretarse mecánicamente como la obra de un hombre aislado, que quiso dar­le un poco de importancia a su pueblo natal, aprovechando su puesto en el museo. Obviamente es parte indisoluble de toda la política cultural del Porfiriato llevado a cabo en este lugar. Josefina García Quintana (34) resumió acertadamente esta situación:

(…) en 1836 se había fundado la Academia de Le­trán que tenía como finalidad mexicanizar la lite­ratura emancipándola de toda otra, dándole ca­rácter peculiar. Es muy significativo que la que se ha considerado obra maestra del romanticis­mo mexicano sea la Profesía de Guatímoc de Rodríguez Galván (1816-1842), miembro de esa academia, quien también escribió una leyenda en prosa y verso intitulada La Visión de Moctezuma. El nacionalismo indigenista y prehispanista co­menzaba a tener su expresión en la literatura con el propio Rodríguez Galván y con José Joaquín Pesado, que escribió Las Aztecas.

Así como los europeos resucitaban Grecia, la Edad Media o los mitos germánicos, los naciona­listas mexicanos del siglo XIX invocaban a Neza­hualcóyotl, Moctezuma y Cuauhtémoc, pidién­doles inspiración y fuerza contra la presión. En esta línea está Xochitl y Quetzalcóatl, dos dramas escritos por Alfredo Chavero, y una la que sobre un tema indígena compusieron Enri­que Olavarría y Ferrari, Justo Sierra y Esteban González.

Para Vigil el contenido de la literatura debería encontrarse en «las tradiciones gloriosas, aspira­ciones de raza y hasta infortunios, vicios y virtu­des particulares…» Aunque este autor no renega­ba del pasado colonial, lo cierto es que incluía en sus deseos las tradiciones prehispánicas. Un ejemplo de las tendencias por Vigil puede ser el Libro Rojo, escrito por Manuel Payno, Vicente Riva Palacio y otros. En él se narran algunos de los crímenes cometidos por los españoles en la conquista y en la colonia.

En las artes plásticas hubo pintores y escultores que ensayaron algún tema indígena o prehispáni­co en sus obras. Se produjeron así:

El descubrimiento del pulque de José Obregón; El señado de Tlaxcala de Rodrigo Gutiérrez; El baño de Nezahualcóyotl, La pirámide del sol y de la luna, Xochitzin y La cacería de Velasco; Nezahualcóyotl salvado de sus perseguidores, Moctezuma II yendo a una cacería de Chapulte­pec, y La captura de Cuauhtémoc de Luis Coto Maldonado; La noche triste de Francisco de Paula Mendoza; Sacrificio de una princesa acol­hua de Petronilo Monroy; La matanza de Cholula de Félix Parra; Sacrificio al sol de Carlos Rivera; Quetzalcóatl de Antonio Ruiz; Ofrenda a los dioses de Librado Suárez; La princesa Papatzín de Juan Urruchi; La elección de Moctezuma y El Tzompantle de Adrián Unzueta; Leandro Izagui­rre, ya en 1892, representó la culminación de la corriente prehispanista con su cuadro El suplicio de Cuauhtémoc. En resumen, el interés por res­catar el pasado prehispánico de México fue una de las corrientes principales del nacionalismo del siglo XIX sobre todo de la segunda mitad. Quie­nes la sustentaron veían en ese pasado remoto la base para conformar la identidad nacional; de­seaban que se conocieran en toda su amplitud la historia, y las manifestaciones culturales de los antiguos habitantes del territorio y que se conservara y estudiara todo lo que de ellos quedaba, por ejemplo las lenguas y los monumentos. Este anhelo se realizó notoriamente en la literatura y en las artes plásticas pues fue en este periodo cuando comenzaron a aparecer con más frecuencia en esos campos, los temas indígenaas y pre­hispánicos, dentro de los cuales estaba la exhal­tación de las figuras cimeras de la historia antigua del país.

Panorámica de México de principios de siglo.

Panorámica de México de principios de siglo.

Concretamente en Tepoztlán, en el momento en que Rodríguez comienza la excavación y restaura­ción de la pirámide del Tepozteco, se gestan gran­des cambios económicos y sociales. En un excelen­te resumen, Oscar Lewis 35 nos dice:

Mas cuando Díaz llegó al poder en 1877, recupe­ró (Tepoztlán) gran parte de su antigua gloria. En Tepoztlán, los caciques apoyaron a la Iglesia co­mo una fuerza conservadora de importancia, y de nuevo la unieron al Estado. Una vez más, vol­vieron a celebrarse pomposas fiestas religiosas en el pueblo y la asistencia a ellas llegó a ser consi­derable. Un hecho importante en la historia de Tepoztlán fue la construcción en la parte alta del municipio, de la vía férrea en 1897. Y aunque la mayor parte de los tepoztecos se opusieron a que pasara por allí la línea del ferrocarril y acu­saron a los caciques de vender las tierras comu­nales a los gringos, al final toda la población resultó beneficiada. En efecto, muchos trabajadores del pueblo fueron empleados como obreros, con una paga diaria que equivalía a tres veces la que prevalecía en las haciendas. El comercio, por otra parte, subió de nivel y se realizaron varias obras públicas con el dinero que, tanto el propio pueblo como el municipio, recibió de la compa­ñía ferrocarrilera a cambio del permiso para construir la línea en sus tierras. Entre aquellas obras pueden citarse la construcción del edificio municipal y del parque, el alumbrado de las prin­cipales calles por medio de lámparas de aceite, y la introducción de tubería para el agua. Con la vía férrea surgieron también las primeras cercas de alambre y los primeros arados de hierro, asimis­mo, con la aparición de los trenes de carga se es­timuló la explotación comercial de les bosques y la producción de carbón. La concomitante ex­pansión de la economía condujo también a otros cambios. Se fundó un pequeño museos de anti­güedades, se abrió una biblioteca pública y se instituyeron clases nocturnas para los adultos. Este florecimiento cultural, aunque fue de poca duración y limitado a un pequeño grupo de gen­te bien y de intelectuales, conquistó para Tepoz­tlán la reputación de ser la Atenas del Estado de Morelos.

De todas formas, no debemos hacernos una imagen equivocada del desarrollo socio-cultural duran­te la época Porfirista: si bien un sector social se movía rápidamente hacia arriba, y sus condiciones culturales también, la realidad del campesinado y del indígena seguían siendo terribles. En 1883, Ma­nuel Rivera Cambas describía la población de Tepoztlán en los siguientes términos 36:

(…) exceptuando algunos vecinos que se dedican al cultivo del maíz y la arriería, los demás son infe­lices jornaleros que ganan dos reales en el campo y cuando falta trabajo conducen en las espaldas frutas a la capital de la República. Tienen que arrendar terrenos a las haciendas por faltarles propios. Llevan leña a vender a las haciendas, re­cursos de muchos infelices, que sumergidos en tanta pobreza buscan el olvido de su situación en el generalizado vicio de la embriaguez.

También Rivera Cambas hace un mordaz comen­tario en relación a las escuelas:

(…) hay dos escuelas de niños y otras tantas de niñas; pero además de ser irregular la asistencia, carecen de libros y útiles, aun de tinta y papel, y a veces se adeuda el sueldo a los preceptores.

Respecto a la situación general de las ciencias históricas tenemos un buen resumen en el libro de Cossío Villegas 37, quien nos cuenta:

(…) también en este campo se hizo sentir el impulso renovador de Justo Sierra, pero también aquí tro­pezó con la oposición de quienes manejaban las finanzas del país. En 1909 se quejó Roberto Nú­ñez, subsecretario de Hacienda, de que pese a los financieros para quienes era una cosa baladí, la arqueología era lo único que daba personalidad a México en el mundo científico. Irónicamente escribió a Limantour que el negarle dinero para continuar la reparación de la Escuela Normal y de Teotihuacán es lo mejor que cabía hacer, pues de ese modo los huéspedes de México en el Cen­tenario contemplarían, además de las ruinas de Teotihuacán, las de la Preparatoria y la Normal; al cabo nosotros -decía don Justo- no figura­mos en el mundo sino como un país de ruinas.

Podemos decir también que es de esta manera como nosotros vemos y nos explicamos este rena­cer «oficial» del interés cultural por lo preshispáni­co. Coincide justamente con el momento en que la clase dominante, la burguesa, ya se siente lo sufi­cientemente fuerte y segura, y por otra parte, ve a lo indígena como algo ya muerto, inofensivo para la subsistencia de su propio sistema económico. Es lógico ver entonces que fue justamente la ideología iluminista enciclopédica de fines del siglo XVIII (Clavijero, por ejemplo) la que vio nacer esta reivin­dicación; pero sólo el liberalismo positivista pudo llegar a aceptarla como parte integrante de la nueva cultura nacional.

Dúdrica Tómac, autora que ha visto igual el pro­blema, dice 38:

(…) fase colonial de capitalismo que tuvo razones muy concretas para ignorar internacionalmente los valores que encarna y representa este arte, ya que sus valores eran expresión de las sociedades en cuanto a su modo de producción e ideología, que prefirió dominar en ‘todos sus aspectos antes de comprenderlos.

Parafraseando ahora a Mukarovsky, es factible aceptar que lo que se estaba restaurando era sólo una imagen de la arquitectura prehispánica, ya que el objeto pirámide había cambiado de sentido: ya no eran los indígenas con toda su carga social o ideológica; era la imagen de ellos que el sistema estaba ahora revirtiendo. No era el monumento hecho por los verdaderos antepasados de los indí­genas, quienes seguían siendo explotados en las ha­ciendas del régimen, sino sus gloriosos antecesores. Sólo un caso más en la larga historia del proceso de transculturación de los valores reales de las formas arquitectónicas.

Pirámide de Cuicuilco.

Pirámide de Cuicuilco.

El párrafo anterior nos lleva a tratar de profun­dizar un poco más en esta visión sociológica de la restauración histórica. Si ahondamos solamente un poco, vemos cómo esta idea de la resturación nace en Europa y en América Latina en un momento concreto y determinado de su historia: la consoli­dación del poder del capitalismo industrial burgués. Y a primera vista se hace evidente que existe una necesidad social de encontrar una justificación ideológica (histórica) que convalide su estructura social y, más que nada, su modo de producción. Por otra parte, vemos un intento de borrar el pre­sente, de encontrar una salida mitológica, más bien una válvula de escape. Las ruinas, al igual que la artesanía, poseen un valor muy diferente al de la arquitectura industrializada y de alta tecnología, o los simples productos fabricados: posee un valor de naturaleza, de cosa creada 39, de producción individual y artesanal, única e irreproducible. Totalmen­te a la inversa de la industria capitalista. Hay una regresión (en términos psicoanalíticos) histórica, un tratar de reencontrar un camino ya definitivamente perdido.

Un historiador que ha profundizado mucho sus estudios sobre el siglo pasado, Giulio Carlo Argán 40, definió la situación con toda claridad, al hablar de los famosos revivals característicos de la época (recordemos al neo – prehispánico mexicano):

(…) la época de los revivals coincide con la toma del poder por parte de la burguesía, por tal razón la evasión significa no estar de acuerdo con la for­ma de gestionar el poder de la burguesía, explo­tando a las clases humildes en lugar de educarlas. Falta por consiguiente el papel que como clase dirigente tiene asignado… Reencontrar una cultura precientífica significa encontrar la verda­dera cultura del pueblo; por esta razón los primeros revivals son al mismo tiempo un movi­miento aristocrático y popular, y coinciden en la búsqueda de una clara definición de los concep­tos de pueblo y nación… Significa reencontrar un tiempo en el que no existía la lucha de clases, cada uno aceptaba la condición que la divinidad le había dado y no intentaba cambiarla ni me­diante el progreso ni por la revolución… Se ve al pueblo como depositario de las tradiciones na­cionales.

De alguna manera, con el caso de la arquitectura prehispánica nos encontramos frente a una situa­ción homóloga: es de lamentar que aún no existan análisis de tipo sígnico del objeto pirámide, incluso entendiéndolo semiológicamente, ya que eso tam­bién nos podría ubicar mejor en esta clase de estu­dios. Tal como Baudrillard 41 lo definiría, el objeto está allí para significar. La pregunta es: ¿qué signi­fica? Recordemos:

(…) su valor estético es siempre un valor derivado, en él se borran los estigmas de la producción indus­trial y las funciones primarias. Por todas esas razones, el gusto por lo antiguo es característico del deseo de trascender la dimensión del triunfo económico, en consagrar un signo simbólico, cul­turalizado y redundante, un triunfo social o una posición privilegiada. Lo antiguo es, entre otras cosas, el triunfo social que busca una legitimidad, una herencia, una sanción noble.

IV. Trabajos arqueológicos contemporáneos:

a) Mesoamérica

Es evidente que las ya citadas excavaciones arqueo­lógicas de Francisco Rodríguez en Tepoztlán no fueron ni las primeras realizadas en México, ni las más importantes en cuanto a volumen y calidad. Muchas otras se habían hecho con anterioridad, pero la diferencia radica en el objetivo para el cual se realizaron.

Por ejemplo, en Teotihuacán la Comisión Cien­tífica de Pachuca en 1864 realizó una pequeña excavación en un montículo menor dirigida por Al­maraz, también levantó un mapa y nos dejó una interesante descripción. Tiempo después Gu­mersindo Mendoza escribe en los Anales del Museo Nacional (1877) acerca de la superposición de pisos de ese mismo sitio, cosa notable que él observó por primera vez durante la destrucción de un edificio 42. Lugar aparte debe mencionarse a Désiré Charnay, el viajero francés que en la segunda mitad del siglo realizó excavaciones un poco más metódicas, y descubriendo una serie de cuartos contiguos que formaban parte de lo que actualmente denomi­namos un «palacio». Pero no podemos considerar este trabajo en el mismo plano que el de Rodríguez, ya que su idea era simplemente la de averiguar algo sobre el lugar, y luego abandonar la excavación a la intemperie. No se tomó ninguna medida de protec­ción, por más elemental que fuera, y sus conclusio­nes dejaron bastante que desear por la falta de mé­todo científico (en su época, el positivista).

Panorámica de la Pirámide del Sol en Teotihuacan.

Panorámica de la Pirámide del Sol en Teotihuacan.

La Ciudadela de Teotihuacan antes de la exploración realizada por Manuel Gamio en 1922.

La Ciudadela de Teotihuacan antes de la exploración realizada por Manuel Gamio en 1922.

También hizo estudios intensos el arquitecto W. Holmes, quizás el mejor arquitecto – dibujante que haya recorrido Mesoamérica. Los primeros trabajos de restauración y reconstrucción comenzaron allí con Leopoldo Batres en 1905.

Muchos otros sitios fueron excavados y estudiados con anterioridad a 1895. Por ejemplo Tula y Aké, donde Charnay trabajó en 1885. Justamente en Tula excavó brutalmente el pequeño altar central de la plaza principal, destruyéndolo hasta dejarlo actualmente casi irreconocible, pese a la reconstrucción que hace muchos años le efectuó Jorge Acosta.

Vista de la Pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá. Este ejemplo muestra el primer paso para el cambio que sufrió la restauración hacia 1920 con el inicio de los trabajos a largo plazo, en especial en los sitios mayas.

Vista de la Pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá. Este ejemplo muestra el primer paso para el cambio que sufrió la restauración hacia 1920 con el inicio de los trabajos a largo plazo, en especial en los sitios mayas.

También La Quemada era visitado asiduamente por viajeros e investigadores, pero nadie realizó trabajos antes del siglo XX. En Tzi Tzun Tzan, por ejemplo, el cura Ignacio Trespeña había excavado destructivamente (1852), y en las cercanías de Jácona lo hizo C. Harford (1866). Cerca de allí, en las propias ruinas de Jácona trabajó Plancarte, quien levantó un magnífico plano del conjunto de esos años; pero fue Nicolás León quien en 1881 realizó una excavación más cuidadosa, descubrió un ángulo de una de las Yácatas, y tomó una foto­grafía, ampliamente publicada después. En Cem­poala, Francisco del Paso y Troncoso, siendo direc­tor de la Comisión Científica Exploradora de Cem­poala en el año 1891, realizó intensas limpiezas y mediciones, con la intención de recabar informa­ción para la Exposición Colombina del año siguien­te y a la cual México envió una gran colección de objetos prehispánicos.

En 1877, por intermedio de Agustín del Río, a la sazón gobernador de Yucatán, se trasladó al Mu­seo Nacional el monolito conocido como Chac-Mool, descubierto en Chichén-ltzá por Le Plongeon vein­te años antes. En 1885 se reinstala el «Calendario Azteca», trasladándolo de Catedral al Museo. En la región Maya, no hay duda que los pioneros fueron Stephens y su incansable compañero Catherwood.

Pirámide de Tikal tras una limpieza de vegetación realizada por Teobert Maler en 1887. Puede apreciarse el resto de la ciudad aún cubierto por la vegetación.

Pirámide de Tikal tras una limpieza de vegetación realizada por Teobert Maler en 1887. Puede apreciarse el resto de la ciudad aún cubierto por la vegetación.

Estos, quienes no realizaron más tareas que las de limpieza con el objeto de dibujar los edificios, die­ron a conocer el mundo Maya el mundo occidental, sin embargo no hicieron restauraciones de ningún tipo. Otros viajeros, como Bernatelli, estuvieron en Tikal en fechas muy tempranas (1877) pero para teminar llevándose un gran dintel de madera al Mu­seo de Basilea, donde aún permanece. Recordemos el dibujo de Catherwood donde vemos a su compa­ñero Sthephens trasladando un dintel de Kabah a New York 43.

Pocos años después, los primeros arqueólogos serios comenzaron a recorrer las selvas mayas: Maudslay trabajó en Copán desde 1885, pero si bien su trabajo fue extraordinario en todos los as­pectos sólo realizó pocas excavaciones, ya que por lo general en la región selvática la tarea más importante era limpiar la vegetación que impedía la realización de cualquier tipo de investigación. Desde 1891, en esa misma ciudad, acamparon cuatro expediciones arqueológicas enviadas por el Peabody Museum dirigidas por Saville, Maudslay, Gordon y Burkitt. El mismo Maudslay había realizado cuatro temporadas en Quiriguá, donde hizo moldear en papel los zoomorfos y estelas. Así mismo, sitios como Yachilán, Piedras Negras, Hocchob, Xcalumkín y Chichen-Itzá, por citar sólo algunos, fueron recorri­dos excavados y fotografiados por Maler y otros viajeros; incluso Maler permaneció cuatro tempora­das en Piedras Negras entre 1895 y 1899.

Gran estela de Quiriguá fotografiada por Maudslay en 1881.

Gran estela de Quiriguá fotografiada por Maudslay en 1881.

A quien sí podemos considerar como un gran pionero de la restauración es a Alfred Percibal Maudslay y sus trabajos en Quiriguá. De los cuatro viajes que realizó al lugar, el primero fue en 1881, cuando en apenas tres días limpió un poco al terre­no de la vegetación. En un segundo corto viaje de cinco días (1882) continuó con el desmonte de ár­boles y la selva en general. El tercero, realizado en 1883, le sirvió para que en una larga estadía (tres meses) sacase más moldes de papel de los monumen­tos, levantara el primer mapa del lugar y sacara ex­celentes fotografías. Pero en su última estadía (seis semanas en 1894), procedió entre otras tareas a una pequeña excavación en la pirámide XI y luego en el Templo 5, En él sólo se realizaron algunos rudimen­tos de restauración, en especial repegar algunos silla­res caídos y terminar los muros en forma horizontal. Estos trabajos fueron retomados por Earl H. Morris en 1934 44.

Si queremos ser sinceros con la historia, es realmente este viajero, Maudslay, a quien debemos ubicar como el primer arqueólogo científico de Mesoamérica, incluso quien inició los primeros grandes trabajos, como los de Copán, que bien pueden con­siderarse, como la primera restauración de conjunto de todo el continente americano.

También durante el año 1888 procedió a la lim­pieza de dos edificios en Chichen-Itzá, concreta­mente el Templo de los Tigres y el de los Jaguares. Solamente les quitó los escombros del interior, que en el caso citado en segundo término fueron simplemente dejados caer sobre el Juego de Pelota que está abajo de él. En Palenque realizó varios y completos trabajos durante 1890-1891.

Alfred Percival Maudslay trabajando en las ruinas de Chichén Itzá en 1887.

Alfred Percival Maudslay trabajando en las ruinas de Chichén Itzá en 1887.

Recordemos que en 1912, Maudslay es el primero que critica en forma pública los trabajos de reconstrucción que Leopoldo Batres había realizado unos años antes en Teotihuacán. En el XII Congreso Internacional de Americanistas de 1912, le dijo abier­tamente que la Pirámide del Sol era un estupendo monumento a su propia seguridad e incompetencia 45.

Otro pionero ya citado, Teobert Maler, había es­tudiado también Palenque durante 1877, y había tomado excelentes fotografías, ya que las cuatro to­madas eran bastante pobres en calidad. A partir de 1885 realizó gran cantidad de viajes y particular­mente excavó en Chichen-Itzá durante tres largos meses, quitando escombros de la parte posterior del Templo de los Guerreros y descubriendo los famo­sos atlantes y varios pilares esculpidos. En 1895 re­corrió Tikal, Seibal, Altar de Sacrificios y otros s sitios en la selva del Petén, y en 1898 está ya traba­jando en Palenque.

El Templo de los Jaguares tras la primera limpieza realizada por Maudslay, quien posa entre los pilares del templo. Atrás puede apreciarse la limpieza de los taludes y escalera de la pirámide de Kukulkán.

El Templo de los Jaguares tras la primera limpieza realizada por Maudslay, quien posa entre los pilares del templo. Atrás puede apreciarse la limpieza de los taludes y escalera de la pirámide de Kukulkán.

Otras de las magníficas fotografías de Maudslay: el Juego de la Pelota de Chichén Itzá luego de proceder a su descombramiento y de ser quitada la vegetación que lo cubría.

Otras de las magníficas fotografías de Maudslay: el Juego de la Pelota de Chichén Itzá luego de proceder a su descombramiento y de ser quitada la vegetación que lo cubría.

Alfred Maudslay controlando desde la Torre del Palacio de Palenque los trabajos de limpieza del patio mayor.

Alfred Maudslay controlando desde la Torre del Palacio de Palenque los trabajos de limpieza del patio mayor.

En Palenque, tras la brutal destrucción del Capi­tán del Río en 1822, arribó en 1866 el conde Wal­deck, quien vivió dos años en las ruinas. Muchos otros viajeros también visitaron la zona, y como muchos, procedieron a una parcial limpieza de la vegetación, varias veces incluso con fuego. Tras Maudslay, llegó Maler en 1877, y Holmes en 1897.

Chichen-Itzá sufrió también un brutal saqueo, no solamente por el ya bastante vapuleado Edward Thompson 46, sino también con Le Plongeon, quien además de tratar de probar que allí vivieron los Atlantes y la Reina Moo, destruyó el edificio prin­cipal del Grupo de Las Monjas, por citar sólo un caso entre muchos.

Recordemos que en 1896, el ministro Joaquín Baranda había conseguido un decreto por el cual era necesario obtener permiso oficial para realizar excavaciones arqueológicas, y que un año después se publicó el decreto con que se reafirmaba la propiedad nacional de todos los monumentos arqueológicos. Anteriormente, en 1827, se había dictado la primera ley sobre protección de antigüedades del continente, a la que hay que sumarle el decreto de 1864 sobre excavaciones en Yucatán 47.

Tras este corto recuento, podemos ver cómo hasta el momento en que Francisco Rodríguez ini­ció sus trabajos de Tepoztlán, los exploradores se habían abocado a la recolección de información sobre arquitectura y jeroglíficos, copiado y foto­grafiado monumentos, realizado planos y medicio­nes, y en muchos casos limpiezas y desmontes de la selva. Las excavaciones fueron esporádicas, peque­ñas, pocas veces metódicas, y en México casi sin objetivos de restauración y posterior conservación. Incluso gran cantidad de estatuas, estelas y altares fueron removidos de su sitio original. La reconstruc­ción de la escalera jeroglífica de Copán, costó que varias de las esculturas y los escalones grabados ter­minasen en Londres, al igual que otras muchas pie­zas más 48, con la anuencia del propio gobierno de Honduras.

Los inicios el primer proyecto de restauración de América Latina: las excavaciones de Copán en Honduras. Se inicia el descubrimiento de la Escalera Jeroglífica en 1891.

Los inicios el primer proyecto de restauración de América Latina: las excavaciones de Copán en Honduras. Se inicia el descubrimiento de la Escalera Jeroglífica en 1891.

En cuanto al traslado de grandes esculturas, que­remos destacar el gran esfuerzo y trabajo que ésto significaba durante el siglo pasado. Por ejemplo lle­var a la Diosa del Agua de Teotihuacán hasta el Museo Nacional en 1889, llevó 9 meses de trabajos intensos, ya que pesa 22.380 kgs. El Calendario lle­vó 15 días de esfuerzos para moverla desde la Cate­dral al Museo, y trabajó todo un regimiento. Otros monumentos fueron la Lápida de Tepatlaxco (500 kgs) y el Monolito de Alvarado (3.70 mts de alto), ambos llevados por el mismo Batres en 1904.

Otro punto, inédito hasta ahora en la bibliografía al respecto, es el intento del gobernador de Za­catecas en 1830 por hacer un museo regional, dar un decreto sobre la protección a los sitios prehispá­nicos, e incluso llegó a encargar un gran reconoci­miento regional a Marcos Esparza. Estas intencio­nes del gobernador Francisco García son sin duda pioneras en el país, y más dignas de destacar por la posición semi-marginal que poseía ese estado a prin­cipios del siglo pasado. Esta es otra historia que aún espera para ser escrita.

b) Sudamérica

En América del Sur también se habían realizado a la fecha algunos trabajos que podemos considerar importantes. Ya en el siglo XIX se había publicado la obra Antigüedades Peruanas, de Mariano Eduardo Rivero y Jhann J. Von Tschudi (1851), quizás uno de los primeros libros de tipo moderno sobre la arqueología del Perú. Poco tiempo después gran cantidad de viajeros estaba recorriendo, excavando, y dibujando los grandes monumentos de la sierra y de la costa. Las obras de Tschudi se continuaron desde 1838 hasta 1885, en que publicó su gran tra­bajo Contribuciones a la historia, civilización y lin­güística del Perú antiguo 49.

Ruinas del Centro Sagrado de Máchu Pichu en Perú.

Ruinas del Centro Sagrado de Máchu Pichu en Perú.

Hacia finales del siglo aparecieron otras figuras importantes: George Squier (1877), quien editó su famoso viaje, rememorando a los anteriores y simi­lares de Stephens y Catherwood en tierras mayas, y Clement R. Markham, con su Historia del Perú (1892). También debemos citar a Antonio Raimondi, quien convenció a las autoridades para que tras­ladaran una gran estela de piedra descubierta en Chavín al Museo Nacional, donde actualmente lleva su nombre.

Pero las dos figuras descollantes de su tiempo fueron sin duda Ernest Middendorf y Max Uhle. El primero de ellos excavó y recorrió todo el Perú, y su primer gran libro en 3 volúmenes, titulado Beobachtungen und Studien über das Land und seise Bewohner(1893-5) no tuvo paralelo en su tiempo, y aún más de Die einheimischen sprachen Perus en seis volúmenes (1890-2), sobre las lenguas anti­guas. Casi cuarenta años antes que Julio Tello, vis­lumbró la importancia de las ruinas de Chavín para la arqueología sudamericana.

Max Uhle, más arqueólogo y menos etnólogo, realizó un aporte fundamental para la arqueolo­gía: introdujo el método estratigráfico. Concreta­mente, su trabajo en Pachacamac en 1896 (publicado en 1901) es uno de los grandes pilares sobre los cuales descansa la historia del continente, y un paso importante en la restauración y conservación de la arquitectura prehispánica. Uhle realizó infi­nidad de excavaciones y trabajos importantes, no sólo en sus inicios en Tiahuanaco, sino en países cercanos como el Ecuador, donde residió por 14 años(50).

De nuestro siglo debemos recordar a J. T. Polo y también a Julio C. Telli, con quien podemos decir que nace la restauración de monumentos en forma material y consecuente. Sus trabajos en Chavín de Huántar se remontan al año 1919.

c) Europa y Asia

No estaría demás aclarar que si bien en Europa se había ya avanzado en esta época (1895) en el terreno de la conservación del patrimonio cultural, e incluso en la restauración de monumentos tanto arqueológicos como históricos, los trabajos dejaban mucho que desear. En cuanto a la arqueología, podemos decir que al igual que en América Latina, sólo hacia 1900 se utilizan metodologías y técnicas desarrolladas de tipo científico.

Si hacemos un poco de historia 50 podemos ver que a partir de 1850, año de la publicación del Origen de las Especiesde Darwin, el primer gran traba­jo es el de Heinrich Schliemann, quien comenzó sus exploraciones de Itaca en 1871 y un año después Hissarli descubrió Troya, mostrando la diferencia existente entre la arqueología «de escritorio» y la de campo. Es interesante recordar que en 1867, en la primera gran Exposición Internacional de Pa­rís, se expusieron al público objetos prehistóricos.

Pero los primeros trabajos que podemos considerar fueron desarrollados con una técnica y no de simple «búsqueda de antigüedades» son los reali­zados por los alemanes en Olimpia (1875) y conti­nuados por Sir Flinders Petrie en Egipto (1884) 52. En el inter ín se habían publicado los libros de E. B. Taylor Prímitive Culture en 1871, y el de Lewis Morgan (1877) Ancient Society. En Francia había comenzado un proceso similar tras la edición del libro de Gabriel de Mortillet en 1897, titulado Formation de la Nation Francaise.

La Esfinge de Egipto

Los principales trabajos de excavación y restauración se hicieron después de 1900, fecha marcada por la muerte de Pitt Rivers, quien desde 1880 desarrolló las primeras tipologías formal-funciona­les. En Cnossos trabajó Sir Arthur Evans desde ese mismo año de 1900; en 1904 trabaja Pumperly y Schmidt en Anau; dos años después Winkler co­mienza a excavar en Bogazkoy, la antigua capital de los Hititas; Campbell-Thompson y Hall estudian Ur y Heridú; Koldewey y Andrae permanecen excavando desde 1889 hasta 1914 Babilonia y Assur. Cabe señalar que estos últimos son quienes primero realizan la limpieza total de una ciudad

En cambio en otros lugares fue posterior, hasta 1921 Andersen descubrió Yang Shan Tsu, en China, y elaboró una cronología de las etapas más antiguas del desarrollo social de esa región. En ese mismo año comienzan los trabajos de Harappa y Mohenjo Daro, realizados por Sahini, y dos años después Carter descubre la tumba de Tutahnkamón.

Todo esto muestra que los trabajos realizados, tanto por universidades extranjeras como por inves­tigadores mexicanos, no tienen un desarrollo mucho más tardío que los de Europa sino, al contrario, bastante paralelo a ellos. ¿Cuáles son las causas de este interesante fenómeno? Es un tema de difícil solución, o por lo menos su esclarecimiento no pasa por la historia de la arqueología, sino de la ideología. Está inmerso en el trasplante de las ideas del positivismo como modelo de pensamiento 53, el surgimiento del nacionalismo, y en general del liberalismo capitalista.

Es evidente que todavía -incluso en Europa- la idea de la conservación del patrimonio cultural estaba en sus inicios. Frases como la que trascri­bimos de Anatoly Lunacharsky sólo surgieron tras los grandes movimientos sociales de 1914-18.

Todo lo valioso de las producciones de los pue­blos, a lo largo de los siglos, constituye el legado inalienable del tesoro cultural de toda la humanidad 54.

Lo principal es que no sólo lo dijo sino, que contra todas las adversidades de la lucha revolucionaria, realizó el primer proyecto global de conservación patrimonial a nivel popular en todo un país, y logró llevarlo a cabo.

Anatoly Lunacharsky

Anatoly Lunacharsky

Es importante recordar aquí que en Europa no fue Francia el primer país o el único donde la restauración tomó gran importancia durante los primeros años del siglo XIX; también Italia, Alemania y principalmente Inglaterra tuvieron movimientos y grupos que trabajaron en ello. Por citar sólo un ejemplo, nos viene a la memoria el hecho que la Oxford Architectural Society fue fundada en 1839, y muy poco después ya funcionaba la famosa Cam­bridge Camden Society dirigida por John Parker, pionero de la historia de la arquitectura inglesa, y maestro del no menos importante Sir Banister Flet­cher, cuya obra aún sigue formando generaciones de historiadores de la arquitectura 55.

Por citar una obra de Parker, podemos leer su An introduction to the study of Gothic architecture (1ª edición 1850, Londres), en la que ya cita a le-Duc como colega de trabajo (esta edición fue escrita en 1848-9). Transcribimos un párrafo en el que nos dice, respecto a la destrucción del presbiterio de Islip en Oxfordshire (siglo XVIII):

(…) este ejemplo histórico fue desafortunadamente destruido en 1860, por lo que falsamente se llama restauración, lo que usualmente significa la destrucción total de todo elemento original y su substitución por la despreciable improvisación de algún arquitecto moderno, que directamente desprecia e ignora la historia del arte 56.

Para completar la idea, podemos ver que Parker, dueño a su vez de una editorial, la Parker and Co., publicó 59 volúmenes sobre arquitectura europea en 1889.

En el caso de España, cuya literatura es de importancia en especial para el México del siglo pasado, hubo grandes críticas a la restauración desde 1880.

V. Las influencias de Viollet-le-Duc

Uno de los aspectos más interesantes del desarrollo de los textos y cursos sobre restauración en México y Amércia Latina, es que siempre se ha tomado a Viollet-le-Duc como el iniciador y el más grande teórico del tema. Y se le analiza como introduc­ción obligada para la propia historia de la restau­ración en nuestro continente. No es nuestra inten­ción quitarle a le-Duc sus méritos, pero hay dos puntos que queremos destacar al respecto: ¿por qué se le toma a él y no a otros contemporáneos tan importantes como él? y ¿por qué no se ha ana­lizado con detenimiento cuál fue su verdadero aporte para la conservación en México, es decir su influencia real sobre los restauradores de esta re­gión del mundo?

De los contemporáneos de le-Duc, quizás el úni­co que ha sido tomado en cuenta es John Ruskin, aunque siempre como un simple romántico. Pero a una personalidad de la talla de Camilo Sitte, y cuyas obras tuvieron tanta importancia en Europa y Estados Unidos (hasta en le Unión Soviética) que prácticamente cambiaron el rumbo del urbanismo moderno, no puede ser dejada de lado. Existe por suerte ya una gran bibliografía extranjera sobre él y su papel por la conservación de un entorno urba­no a escala del ser humano 57. Así mismo la obra de William Morris, quien en cuanto a la historia de la arquitectura ha sido hiper-exaltado, nos olvida­mos que desde 1867 publicaba textos sobre restau­ración, e incluso críticas a ella. En 1877 fue uno de los fundadores de la Society for the Protection of Ancient Buildings de Londres. También ha sido olvidado en nuestro continente.

William Morris

William Morris

Es este el momento de regresar a una de nuestras hipótesis originales: es factible que el proceso del desarrollo de la restauración de monumentos se haya dado en México (y en América Latina) en forma relativamente independiente de Europa. Es obvio que es imposible desvincular ambas situaciones, ya que la estructura de dependencia, tanto ideológica como cultural, haría imposible tal demostración.. Pero sí es factible mostrar que por lo menos tuvo características marcadamente diferentes, además de que si bien el contexto general es común, las obras de Eugéné Viollet-le-Duc y John Ruskin no jugaron papeles determinantes.

Una parte del terreno histórico de la restauración que hasta hoy está totalmente virgen es: ¿cuál fue realmente la influencia de Viollet-le-Duc en América, cómo se dio y a través de qué publicacio­nes?, ¿escribió algo sobre América y sus ruinas?

Desgraciadamente este trabajo de investigación no lo podemos llevar aquí a cabo con la profundidad necesaria, pero sí detectar algunos elementos importantes. Por lo que sabemos nunca estuvo en América Latina, pero le dedicó un trabajo extenso: la introducción (titulada «Antiquités Américaines») a la primera edición del libro Cítés et ruines améri­caines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichén-Itza, Ux­mal, escrita por Desiré Charnay durante su segunda estadía en México. Otro más corto, fue incluido en su Historie de l’habitantion humaine 58.

El trabajo no es novedoso y no aporta mayores informes o nuevas interpretaciones a la arqueología de México. En general se remite a los trabajos ante­riores conocidos (Stephens, de Bourbourg, el pro­pio Charnay, etc.). Los textos son simples, aludien­do constantemente a las fotografías del autor y él sólo realiza algunos dibujos. Respecto a las fotogra­fías debemos destacar que Charnay fue uno de los primeros en tomarlas en México, ya que recorde­mos, en esa fecha sólo existían las pioneras del barón Von Friederischtal y las de Frederick Cather­wood tomadas en Yucatán durante su segundo via­je. Tanto las del barón como las de Catherwood desaparecieron, unas en un incendio, las otras tras la muerte del autor, por lo que las de Charnay for­man parte de los más antiguos documentos gráficos de la arqueología que poseemos.

Primeros trabajos de restauración y consolidación de construcciones de Chichén Itzá en 1910. Las columnas fueron vueltas a levantar y los muros limpiados y vueltos a aparejar, indicando las intervenciones nuevas mediante un pequeño rejoneado.

Primeros trabajos de restauración y consolidación de construcciones de Chichén Itzá en 1910. Las columnas fueron vueltas a levantar y los muros limpiados y vueltos a aparejar, indicando las intervenciones nuevas mediante un pequeño rejoneado.

Pero sí hay algo que destacar de la obra de le­-Duc: prácticamente no hace alusión alguna a la im­portancia de las ruinas, y por lo general las menos­precia bastante, siguiendo un poco la ya antigua postura de Humboldt 59.

Concretamente, la casi única frase dedicada a la destrucción del patrimonio es la que transcribimos, redactada como una nota al pie del artículo, debido a que el tablero del Templo de la Cruz había sido retirado de su lugar:

Desde que los edificios de Palenque salieron del olvido, si no deben lamentar más el vandalismo de los fanáticos, en cambio sufren la destrucción metódica de los aficionados. La mayoría de los viajeros curiosos arrancan fragmentos para enri­quecer sus colecciones. Una de las partes del bajorrelieve de la cruz fue llevada a esta forma; la otra, arrancada de su lugar, quedó en medio de la maleza donde el señor Charnay la pudo fo­tografiar. Pero tal es todavía el estado de barba­rie de nuestro tiempo, a pesar que pretende ser civilizado, que durante nuestras discusiones so­bre dicho monumento cuya existencia es de importancia para la historia del mundo entero, cualquier viajero oscuro se lleva o destruye para siempre el objeto de tales discusiones: iy ello ocurre nada menos que en Palenque!

Por otra parte, intenta (y por suerte no lo logra) realizar una clasificación «racista» del arte. El pos­tula que sólo las obras de la raza blanca son elabo­radas, y que las de los pueblos «inferiores» son simples, con lo que consigue emparentar ciudades que no tienen entre sí ninguna relación, y separar otras. Por ejemplo, resulta que, debido a que una parte de las molduras del Cuadrángulo de las Mon­jas asemeja la construcción en madera, Uxmal es de menor categoría que Mitla, que es un aparejo «ver­dadero» de piedra.

Otra información interesante sobre le-Duc, es que este trabajo lo realizó antes de publicar su Dic­tionnaire raisonné de l’ architecture Francaise, (publicado a partir de 1868), y en cuyo volumen VIII, páginas 14-34, incluyó el trabajo sobre restauración.

Hasta el grado fueron poco importantes para él las culturas de América Latina que en la gran biografía realizada Por la Comisión de Monumentos Históricos de Francia no se cita su Antiquités Amé­ricaines.

Pero es interesante anotar que en Estados Unidos su influencia fue mucho mayor. Sabemos que desde 1872 había traducciones de sus trabajos al inglés (aunque no del Diccionario). Durante el cor­to gobierno del emperador Maximiliano, se le envió a Viollet-le-Duc una hermosa medalla de la Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe, la que aún se conserva en Francia 60.

Una autora contemporánea, Beatriz de la Fuen­te, resumió 61 el aporte de le-Duc con ese trabajo sobre México de la siguiente manera:

Hay que reconocer que Viollet-le-Duc no tenía conocimientos suficientes sobre nuestras civiliza­ciones indígenas y aunque de su ensayo nada útil pueda tomarse actualmente, su amor por lo leja­no y exótico es representativo de la actitud romántica propia del siglo XIX.

En síntesis, es posible que Francisco Rodríguez y otros de sus contemporáneos conocieran las obras de este autor. Incluso en la obra de Manuel F. Alvarez Las ruinas de Mitla y la arquitectura (México, 1900) se incluye la traducción de parte del Antiquités de le-Duc, además de un extracto de un artículo de Rodríguez, por lo que de seguro este último conocía los libros del primero. Pero otra cosa es saber cuándo los conoció, qué efecto tuvo el Diccionario sobre él (si es que tuvo alguno), y si le hizo algún caso. A la fecha no hay en la bibliogra­fía que conocemos sobre el tema de esa época casi ninguna cita sobre le-Duc. Recordemos que los tomos que componen el Diccionario trataban específicamente sobre Francia gótica; cada tomo se publicó en fechas diferentes y era una publicación cara, más aún en América, y nunca fue traducido al español.

Sabemos que en algunas revistas sobre arte y ciencia hay algunas cortas referencias a Viollet-le­Duc. Por ejemplo, la más antigua de ellas correspon­de a fecha tan temprana como 1874. Respecto a John Ruskin, las citas que hemos detectado (sin duda debe haber más) son posteriores, y por lo general contemporáneas a su muerte, en 1900 62. Una interesante necrología fue la redactada por José Juan Tablada 63 en la que interpreta la idea de la restauración arquitectónica como símbolo y «prueba más que elocuente de la miseria artística contemporánea». Una cita positiva de Viollet-le-Duc fue señalada por Rodríguez en su polémica antes citada sobre la arquitectura neo-prehispánica, y más tarde las de Mariscal y Revilla 64.

Resumiendo un poco, creo que la búsqueda del origen del desarrollo de la restauración no puede buscar en las teorías europeas del siglo XIX, ya que por lo visto éstas llegan a América posteriormente. Quizás debe buscarse a nivel de políticas culturales y de ideología positivista, en especial en su vertien­te nacionalista indigenista durante el Porfiriato. La clarificación de estos conceptos nos puede ser muy útil para investigar más seriamente los orígenes de la restauración en México.

VI. La obra de Francisco Rodríguez:

Con anterioridad dijimos que era factible el construir una historia de la restauración y conservación del patrimonio cultural en México. De allí que elegimos al arquitecto Francisco Rodríguez sólo como una muestra de esta posibilidad. Otros personajes claves son sin duda Leopoldo Batres, Mariscal, Jesús Galindo y Villa, Manuel F. Alvarez, Orozco y Berra, Chavero, García Izcalbalceta y muchísimos más. Valgan estas notas como una aproximación a ello.

Francisco Rodríguez

Francisco Rodríguez

En realidad la obra de este desconocido arquitec­to es poca, y difícil de rastrear. Sabemos que era arquitecto, típico representante de la burguesía nacionalista del Porfirismo, y que trabajó parte de su vida en la arqueología y en la arquitectura. Mezcló un poco ambas áreas -cosa común en su tiempo siguiendo la línea de Leopoldo Batres, Manuel Alvarez y otros compañeros de la época.

Es posible que su poco prestigio, que ha hecho que no aparezca citado en casi ningún libro sobre arquitectura o arqueología, o en los diccionarios biográficos de este tiempo, haya sido más por su aparente «locura» que por otros motivos. En su época era conocido bajo el seudónimo de Tepo­teztecocanetzin Calquetzani, con el que firmaba, y se consideraba descendiente del dios Tepozteco. Más aún porque provenía de esa localidad de Morelos.

Sus trabajos en las ruinas ya los analizaremos en detalle, pero se destaca el acceso a ellas las cons­trucciones auxiliares y la limpieza y restauración de la pirámide. Levantó los planos que luego publica­ron Seler, Saville, Robelo, Marquina y otros y proyectó también obras para su ciudad natal. Sólo nos ha quedado el proyecto de un monumento de tipo «neoprehispánico» para la plaza central 65 que nunca se llegó a construir, y que fue publicado en varias oportunidades. Sabemos también que enca­bezó la delegación del XI Congreso Internacio­nal de Americanistas que visitó la ciudad y las ruinas en 1895. Pocos años después llegó a subdi­rector del Museo Nacional.

Un proyecto que pensamos debió haber realiza­do él, es el de la remodelación de la fachada del Municipio de Tepoztlán, obviamente llevado a cabo en esos años, y donde se aprecia la mano de un arquitecto profesional que supo adaptar -por lo vista con muy poco dinero-, una construcción de bóvedas coloniales a un pórtico clasicista europeizante. Respecto al edificio municipal anterior, del que sólo resta la parte posterior, cuenta Rivera Cambas 66, «son piezas abovedadas, pero de mal aspecto por su poco aseo. La cárcel puede llamarse, mejor, sitio de tormento inquisitorial: está sin ventilación, el piso es inmundo».

Por suerte los escritos de Francisco Rodríguez nos ubican rápidamente en su forma de ser y de pensar. Por ejemplo, la ya citada ponencia al Congreso de Americanistas; un interesantísimo artículo titulado «La habitación prehispánica de Morelos» publicado en los Anales del Museo Nacional; un fragmento de un artículo sobre la «Arquitectura aborigen» publicado por Manuel Alvarez en su libro Las ruinas de Mítla y la arqui­tectura nacional, sin duda el máximo alegato en defensa de una honrada arquitectura de tipo nacionalista, además de dos publicaciones similares en la revista El Arte y la Ciencia. También su artículo sobre La Habitación Azteca, varias veces publicado.

Quisiéramos destacar el segundo trabajo antes citado, el de la vivienda de Morelos, ya que nota­mos en él las influencias de Viollet-le-Duc, aunque el autor no lo cita en forma específica. Es evidente que el libro Histoire de l’Habitation Humaine sentó las bases metodológicas para su análisis. Pero lo notable es que la casa descrita y analizada no tiene ni la menor relación con la realidad de la vivienda prehispánica; no hace falta mucha sabidu­ría para notar un tipo de construcción totalmente alejada de una realidad que Rodríguez jamás pudo ver y que se encuentra mucho más cerca de las de Grecia o Roma. No hay más que mirar los planos para entender eso. ¿Imaginación desmedida?, ¿falsificación histórica?, es difícil decir, pero muestra claramente la producción intelectual de un hombre particular en un momento crucial de la historia de México. Lo increíble es que el Museo lo haya aceptado para su publicación, aunque es común en la época encontrar trabajos de ese tipo, en los cuales se suplía la falta de conocimientos arqueológicos con la imaginación.

Los otros artículos anotados nos parecen importantes, al igual que todo la propuesta de creación de una «arquitectura nacional», ya que los argu­mentos manejados son de gran nivel y muestran una capacidad de crítica por una parte demoledora, y por otra profundamente convencidos que la única teoría que existía para este grupo de pione­ros de la arqueología y la restauración, era esta mezcla de nacionalismo, indigenismo y positivismo. Es erróneo buscar los orígenes de estos trabajos en las teorías europeas, ya que toda teoría de por sí hace referencia y sirve para hacer comprensible -para explicar y a veces para justificar una realidad existente.

Respecto al monumento que se pensaba erigir en Tepoztlán, él mismo publicó una foto, dibujo y descripción varios años después, concretamente en 1899 y luego en 1911. El llevar a la imprenta ésto respondió a la polémica antes señalada de la «arquitectura nacional», en la que tomó parte impor­tante. Justamente lo tomó como uno de los dos únicos ejemplos valederos de esa propuesta existen­te a la fecha, pese a todos los que había: el monu­mento a Cuauhtémoc y el de Tepoztlán. La justifi­cación alegada estaba en el programa, por una parte, y por otra en un lúcido análisis ideológico del significado formal de la arquitectura y los monumentos.

Municipios de la ciudad de Tepoztlán, una de las obras de Rodríguez realizaras en 1895.

Municipios de la ciudad de Tepoztlán, una de las obras de Rodríguez realizaras en 1895.

Repetimos aquí el programa que le fue impuesto al autor para el proyecto nombrado:

El Ayuntamiento de la Municipalidad de Tepoz­tlán, Estado de Morelos, desea que se perpetúe el recuerdo de los memorables trabajos emprendidos para descubrir la pirámide del Tepozteco y el de la reunión del XI Congreso de Americanista en la ciudad de México, mediante: metro, vara castellana, yarda y pie mexicano (ixcitl); la altu­ra de la pirámide sobre la plaza y la de ésta sobre el nivel del mar; las coordenadas geográficas y la inauguración del Museo de Antigüedades en esta ciudad, debiendo adoptarse como estilo para el monumento el azteca puro.

Monumento conmemorativo proyectado para Tepoztlán por Francisco Rodríguez.

Monumento conmemorativo proyectado para Tepoztlán por Francisco Rodríguez.

VII. La Restauración y puesta en valor de Tepoztlan:

El pueblo de Tepoztlán se encuentra ubicado en las cercanías de Cuernavaca, a menos de 100 kilómetros del Distrito Federal. Por diversas razones permaneció incomunicado hasta hace poco tiempo, y su población fue estudiada en varias oportunidades, en particular por Robert Redfield y Oscar Lewis, levantando una de las más importantes polémicas antropológicas del siglo XX 67.

Se encuentra enclavado en un valle rodeado de enormes montañas sumamente erosionadas que adoptan formas fantásticas, las que siempre han inspirado la imaginación popular.

Tepoztlán, en cuya descripción no vamos a extendernos demasiado, está trazada con la tradicional cuadrícula del siglo XVI colonial. En su centro se encuentra actualmente la plaza, frente al edificio municipal, típicamente porfirista. La fachada de este edificio es quizá, después del convento, lo más importante del pueblo. Digo la fachada, porque en realidad fue superpuesta a una gran construcción abovedada de la época colonial. En la parte poste­rior de ésta se halla el gran convento, con su atrio y su claustro, construido en la mitad del siglo de la conquista. Actualmente ha sido convertido en mu­seo de arte colonial y se halla relativamente bien conservado, no así durante el siglo pasado en que cambió tres veces de dueño, y se trató de ubicar en su lugar la Penitenciaría del Estado de México y luego la Nacional.

Actualmente funciona en su parte posterior un casi abandonado museo de arqueología, creado por la donación personal de Carlos Pellicer. Desde su muerte está sucio y descuidado, y una gran cantidad de piezas falsas ocupan varias de sus vitrinas 68.

El clima de la localidad es cálido y estable, característica que lo ha transformado en lugar de prefe­rencia turística, al igual que Cuernavaca y muchos otros sitios del Estado de Morelos.

Las montañas que lo rodean son en realidad un desprendimiento de la cadena del Ajusco. El monumento arqueológico en cuestión se encuentra en una de ellas y está ubicado a unos 600 metros por encima de la localidad y a 2 mil 100 metros sobre el nivel del mar. Es interesante destacar las erosio­nadas formaciones en la zona, casi únicas en el país, y que le han dado fama. Según Marquina 69:

Estas brechas andesíticas y de materiales tufá­ceos forman ahora profundas y angostas quebradas de crestas sinuosas erizadas de agujas, cada uno de las cuales tiene su correspondiente nombre indígena, y cuyas extrañas formas se deben a que el material tufáceo se destruye más fácilmente que las brechas.

Demás está decir que el acceso al templo y con­junto de ruinas es dificultoso en extremo, a lo largo de escaleras, que en algunas oportunidades tienen los escalones tallados en la propia roca; es un reco­rrido largo y cansado.

Respecto al pueblo podemos decir que en la actualidad presenta la extraña dualidad de gran canti­dad de poblaciones del país: por una lado una es­tructura predominante agrícola y rural, y por otro, un intenso turismo con el comercio y artesanía asociados a él. El sitio ha sido un reducido poblado desde el siglo XVI, en particular tras la gran mor­tandad de los primeros años de la conquista. La sociedad era totalmente rural y de bajos recursos, incluso tecnológicos. Oscar Lewis nos comenta que cuando terminó sus observaciones, es decir hacia 1950, el 80 por ciento de la tenencia de la tierra era de tipo comunal, más un 5 por ciento ejidal. Hasta la revolución, el arado de hierro era casi des­conocido, y en 1943 sólo el 43 por ciento de las familias utilizaban arados de cualquier tipo: el res­to todavía mantenía el sistema de la coa. Esto nos muestra el aspecto de marginación y miseria que todavía hoy se oculta detrás de la fachada turística y de viviendas a fin de semana.

El monumento, demás está decirlo, fue siempre conocido y muy tenido en cuenta por los pobladores de Tepoztlán y sus alrededores, por lo que se­ría ridículo decir que este fue «descubierto» por Francisco Rodríguez. En realidad, fue él quien lo dio a conocer al mundo occidental y académico mediante los trabajos realizados en 1895. Descono­cemos en realidad desde cuándo Rodríguez cono­cía el monumento, a excepción de que los trabajos de excavación los realizó entre el 12 y el 31 de agos­to de ese mismo año. Muy poco después dio a co­nocer los resultados de su investigación en el Con­greso Internacional de Americanistas (reunidos jus­tamente ese año en México).

De los arqueólogos estadounidenses y famosos en esa época, el primero en visitar el monumento y describirlo detalladamente fue Marshall Saville en 1896 70, y poco después el incansable alemán Eduard Seler publicó una interpretación del tem­plo, su simbolismo y el de los glifos y relieves aso­ciados. En realidad escribió dos trabajos, publica­dos en 1898 y 1906 en sus versiones originales y luego uno traducido al inglés 71. A partir de allí no han existido aportaciones nuevas, ya que los auto­res que trataron la región repitieron los textos de Saville y Seler 72.

Fotografía de 1896 mostrando los trabajos de excavación realizados en la pirámidede Tepoxtlán.

Fotografía de 1896 mostrando los trabajos de excavación realizados en la pirámidede Tepoxtlán.

Respecto al monumento en sí Cecilio Robelo 73 nos cuenta en un libro posterior:

En la penúltima década del siglo pasado, por iniciativa nuestra, se hizo una exploración en el monumento y se llegó a descubrir en su base un hipogeo cuya importancia no pudo conocerse entonces. Pero algunos años después, el ingenie­ro D. Francisco Rodríguez, oriundo del lugar y hoy ex-subdirector del Museo Nacional, hizo una exploración muy detenida, encontró ídolos y objetos varios que extrajo, y con ellos formó un pequeño museo que se instaló en la casa municipal; descubrió en los muros del hipogeo, pintura, en su mayor parte cronográficas, que estudiadas cuidadosamente revelarán acaso un Tonalamatl o un Tonalpohualli. Varios americanistas han visitado el monumento, entre ellos, los sabios Saville, Seler y Nuttall, y han sacado copias de las pintura: pero aún no han dado a conocer el estudio que hayan hecho. Conocido el valor arqueológico del Tepoztecacalli, el Gobierno Federal lo puso bajo la vigilancia del Inspector y Conservador de Monumentos, Don Leopoldo Batres, quien bajo los cuidados del vigilante inmediato, Don Bernardino Verazuluce, ha construido un camino que facilita la ascención al templo y continúa el estudio arqueológico del monumento.

Es evidente que Robelo estaba equivocado respecto a la publicación de los trabajos por los visitantes nombrados, puesto que a la fecha de la primera edición de su libro ya se habían realizado las varias ediciones citadas de Seler y Saville.

Si bien tradicionalmente se ha hecho referencia a las ruinas del Tepozteco como a una simple «pirámide», debemos tener claro que ésta es sólo el edi­ficio mayor del conjunto de construcciones enclavadas en la parte superior de la montaña. Además, puesto que está restaurada y bastante bien conser­vada, el turismo sólo se fija en ella, desconociendo casi totalmente el resto.

Tras el penoso ascenso en la última parte de la garganta casi vertical, que antecede al grupo de construcciones y uno de cuyos tramos se realiza por medio de una escalera totalmente vertical, nos encontramos en el sector edificado; debemos recordar que al inicio de este desfiladero se encuentran los restos de una pequeña caseta de planta rectan­gular, que probablemente sirvió como punto de control del acceso. Ese desfiladero ha sido totalmente remodelado para simplificar la subida; lamentablemente al realizar estas obras, años atrás, se cubrieron los muros de la caseta inferior, y quizás de otras similares.

Al finalizar la subida se penetra en la zona plana superior a través de una estrecha entrada, que con­serva incluso parte del revestimiento de estuco ori­ginal. Pocos metros después se encuentra una cons­trucción moderna, realizada en piedra, que creemos es la que hizo Rodríguez a fin de siglo. Esta fue modificada hace pocos años al poner dinteles de concreto y ventanas metálicas.

El sector donde se levanta ésta y que sirve como área de distribución hacia la pirámide y el sector de terrazas escalonadas a su lado, era un gran piso de estuco nivelado, del que sólo quedan fragmentos y parte de las piedras del relleno inferior sobre el tepetate. Tres o cuatro muros destruidos asoman del piso, mostrando lo que deberon haber sido construcciones habitacionales o de servicio para los sa­cerdotes, administradores y sus sirvientes, quienes debían vivir durante largas temporadas en el sitio.

De allí parte un sector artificialmente nivelado, arreglado en varias oportunidades, que nos lleva a la zona de las terrazas. Esta parte conforma una gran superficie que fue trabajada por medio de aterrazamientos de piedra, de tal forma que todo el sector tiene decenas de pequeñas plataformas de tierra cuyos desniveles fueron salvados con piedras formando muros rectos de hasta dos metros de altura. Incluso algunas de las gargantas que van des­cendiendo hacia el valle están también terraplena­das. En la actualidad no existen restos de paredes de construcciones en esa zona, aunque es factible que en las terrazas superiores las haya habido. La lógica deducción es que en el lugar se realizaban cultivos, ya que si bien las superiores permiten que se reúnan en ellas grupos considerables de gente, en las inferiores no entran más de dos o tres personas como máximo y su acceso es sumamente compli­cado.

En general el estado de conservación del conjunto es bueno e incluso temporalmente se procede a una limpia general de vegetación. Lo notable es la cantidad gigantesca de tiestos cerámicos, por lo que pudimos observar típicamente Aztecas, regados por todo el sitio. Ni hablar de la similar cantidad de basura, en particular vidrios de botellas arrojados dia­riamente por los turistas que visitan el lugar.

Plano de la Pirámide de Tepoxtlán tras las exploraciones de Francisco Rodríguez.

Plano de la Pirámide de Tepoxtlán tras las exploraciones de Francisco Rodríguez.

El monumento principal, y sobre el cual trabajó Francisco Rodríguez en 1895, es una gran pirámide Azteca, que se levanta sobre un gran terraplén reali­zado para nivelar el terreno, más bajo al oeste y más alto al este. Pero puesto que ya ha sido detalla­damente descrito por el propio Rodríguez, al igual que otros autores 74, transcribirnos, textualmen­te la cita que nos da Ignacio Marquina 75 en su libro sobre arquitectura prehispánica:

El terreno rocalloso muy accidentado de la mesa natural fue regularizado artificialmente y sobre él se construyó una plataforma de 9.50 m de al­tura que tiene acceso al oriente por una escalera situada hacia la parte posterior del templo, pues éste presenta vista al poniente y al sur por otra escalera cerca del ángulo suroeste del edificio; sobre esta gran plataforma, algo hacia atrás, se levanta el basamento compuesto de dos cuerpos ligeramente inclinados, separados por un angosto pasillo en cuyo lado poniente hay una escalera muy destruida limitada por alfardas que da acce­so al templo.

El templo se compone de dos aposentos y está li­mitado por paredes de aproximadamente 2 m de grueso; el primer aposento, o más bien, vestíbulo se forma por la prolongación de los muros latera­les y por dos pilares situados un poco más atrás de las cabezas de los muros que forman tres cla­ros de los que el central es mayor: este vestíbulo mide 6 m por 5.20 m, tiene bancas laterales con una depresión al centro como los de Malinalco y comunica por una puerta central con el segundo aposento que mide 3.73 m el mismo ancho de 6 m, con bancas a sus lados norte, sur y oriente, y un pedestal en el centro en el cual estuvo el ídolo que fue mandado destruir por el misionero dominicano Fray Domingo de la Anunciación en la segunda mitad del siglo XVI.

El arquitecto Rodríguez encontró al hacer la exploración del monumento, restos del techo que, según indicó, estaba hecho con pedazos de tezontle y una gran cantidad de mortero, de ma­nera que formaba una especie de bóveda de una sola pieza, que cubría un claro de 5 m ligeramen­te curva con una flecha de 0.50 m y de 0.70 m. de grueso. De comprobarse estos datos, sería uno de los poquísimos casos en que se hubiera usado este procedimiento.

Enfrente del templo se halla una pequeña plata­forma de planta cuadrada, que conserva restos de las alfardas que limitaban las escaleras que daban acceso a la parte alta, por los cuatro lados del monumento. Las jambas de piedra de la puerta de comunicación están ricamente orna­mentadas con grecas, puntos si estrías verticales, revestidas de un fino aplanado y con restos de pintura, pero se conserva sólo la parte baja y no es posible determinar con claridad lo que repre­sentan estos motivos.

Las bancas están también construidas de piedra labrada: tienen una pequeña cornisa salientes y estuvieron, como las jambas, aplanadas y pinta­das. Según Seler, los motivos que ornamentaban la pequeña cornisa representan los veinte signos de los días; en cada una de las bancas laterales hay cuatro grandes losas con relieve que proba­blemente representan a los dioses de los puntos cardinales, en tanto que en el lado sur, tal vez se haga referencia a las cuatro edades prehistóricas.

Entre el material de construcción del cuerpo in­ferior de la pirámide, aparecieron dos placas or­namentadas: una con el jeroglífico del rey Ahui­zotl, lo que indica que en el año 1500, aproxi­madamente, hubo en el lugar una construcción Azteca más antigua que la que ahora aparece a la vista. La otra placa lleva grabada la fecha 10 to­chtli (conejo), que corresponde al final del reina­do de Ahuízotl. Estas placas permiten por lo tanto, determinar muy aproximadamente la fe­cha de construcción del monumento entre 1502 y 1520.

La pirámide, según sabemos, estaba dedicada a uno de los dioses de la embriaguez, concretamente al del pulque, el que según las leyendas fue descu­bierto justamente en Tepoztlán. Según Marquina, quien cita a Seler 76, sabemos que con el objeto de determinar

(…) el dios a que estaba dedicado el templo, Seler ci­ta la Relación de Tepoxtlán enviada a Felipe II, que dice: El lugar es llamado Tepoxtlán, porque cuando sus antecesores llegaron a esta tierra, encontraron el nombre generalmente en uso por los que la habían ocupado primero; dijeron que el gran demonio o ídolo que tenían se llamaba Orne Tochtle, que es dos conejos y que se le da­ba el sobrenombre de Tepoxtecatl, y el manus­crito pintado que se encuentra en la Biblioteca Nazionale de Florencia, dice: Esta es la representación de una gran iniquidad, que es la cos­tumbre en un pueblo llamado Tepoxtlán; princi­palmente cuando un indio muere en estado de intoxicación, los otros del pueblo le hacen una gran fiesta, llevando en las manos hachas de co­bre que usan para cortar madera.

Este pueblo está cerca de Yauntepque, son vasa­llos del Señor Marqués del Valle.

Según Cecilio Robelo en su Diccionario de Mito­logía Náhuatl 77:

(…) la palabra Tepoztecatl tiene la siguiente interpre­tación (nombre gentilicio derivado de Tepoztlán: Tepozteco, oriundo o perteneciente al pueblo de Tepoztlán). Era el dio de Tepoztlán. Uno de los dioses de los borrachos. El P. Sahagún enumera doce númenes de la embriaguez, y entre ellos co­loca en décimo lugar a Tepoztecatl.

En una antiquísima leyenda que nos ha conser­vado el P. Sahagún, se dice unos ulmecas del Te­moanchán, entre los cuales estaba Mayahuel, mujer, y Pantecatl, hombre, inventaron hacer el pulque, la mujer, raspando los magueyes y ex­trayend el aguamiel, y el hombre, hallando las raíces que en ella se echan para fermentarla. Si­gue diciendo la leyenda que después llegaron a hacer el pulque a la perfección Tepoztecatl, Cuautlapanqui, Tiloa y Papaztacscaca.

El Códice Nuttall, que trae las figuras de trece dioses de los borrachos, refiriéndose al Tepozte­catl, dice: (Esta es vna figvra de vna gran vella gría qvn pueblo q se dize tepuztlán, tenía por rrito yerta q cuando algún yn dio moría borra­cho, los otros deste pueblo hazian gran fiesta con hachas de cobre, con q cortan laleña enlas ma­nos, este pueblo es parde yautepeque, vasallos del S. or Marques del Valle).

El jeroglífico del dios y del pueblo es una hacha de cobre, tepostli, significando figuradamente que los moradores eran hacheros, cortadores de leña; y todavía se dedican a este ejercicio.

En la pirámide se notan varios deterioros, pese a las restauraciones que se han realizado, incluso actualmente. En particular son notables los arreglos realizados en la escalinata frontal (en 1949) y en el basamento inferior (hacia 1975). Incluso en esas primeras reparaciones, el que las realizó dejó su firma escrita en el cemento justo en el remate de la escalera.

Faltan actualmente varias piedras en la banqueta inferior, que ya vimos que estaban esculpidas 78, y el deterioro general de muros y columnas talladas está en notable aumento en relación con las fotografías existentes. Es evidente que son necesarias algunas obras de protección.

Quizás lo más notable sea que el altar que estaba frente a la pirámide ya casi ha desaparecido totalmente. Sólo se conserva en el piso la marca de su ubicación, y un par de piedras que dan una idea vaga de su forma.

Es de lamentar que Francisco Rodríguez no nos haya dejado un trabajo de tallado de sus intervenciones en el monumento. Esto no se lo podemos criticar, sino que en general en esa época los arqueólogos no acostumbraban escribir informes largos sobre sus trabajos, en especial dada la dificultad de publicación. Concretamente nos dejó un artículo, publicado en las actas del Congreso Internacional de Americanistas, realizado en México en ese mismo año 79. Por lo que sabemos nunca más se escribió nada sobre otros trabajos en el lugar, aunque tenemos evidencias de por lo menos dos intervenciones más que luego analizamos.

Por lo que Rodríguez cuenta, sabemos que llegó al lugar por órdenes de su coterráneo, Cecilio Robelo, en agosto de 1895. Creo que es posible imaginar que debió limpiar, aunque más no sea, el camino de acceso, que luego fue arreglado por órdenes de Leo­poldo Batres. Respecto a la pirámide debió retirar de encima de ella gran cantidad de escombros, pro­ducto del derrumbe, del techo, aunque todavía pudo observar, al igual que Saville y Seler, que éste estaba conformado por una bóveda de corta flecha, lo que es un caso único en México. Al parecer las lápidas esculpidas estaban completas (actualmente falta casi la mitad). No hay duda que los parches de cemento que les han colocado en forma sucia y par­cial, es un agregado contemporáneo.

Creo que hay que resaltar que no procedió a abrir calas o pozos, lo que según él mismo dijo fue por falta de tiempo. Debemos dar gracias por esta sensatez, ya que de otra manera hubiera dejado quizás a la intemperie el mismo núcleo de la pirámide, provocando así, con el tiempo, un deterioro irreversible. El basamento fue limpiado y en general no se agregaron piedras de ningún tipo. Los muros y columnas alcanzan actualmente el nivel al cual fueron descubiertos. En algunos paramentos de la parte inferior, y en las construcciones que lo rodean, se pusieron piedras encimadas y sin ningún cementante, con el objeto de dar un poco más la apariencia de sitio cerrado, pero nunca sobrepasando la altura de los muros originales -cuyo estuco está muy bien conservado-, ni el largo de las paredes. Parecería también que la construcción de piedra utilizada actualmente para vigilancia y control hubiera sido realizada por él, ya que difícilmente se subía y bajaba a diario; por otra parte la construcción parece realmente antigua. No así algunos remiendos y dinteles de concreto modernos que sostienen el techo, las ventanas y puertas.

También es evidente que en 1949 se realizaron algunas obras, tales como la reconstrucción parcial de la escalera, la cual fue cementada (con juntas  rejoneadas), y pensamos también que muchos escalones fueron cambiados por otros nuevos. Lamentablemente no quedaron claras las evidencias de tal obra, si es que acaso quiso dejarlas. La triste historia de la reconstrucción de monumentos estaba en ese entonces en su auge. Pero sin duda lo más imperdonable es la firma estampada en el cemento, quizás por el que hizo el trabajo.

Vista de la pirámide en su estado anterior a las reconstrucciones de 1945.

Vista de la pirámide en su estado anterior a las reconstrucciones de 1945.

Otras obras realizadas recientemente, son las he­chas hacia 1975 por un arqueólogo del INAH, quien resanó los ángulos del basamento, además del terra­plén inferior. Obras menores han sido la losa de concreto sobre la escalera de hierro (antes de ma­dera) que permite el acceso al sitio, la limpieza del camino, un estacionamiento y la limpia de las terra­zas que le .dan al lugar una apariencia decente. Uni­camente es de lamentar que para acceder a la pirámide se camine sobre estucos, pisos y muros antiguos, cuando perfectamente se podría realizar una rampa por encima de ellos.

Creemos que lo importante de los trabajos origi­nales, que son los que realmente nos interesan, que fueron realizados con sumo cuidado, respetan­do el monumento. Las piedras labradas que se en­contraron sueltas fueron trasladadas al Museo de Antropología, donde se conservan. Se procedió a limpiar el lugar y a realizar un camino de acceso (con la ayuda de Batres y el encargado de la región, Bernardino Verazaluce). Todo esto abrió el lugar al turismo y en especial a los habitantes de Tepoztlán, verdaderos dueños del edificio.

VIII. Restauración y readecuación de funciones de edificios coloniales en México (1880-1910)

En las páginas anteriores hablamos ya del proyecto de Tepoztlán, de Francisco Rodríguez y de otros colegas en lo arqueológico, tales como Leopoldo Batres restaurando Teotihuacán, Xochicalco y Mi­tla, y muchos otros, incluso extranjeros como Al­fred Percival Maudslay dirigiendo los grandes pro­yectos de Copán en Honduras desde 1880, en lo que sin duda fue el primer proyecto de restaura­ción y puesta en valor a nivel continental. También es factible recorrer algunas páginas más con la poca información que hemos podido rescatar respecto a restauraciones de construcciones coloniales durante el porfiriato. Es de lamentar, pero pese a que se ha hecho mucho más trabajo de conservación de mo­numentos coloniales que arqueológicos, no existe a la fecha nada escrito sobre su desarrollo histórico.

En realidad, los trabajos sobre este tipo de obras tienen siempre una característica común: sólo se realizan en construcciones que mantienen su uso. Podemos citar muchísimos casos: desde iglesias que nunca habían sido terminadas y que arquitectos modernos las completaron con las características formales de su época, como Manuel Tolsá y la cate­dral de México, o la cúpula que Lorenzo de la Hi­dalga le realizó a la iglesia de Santa Teresa en 1845-­48, construida anteriormente por Gonzalo Veláz­quez.

Otro tipo de trabajo es el que consistía en tomar un convento antiguo, incluso abandonado, y trans­formarlo en escuela, prisión o edificio de gobierno; podemos citar la temprana transformación del con­vento de los Paulinos de Léon, adaptado a Palacio Municipal por el arquitecto Juan Contreras en 1859; el de La Enseñanza para Palacio de Justicia en México durante el año 1868, y muchísimos más, en especial los que fueron readecuados para vivien­das de baja renta. Otros muchos conventos e iglesias fueron modificados y adecuados a nuevas necesida­des, tal como La Compañía de Guanajuato, entre 1869 y 1884.

Un caso diferente lo constituyen las viviendas privadas: la gran casona de campo que tenía J. I. Limantour (y que aún continúa en su sitio), sobre la actual avenida Revolución, fue tempranamente adaptada (en 1912) para el Colegio Williams, y en esa misma fecha el actual restaurante San Angel Inn, antigua casa de la Marquesa de Selva Nevada, había sido transformado en sitio de fin de semana, incluyendo paseos en bote por el desaparecido lago artificial, restaurante, caballos, etc. La Casa Montejo de Mérida fue remodelada en 1890 por Manuel Arrigunaga Gutiérrez, recién llegado de París. To­do estos casos implicaron agregar o remplazar par­tes originales por modernas, pero queremos desta­car que siempre con el objetivo de permitirles seguir funcionando e impedir su demolición definitiva.

Casos quizás similares, fueron los trabajos reali­zados en las casas de antiguas haciendas coloniales: por citar los más conocidos, en 1881-5 el arquitec­to Antonio Rivas Mercado remodela y adapta la vieja casa de la Hacienda de San Antonio Ometusco (que incluyó una nueva estructura de acero); poco después lleva a cabo lo mismo con la Hacienda del Tecajete, y simultáneamente finaliza trabajos simi­lares en la casa principal de la Hacienda de Chapin­go. En Puebla, el ecléctico arquitecto Eduardo Ta­máriz cambia el Molino de San Francisco a vivienda semi-urbana (1880). Cabe recalcar que en casi to­dos los casos se reemplazaba la anterior estructura portante (gruesos muros, techos de madera) por una estructura moderna de acero (columnas y vigas pero manteniendo los espacios y formas anteriores, aunque con cambios decorativos.

Otros casos que quisiéramos citar como ejemplos que pueden ser agregados a esta larga lista, son la ampliación de la parte posterior de la Basílica de Guadalupe (1895), realizada en un neo-colonial tan puro que es difícilmente separable del original del siglo XVIII. Otro ejemplo diferente, aunque formal­mente con la misma tendencia neo-colonial, es la remodelación del Palacio Municipal para Departamento del Distrito Federal, cuya nueva estructura fue realizada en concreto armado por el ingeniero naval Miguel Rebolledo en 1910.

Es evidente que esta lista no agota el tema, pero nos muestra cómo en estos casos el desarrollo his­tórico de los principios por los cuales se restauraba, readecuaba o transformaba un edificio histórico, no tiene las mismas características que con los ar­queológicos. Quizás desde aquí sea desde donde de­bamos buscar las grandes diferencias que aún sepa­ran ambas áreas de trabajo.

Panorámica de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México.

Panorámica de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México.

IX. Conclusiones

Si en el momento actual debiéramos llegar a conclu­siones, creo que serían las siguientes: dentro de la obvia provisionalidad que tiene cualquier conclusión que se precie de científica, podemos afirmar que la restauración de monumentos en América La­tina, y particularmente en México, se desarrolla en los últimos diez años del siglo XIX inmersa dentro del Positivismo tardío y su vertiente nacionalista. Está inmersa en ella, y es parte insoluble de su ideo­logía.

En segundo lugar, es posible pensar que las obras de Francisco Rodríguez en la pirámide de Tepoz­tlán, son por diferentes motivos: un notable trabajo una escala reducida y lógica, una restauración sin alteraciones ni «reconstrucciones» hipotéticas, obras auxiliares (caseta de control, acceso, monu­mento en el pueblo, camino, etc.), incluidas dentro de otras obras de infraestructura en el pueblo (pla­za, municipio, agua, luz): es decir que prácticamen­te estaríamos frente al «primer proyecto de puesta en valor de un sitio histórico» de América.

El inicio de estos trabajos, tanto el ya reseñado como otros muy importantes sólo citados, se hace al principio con ideas teóricas suficientemente claras. Las ideas de Ruskin o Viollet-le-Duc llegaron a América hacia fin de siglo, pero no con el contenido que les damos hoy, y no modificaron en nada el desarrollo de la restauración.

Sería importante revisar la bibliografía de la época con mucho mayor detenimiento, para tratar de entender con más claridad y detalle cuáles fueron esas teorías y cómo las materializaron, con el fin de intentar construir una verdadera historia, y una teoría realmente científica de la restauración de la arquitectura en particular, y de la conservación de la cultura en general.

Solamente a través de un análisis de esas características, podremos llegar a entender realmente la importancia del carácter social que tienen ambas, y ya no meramente estético, como tradicionalmente se le ha tomado. Debemos entender que la lucha por una ciudad que conserve su propio pasado, por una cultura de y para la sociedad que la produce, que un entorno más limpio, que una escala urbana más acorde al ser humano, se puede lograr. Pero significa una larga y difícil lucha contra un sistema que no tiene intereses de la misma índole. Es por eso que la lucha por la conservación del patrimonio cultural en todas sus escalas, se transforma en nuestro mundo en una lucha política, por intereses sociales y colectivos; sólo así podremos avanzar seriamente hacia su consecución.

Pirámide de Tepoztlán en su estado actual.

Pirámide de Tepoztlán en su estado actual.

X. Notas y Bibliografía

1. Bibliografía crítica sobre la restauración en América Latina existe ya una buena medida. Se pueden citar trabajos reunidos en antologías o aislados, aunque a la fecha no hay libros especí­ficos sobre ello.
Podemos citar como compilaciones:

Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, núm. 16, 1973, Caracas.
Tambi
én el Symposium Interamericano de Conservación del Pa­trimonio Artístico, INBA, 1978, México.
Como trabajos individuales debemos destacar
BENEVOLO, Leonardo, «La preservación de los centros histó­ricos ante el crecimiento de la ciudad contemporánea», ponen­cia inicial al simposio de igual nombre, UNESCO/PNUD, 1977 Quito.
REGIL, Cuauhtémoc de, Protección y conservación en el sub­desarrollo, Sociedad de Críticos de Arquitectura, 1980, Gua­dalajara.
SCHÁVELZON, Daniel, «El pucará de Tilcara: ideología y po­lítica en la restauración de monumentos en la Argentina», Cua­dernos de arquitectura y conservación del patrimonio artístico, vol. 4-5, INBA, 1979, México.
CASTRO, Efraín, «Puebla, un ejemplo de degradación urba­na», Boletín del CIHyE, núm. 16, 1973, Caracas.
FLORES MARINI, Carlos, «Revitalización urbana y desarro­llo turístico», Boletín del CIHyE, núm. 16, 1973, Caracas.
Idem,
Informe Cuzco, CIHyE, 1977, Caracas.
GONZALEZ, Marcelino, «Utopía y realidad del centro históri­co de Antigua Guatemala», Symposium Interamericano de Conservación del Patrimonio Artístico, INBA, 1978, México.
PALM, Erwin, «Las interferencias con el patrimonio artísti­co», Symposium Interamericano de Conservación del Patrimo­nio Artístico, INBA, 1978, México.
GUTIERREZ, Ramón, «Cuzco: todo está como antes», Do­cumentos de arquitectura nacional y americana, núm. 6, Re­sistencia, 1978.
MAZA, Francisco de la, «La propaganda y la belleza o la esté­tica de la Coca-Cola», Páginas de arte e historia, INAH, 1971 México.
FLORES MARINI, Carlos, Apuntes sobre arquitectura, INBA 1980, México.

2. SCHAVELZON, Daniel, Hacia una teoría ideológica de la res­tauración, 1979, Guadalajara.

3. En la restauración de monumentos prehispánicos, a raíz de du­ros golpes que varios arqueólogos – restauradores infligieron a los métodos tradicionales que se utilizaban, se consiguió reconside­rar y modificar su desarrollo. Como síntesis pueden verse:

MOLINA, Augusto, La restauración arquitectónica de edificios arqueológicos, INAH, 1975, México.
Como s
íntesis de la crisis:

GANDARA, Manuel, La arqueología oficial en México, Tesis ENAH, 1978, México.

ARBOLEYDA, Ruth, En torno a la crisis de la antropología nacional, INAH, 1979, México.
PANAMEÑO, Rebeca y NALDA, Enrique, Arqueología ¿para quién?, Nueva Antropología, núm. 12, pp. 111-124, 1979, México.

MATOS, Eduardo, «Las corrientes arqueológicas de México», Nueva Antropología, núm. 12, pp. 7-25, 1979, México.

FLORES MARINI, Carlos, «Un diferente enfoque para la restauración de monumentos arqueológicos», en Cuadernos de Ar­quitectura y Conservación, 1980.

4. BENEVOLO, Leonardo, op. cit., y REGIL, Cuauhtémoc de, op.

5. Existen varios trabajos, entre ellos MOLINA, Augusto, op. cit.

6. Boletín del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, núm. 16, 1975, Caracas. En él hay varios trabajos sobre el tema.

7. SCHÁVELZON, Daniel, op. cit. notas 1 y 2.

8. GARCIA DE FUENTES, Ana, Cancún: turismo y subdesarro­llo regional, UNAM, 1979, México.

GUARDUÑO, Jaime, «Breves notas sobre la desintegración de a comunidad indígena cobaeña», Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, núm. 40, 1980, Mérida.

9. BERNAL, Ignacio, Historia de la arqueología en México, Edi­torial Porrúa, 1979, México.

10. Idem nota 7.

11. Las obras de otras personalidades, como Leopoldo Batres, son tan importantes como la de Rodrígez, aunque sobre ellos se ha escrito ya otros trabajos.

12. LITVAK, Jaime, «El patrimonio arqueológico nacional: un problema de proceso y concepto», Symposium Interamericano de Conservación del Patrimonio Artístico, INBA, 1978, México.

13. MATOS, Eduardo, «Una máscara olmeca en el Templo Mayor de Tenochtitlán, Anales de Antropología, núm. XVI, 1979, México.

Otro ejemplo de un objeto olmeca en el periodo Clásico:

GUSSYMYER, J., «Una figurilla olmeca en un entierro del horizonte Clásico», Estudios de Cultura Maya, vol. X, 1976, México.

14. RATHJE, William, «Descubrimiento de un jade olmeca en la isla de Cozumel, Quintana Roo», Estudios de Cultura Maya, vol. IX, 1973, México.

15. SCHÁVELZON, Daniel, «Supervivencias de cultos prehispáni­cos en Guatemala», Proyecciones de América Latina vol. 1, 1981, México.

16. SANCHEZ VAZQUEZ, Adolfo, La ideología de la «neutrali­dad ideológica» en las ciencias sociales. Mecanografiado, 1975, México.

17. La población del valle de Teotihuacán, GAMIO, Manuel, coord. Secretaría de Agricultura y Fomento, 3 vols., 1922 México.

18. CIRESE, Alberto, Cultura hegemónica y cultura subalterna, Palumbo Editor, Palermo, 1978.
Idem, Folclor y antropología, Palumbo Editor, 1972, Palermo.

19. Idem nota 12.

20. Sobre la literatura indigenista existen varios trabajos de JoséRojas Garcidueñas, imposibles de enumerar aquí por su exten­sión.

21. RODRIGUEZ PRAMPOLINI, Ida, «La figura del indio en la pintura del siglo XIX: fondo ideológico», INI 30 años después, Instituto Nacional Indigenista, pp. 303-319, 1978, México. (Existen varias ediciones de este trabajo).

22. SCHAVELZON, Daniel, op. cit. nota 12.
KATZMAN, Israel, La arquitectura del siglo XIX en México, UNAM, 1973, México.
ALVAREZ, Manuel, Las ruinas de Mitla y la arquitectura, 1900, México.

23. Ver nota 20.

24. FERNANDEZ, Justino, El arte del siglo XIX en México, UNAM, 1956, México.

25. Existieron diversos monumentos a Cuauhtémoc; el citado aquí es el inaugurado en 1887 y realizado por Eduardo Noreña y Francisco Jiménez.

26. Existe una cantidad infinita de publicaciones sobre Cuauhté­moc. Sobre este aspecto, pueden verse entre otras muchas las editadas por la Comisión Investigadora de los hallazgos de Ich­cateopan. Sobre el mito, recomendamos: GARCIA QUINTA­NA, Josefína, Cuauhtémoc en el siglo XIX, UNAM, 1977, México.

27. VILLORIO, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México, CISINAH, 1979, México. (Hay varias ediciones an­teriores).

28. BERNAL, Ignacio, La arqueología mexicana de 1880 a la fe­cha, Cuadernos Americanos, vol. LXV, núm. 5, pp. 122­145, 1952, México.

29. COMAS, Juan, 100 años de Congresos de Americanistas, UNAM, 1976, México.

30. Sobre los trabajos de restauración de Leopoldo Batres puede verse MOLINA, Augusto, La restauración arquitectónica de edificios arqueológicos, INAH, 1975, México.

31. Noticias aparecidas en El siglo XIX, 4 y 6 de enero de 1887, México.

32. Noticias en El siglo XIX, 2 de febrero de 1887.

33. COMAS, Juan, Las primeras instrucciones para la investiga­ción antropológica en México (1863), UNAM, 1962, México.

34. GARCIA QUINTANA, Josefina, 1977, op. cit.

35. LEWIS, Oscar, 1975, op. cit.

36. RIVERA CAMBAS, 1883, op. cit.

37. COSSIO VILLEGAS, Daniel, Historia moderna de México, vol. 4, Editorial Hermes, 1973, México.

38. TOMAC, Dúdrica S., «Apuntes sobre algunos problemas de la investigación del arte prehispánico en Mesoamérica». Anales del I.I.E., núm. 47, UNAM, 1977, México.

39. BAUDRILLARD, Jan, Crítica de la economía política del sig­no, Siglo XXI, 1974, México.
Idem, El sistema de los objetos, Siglo XXI, 1969, México.

40. ARGAN, Giulio Carlo, El Pasado en el Presente, Gustavo Gili, 1973, Barcelona,

41. BAUDRI LLARD, Jan, op. cit., 1969. y 1974.

42. Un resumen general de la arqueología en México se pude ver en el artículo de Ignacio Bernal, 1979, op. cit. Otros libros de fácil consulta son: WILLEY, Gordon, y SABLOFF, Jeremy, A history of American archaeology, W. H. Freeman, 1977, New York.
Sobre la evolución de las ideas etnológicas:
PALERM, Angel, Historia de la Etnología, 4 vols., CISINAH, desde 1975, México.
Otros autores, pero cuya bibliografía sería demasiado extensa de detallar, son:
BRUNHAUSE, Robert, (Pursuit the ancient Maya y They found the buried cities); PENDARGAST, David, (The Walter-­Caddy expedition to Middle America); ECHANOVE TRUJI­LLO, Carlos, op. cit.; HAGEN, Wolfang von, (En busca de los Mayas); ALVAREZ, Manuel (Milla y la arquitectura); GRIF­FIN, Guillet, (Early traveler to Palenque); SCHÁVELZON, Daniel, (Una visión romántica de la arquitectura); FUENTE, Beatriz de la y SCHAVELZON, Daniel, (Algunas noticias poco conocidas que sobre Palenque se publicaron en el siglo XIX), Y otros más de BALLESTEROS GABROIS, Manuel, (Palenque), MOLINA, Marta, (Uxmal), etcétera.

43. SCHAVELZON, Daniel, «El saqueo arqueológico de Guatema­la», Antropología e Historia, 24, INAH, 2da. Epoca, 1979, México.

44. Una sucinta historia de los trabajos en Quiriguá puede leerse en MORLEY, Sylvanus, Guía Arqueológica de las ruinas de Quiri­guá, Carnegie lnstitution, 1936, Washington.
El libro más importante de Maudslay es la parte de «Arqueolo­gía» (4 vols.) incluida en los 50 tomos de la Biología Centrali-­Americana, 1893.

45. MAUDSLAY, Alfred P., «Recent archaelogical discoveries», Journal of the Royal Anthropological Institution, vol. 43, pp. 9-22, 1913, London; (la cita proviene de la pág. 12).

46. Un análisis crítico de la obra de Edward Thompson, en particu­lar sus enfrentamientos con Teobert Maler y Justo Sierra, puede verse en el libro de ECHANOVE TRUJILLO, Carlo, Dos héroes de la arqueología maya: el conde Waldeck y Teobart Maler, Universidad de Yucatán, 1975, Mérida.

47. GERTZ MANERO, Alejandro, La defensa jurídica y social del patrimonio cultural, Fondo de Cultura Económica, 1976, México.

48. Si bien es criticable haber trasladado monumentos a Londres, es necesario tener en cuenta tres factores: en primer lugar Maudslay y el Peabody Museum tenían un contrato oficial fir­mado con el propio presidente de Honduras, por el cual esta­ban autorizados a llevarse LA MITAD de todo lo descubierto. En ese sentido, sólo se llevaron una minúscula parte. Por otro lado, también debe pensarse en el problema del imperialismo y su concepción centralizada del uso del arte por las élites ilus­tradas, por lo que tradicionalmente se llevan las obras de arte de los grandes museos. Un tercer elemento es el hecho que a lugares tan remotos (aún hoy) sólo llegaban dos tipos de viajeros: arqueólogos entusiasmados y ladrones profesionales. En cierta forma, una manera de protejer las obras (por lo menos eso consideraban ellos) era trasladarlas a sitio seguro.

49. KAUFFMAN, Federico, Historia de la arqueología peruana, 1961, Lima, y Manual de arqueología peruana, Peisa, 1969, Lima.
ROWE, John H. «Cuadro cronológico de exploraciones y descubrimiento en la arqueología peruana: 1763-1955″, Ar­queológicas, no. 4, 1959, Lima. HORKHEIMER, H., El Perú prehispánico, 1950, Lima.
WILLEY, Gordon y SABLOFF, Jeremy, 1977, op. cit.

50. Sobre la obra de Max Uhle y su relación con Jijón y Caamaño en Ecuador, ver SCHÁVELZON, Daniel, Arquitectura y arqueo­logía del Ecuador Prehispánico, UNAM, 1981, México.

51. BERNAL, op. cit., 1979.

52. La Bibliografía sobre el desarrollo de la arqueología en Europa es realmente vastísima. Podemos citar como ejemplos de tra­trabajos fácilmente accesibles:
GLYN, Daniel, Historia de la Arqueología, Alianza Editorial, 1971, Madrid.
CERAM, C.W., The march of archaeology, KNOPF, A., 1975, New York.

Sobre las excavaciones en Egipto:
WORTHAM, John, The genesis of British egyptology, Univer­sity of Oklahoma Press, 1971, Norman.
Los trabajos en Egipto se inician científicamente con sir Flin­ders Petrie durante su primera temporada en Tanis (1884) aunque su primera visita fue en 1880. Luego continúa traba­jando para la Egypt Exploration Found en Naucratis y Tel Defenneh (1885/6).
LLOYD, Seton, Foundations in the dust, Thames and Hudson, 1980, Lo. ndon.
GLYN, Daniel, Towards a history of archaeology, Thames and Hudson, 1981, London, ídem, A short history of ar­chaeology, Thames and Hudson, 1980, London.

53. ZEA, Leopoldo, El positivismo en México, Fondo de Cultura Económica 1968, México.
BRADING, Leopoldo, Los orígenes del nacionalismo mexica­no, Septsetentas, 1973, México.

54. LUNACHARSKY, Anatol, El arte y la revolución (1917-1927), Grijalbo, 1975, México. Presenta la traducción de escritos del autor referentes al tema, y un buen ensayo introductorio de Sánchez Vázquez.

55. FLETCHER, Sir Banister, A history of architecture on the comparative method, Athlone Press, la. edición, 1896, Lon­don.
PARKER, John H., An introduction to the study of gothic architecture, Parker and Co., 8a. edición, 1888, London.

56. PARKER, Jonh H., op. cit.

57. La bibliografía sobre autores de la talla de Camilo Sitte es extensa a un grado increíble. Sólo citar las ediciones de su libro Construcción de ciudades según principios artísticos llevaría varias hojas. Un libro en español y reciente que analiza la obra de este arquitecto es COLLINS, George y Christiane, Camilo Sitte y el nacimiento del urbanismo moderno, Gustavo Gili, 1980, Barcelona.

58. CHARNAY, Désiré, Cités et ruines américaines: Mitla, Palen­que, Izamal, Chichen Itza, Uxmal, 1863, París.

59. Sobre Humboldt la bibliografía es larga de detallar, pero casi todos los autores aceptan (y creemos que es obvio) su posi­ción desde un europeo neoclasicista bastante etnocéntrico. Sus apreciaciones sobre el arte prehispánico en especial sobre la Coatlicue y Mitla constantemente aclaran que son grandes obras «primitivas», «salvajes» y de «un periodo al cual el hom­bre no debe jamás regresar».

60. Puede leerse una buena biografía en Eugéne Viollet-le-Duc, Caisse Nationale des Monuments Historiques, 1965, París.
Sobre el mismo autor recomendamos el libro FUSCO, Renato de, La idea de arquitectura: historia de la crítica desde VioIlet-le-Duc a Pérsico, G. Gili, 1976, Barcelona.
Otros trabajos son Viollet-le-duc, exposition du Gran Palais, Reunión dos Musées Nationaux, 1960. París. Le voyage d’Ita­lie Viollet-le-Duc 11836-7), Ecole Nationale Superiere des Beaux Arts, 1980, París.
La revista Archaeologia núm. 141, viene totalmente dedicada a las obras de le-Duc.

61. FUENTE, Beatriz de la, La escultura de Palenque, UNAM, 1963, México.

62. TABLADA, José Juan, «Sir John Ruskin», Revista Moderna, 15-2-1900, México.

63. Ibíd.

64. REVILLA, Manuel G., El arte en México en la época antigua y durante el gobierno virreinal, Oficina Tipográfica de la Secre­taría de Fomento, 1893, México.
MARISCAL, Federico, La patria y la arquitectura nacional, 1915, México.

65. Este monumento puede apreciarse en el libro Arte, burguesía y nacionalismo: la arquitectura neo-prehispánica y la polémica del arte nacional en México, Daniel Schávelzon (compilador), en prensa, UNAM, 1981.
KATZMAN, Israel, La arquitectura contemporánea mexicana, INAH, 1964, México. (Lám. 27-c y pág. 79). hay una foto de la maqueta.
El proyecto original está publicado en El arte y la ciencia de 1899 (artículo firmado bajo el seudónimo de Tepoztecocanet­zin Calquetzani) y más tarde reproducido por ALVAREZ,  Ma­nuel E., Mitla y la arquitectura nacional, 1900, México.
«Noticias», Boletín del Museo Nacional, vol. I, No. 6, 1911, México.

66. RIVERA CAMBAS, Manuel, México pintoresco, histórico y monumental, 3 vols., Imprenta de la Reforma, 1883, México.

67. La polémica no era solamente formal, sino de posiciones ideo­lógicas y de compromiso ante Tepoztlán de ambos teóricos. La obra de Lewis sirvió (y sirve aún) no solamente para modificar el rumbo de la antropología social, sino para comenzar una lar­ga serie de investigaciones en las cuales el antropólogo no tuvie­ra únicamente una posición «objetiva» frente a los hechos, sino que también luchara por la población en estudio. Robert Red­field (1897-1958) es quien publica los primeros trabajos. Una lista practicamente completa de todas las ediciones reali­zadas antes de 1961 la consigna BERNAL, Ignacio, Bibliogra­fía de arqueología y etnografía mesoamericana, INAH, 1962. Al respecto podemos citar el trabajo básico: Tepoztlán, a Mexican village, 1930, Chicago. Oscar Lewis plantea, en varios trabajos, la posición contrapuesta a la de Redfield. Los libros más importantes son Life in a village: Tepoztlán restudied, University of Illinois Press, 1952, Urbana; y Tepoztlán, village in Mexico, 1960, México. La edición que utilizamos en este texto es Tepoztlán, un pueblo de México, Editorial Mortiz, 1976, México. No sólo es la más completa sino que incluye gran parte de la polémica entre los dos autores.

68. Este museo no es el mismo que Francisco Rodríguez fundó el siglo pasado. De ese nada queda, sólo las citas y el recuerdo. Al paso que vamos, lo mismo sucederá con éste.

69. MARQUINA, Ignacio, Arquitectura prehispánica, INAH, 1951, México. La cita es de la página 217.

70. SAVILLE, Marshall, The Temple of Tepoztlán, México, Bu­Iletin of the American Museum of Natural History, vol. VIII, pp. 221-226, 1896.

71. SELER, Eduard, Die Tempelpyramide von Tepoztlán, Globus, LXXIII, num 8, pp. 123 129, 1898 y luego en su Obra Completas, vol. III, pp. 200-214, 1904, Berlín, y reeditadas en 1960, en Graz. Hay traducción al inglés editada por el Bureau of Amerícan Ethnology, Bulletin 28, pp. 339-352, 1904. Otro trabajo donde analiza los dioses del pulque es Die Wandskulpturen imtempel des pulguegottes von Tepoztlán, publicado originalmente en el XV Congreso Internacional de Americanistas, vol. 11, pp. 351-379, 1906, Quebec, y tam­bién incluida en el vol. III, de sus Obras Completas, pp. 487­513, Berlín, 1908 y Graz 1960. Sobre el pulque y su relación con Tepoztlán se puede ver SELER, Eduard, op, cit.; GON­ZALVEZ DE LIMA, Oswaldo, El maguey y el pulque en los códices mexicanos, Fondo de Cultura Económica, 1953, México. Este libro es un buen compendio del conocimiento actual sobre esa planta y sus derivados, ademas de la metodología asociada a él. Aunque desconoce el trabajo pionero de Seler, analiza la figura del dios Tepoztécatl del códice Magliabecci (págs. 49 y 50) y lo identifica con Papáztac.

72. BERNAL, Ignacio, Bibliografía de arqueología, etnografía y antropología de Mesoamérica, INAH, 1962, México.

73. ROBELO, Cecilio, (1839-1913), Diccionario de mitología Náhuatl, Ediciones Fuente Cultural, 1951, México. Este libro junta las diferentes secciones en que fue originalmente publica­do en los Anales del Museo Nacional a partir de 1905. Hay que hacer notar que las «pinturas» que según este autor fueron co­piadas por Seler y Nutall, son en realidad los relieves de las ban­cas posteriores.

74. RODRÍGUEZ, Francisco, «Descripción de la pirámide llamada Casa del Tepozteca…», Actas del XI Congreso Internacional de Americanistas, pp. 232-237, 1895, México.

75. Idem nota 69.

76.ldem nota 71.

77.Idem nota 73.

78. Es evidente esta desaparición comparando las fotos de Sevilla (1896) que fueron tomadas durante los trabajos de Rodríguez, al igual que los dibujos de Saler de pocos años después, con las fotos que tomamos para este trabajo en 1980. Los dibujos de Marquina, realizados no después de 1951, también las mues­tran, al igual que las fotos de Cecilio Robalo de 1927, inclui­das en Estado actual de los monumentos arqueológicos de Mé­xico, S.E.P., 1928, México.

79.

80. Idem nota 75

NOTA: Este trabajo es una versión compendiada de la Tesis de Maestría realizada por el autor bajo el título de «Historia de los primeros proyectos de restauración en México», UNAM,1981.

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