Buenos Aires del Siglo XVI al XIX: avances en Arqueología Histórica

Monograph 38

Artículo publicado en Monograph 38, Charpter 14, Approaches to the Historical Archaeology of Mexico, Central & Soath America, editado por Janine Gasco, Greg Charles Smith y Patricia Fournier-García, por The Institute of Archaeology, University of California, Los Angeles. ISBN 0-917956-89-3, pps. 133 a 138, año 1997.

Resumen
En los últimos años se ha establecido un programa continuo de excavaciones arqueológicas en el área del asentamiento colonial de Buenos Aires. La zona sur, conocida como San Telmo, se seleccionó debido a su antigüedad y estabilidad constructiva; esta parte de la ciudad está parcialmente protegida por leyes para la conservación del patrimonio cultural. Con anterioridad jamás se hablan realizado excavaciones arqueológicas en Buenos Aires, y gracias a nuestras investigaciones se han descubierto contextos que datan del siglo XVI al XIX, incluyendo cimientos de casas, pisos, muros y túneles subterráneos. Como consecuencia, ha sido posible identificar tipos cerámicos y ubicarlos cronológicamente, con lo cual es posible proponer nuevas ideas sobre la vida cotidiana en el ámbito urbano, en particular de los sectores populares.
Abstract
In the past few years a program of continuous archaeological excavations has been established in the area of the colonial settlement of Buenos Aires. The southern zone of the city, known as San Telmo, was chosen because of its age and structural stability; this part of the city is partially protected by Iaw as part of the cultural heritage. Before this program was begun, archaeological excavations had not been conducted in Buenos Aires. These investigations have led to the discovery of deposits dating to the sixteenth to nineteenth centuries, including house foundations, floors, walls, and underground tunnels. As a result, it has been possible to identify and date artifact types that suggest new ideas about daily life and urban space, focusing particularly on the lives of common people.

En Buenos Aires, hoy una ciudad de 10 millones de habitantes y con una historia que se remonta a su primera fundación en 1536, nunca se habían realizado excavaciones arqueológicas. El establecimiento de un proyecto continuo desde 1985 ha logrado iniciar su conocimiento desde una visión alternativa a la histórico-documental tradicional. En especial debido a la casi absoluta falta de legislación preservacionista en la ciudad, el desarrollo urbano ha destruido la mayor parte de los sitios con potencial arqueológico o lo hará en los próximos años en forma casi irremediable; incluso la ley que protegía el área histórica -generalmente llamada San Telmo por su iglesia jesuítica- ha sido modificada en 1992 posibilitando la demolición de la zona. Esto obliga a que las intervenciones arqueológicas sean necesariamente tareas de rescate urgente y, paralelamente, a que se realice una labor de concientización sobre su importancia.

En Argentina la arqueología indígena o prehispánica tiene una larga historia y logros que no necesitan ser destacados, pero la arqueología histórica y en especial la urbana ha permanecido a la sombra de ésta (Fernández 1982).

Son un tema difícil de explicar aquí los motivos por los cuales los proyectos iniciados a principios de siglo y que en las décadas de 1940 y 1950 llegaron a ser grandes excavaciones -como las ruinas de Cayastá, Concepción del Bermejo y las misiones jesuíticas- que incluían la restauración y preservación de conjuntos de envergadura, fueron siendo dejadas de lado y olvidadas por las autoridades y por los especialistas (Schávelzon 1992a). Incluso en 1905 se hizo un descubrimiento casual de objetos indígenas en el patio central de la Casa de Gobierno, y que pese a ser controlado por arqueólogos no sirvió para despertar interés u otras inquietudes.

Pero la realidad es que la década de 1980 significó un reencuentro con la arqueología histórica en el país. Si bien en Buenos Aires hubo desde principios de siglo algunos estudios pioneros, entre 1928 y 1940 se hicieron algunos intentos de realizar investigaciones más amplias, pero nunca llegó a cristalizarse un proyecto continuo de investigación.

La Ciudad de Buenos Aires

Buenos Aires fue fundada en 1536 por Pedro de Mendoza como un puerto con un real o pequeña aldea cercana. Es muy poco lo que se sabe sobre la ubicación exacta y la estructura física de ese asentamiento inicial, el que fue abandonado y quemado en 1541 para que sus sobrevivientes viajaran a Asunción. La flota de Mendoza estaba compuesta de casi mil quinientos hombres y gran parte de ellos murieron en el sitio por hambre, asedio de indígenas, y en viajes al interior.

Existe una amplísima bibliografía sobre el tema, en especial compilaciones monumentales de documentos (Comisión Oficial del IVo. Centenario 1941), e incluso existe un sitio que ha sido institucionalizado por la historia como el lugar de fundación, pero nunca había sido excavado, hasta 1988 en que pudimos plantear, tras una temporada de trabajo de campo, que no había restos atribuibles a esa época.

Al parecer la ciudad fue fundada en esa primera oportunidad en algún sitio cercano a la barranca que limita las planicies de la zona con el gran Río de la Plata, que en algunos lugares alcanzaba hasta 15 metros de alto, y cerca del Riachuelo, única entrada de naves de calado medio a zonas protegidas de los vientos y crecidas. El terreno era plano, sólo cruzado por arroyos producidos por las lluvias y los desniveles que son poco marcados hasta hoy; esa falta de accidentes topográficos es precisamente lo que hizo que no hubiera referencias geográficas precisas en las primeras descripciones. Pero la segunda fundación de la ciudad, en 1580 por Juan de Garay, sí prosperó; la zona es la misma según las crónicas, ya que sobrevivientes del primer viaje acompañaron al segundo, aunque posiblemente se ubicó un poco más al norte, en una meseta sobre la barranca, limitada por dos arroyos al norte y sur, con posibilidades de crecimiento ilimitado hacia el oeste. Ésta fue la estructura física que se mantuvo hasta el siglo XVIII.

Desde el siglo XVI hasta la mitad del siglo XVII fue poco más que una aldea grande dependiente de la muy lejana Lima. Teniendo prohibido comerciar a través del puerto, sus posibilidades económicas se limitaban al contrabando, tanto en la entrada ilegal de productos de consumo básico como en la salida de plata desde Potosí. La gran producción de cueros y sebo vacuno, y más tarde carne seca y luego salada, fue haciendo surgir una burguesía local que utilizó todos los medios para hacer crecer sus fortunas. Así el siglo XVIII tardío vio, a la par de la apertura del comercio en 1774, y con la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, cómo la ciudad aumentaba en forma acelerada su densidad, la ocupación de nuevos terrenos y la mejora de la calidad de la arquitectura: nuevos edificios públicos, empedrados, casas de dos pisos, mercados construidos, consolidación de la manzana urbana, construcción de medianeras entre lote y lote, y obligaciones de hacer fachadas a la calle. Incluso las técnicas constructivas, los materiales usados y la presencia de arquitectos profesionales trajeron cambios rápidos y evidentes.

En 1750 la ciudad sólo contaba con 14.000 habitantes, pero en 1790 alcanzaba ya los 32.000. La población era variada étnicamente aunque con una notable mayoría de blancos: para 1778 había 16.000 blancos, 6.800 negros y sólo 1.150 indios, aunque es posible que en el número de estos últimos sólo se incluyeran los residentes permanentes y censables (Besio Moreno 1934).

Para inicios del siglo XIX Buenos Aires era una ciudad importante en la región pero que mantuvo su identidad física colonial hasta medio siglo más tarde. Hacia 1850 empezó un proceso de europeización acelerado que permitió que en medio siglo prácticamente toda la ciudad colonial desapareciera. A diferencia de otros centros históricos de Latinoamérica, la ciudad no posee en su casco urbano ejemplos residenciales de la época de la dominación española, salvo algunas pocas iglesias, todas remodeladas o modificadas en el siglo pasado. Esto hace que la arqueología tenga un papel particularmente interesante en cuanto al rescate de un pasado que no está físicamente visible, que ha sido borrado de la memoria y de la identidad de la población con la ideología de la Gran Inmigración entre 1880 y 1920.

Ya para la década de 1870 se establecieron polémicas acerca del valor de los ejemplos de arquitectura colonial o anteriores a 1852, y el consenso de la intelectualidad era que, salvo algunos casos paradigmáticos, todo debía ser destruido y construido de nuevo en aras de progreso. Para el año 1889 llegaron al país más de 225.000 inmigrantes europeos, los que seguirían aumentando hasta 1914. Es así que llegó el momento en que el 50 por ciento de la población total no había nacido en el país. La ciudad tenía en 1855 unos 96,000 habitantes, es decir que triplicaban los existentes antes de la independencia, pero para 1890 había 527.000 personas viviendo en la ciudad y sus alrededores, que en 1914 llegaron a ser casi dos millones. De más está decir lo que esto significó no sólo para la arquitectura sino para toda la vida cotidiana y los objetos materiales que la acompañan.

Paralelamente a este proceso rápido de europeización se iniciaron las campañas de genocidio de la población indígena, la cual fue exterminada en las grandes guerras de la década de 1880, o reducida a reservas con la destrucción total de su cultura material (Martínez Sarasola 1992). De todas formas en Buenos Aires su presencia, importante hasta las guerras de la independencia, fue decayendo hasta desaparecer hacia 1840.

Lo que sí es un tema abierto para la arqueología es que la supuesta aculturación total de esos pobladores indígenas no lo fue tanto, por lo menos en cuanto a lo que su cerámica expresa hasta el momento; mayores estudios nos informarán al respecto. Por ejemplo, la excavación de una herrería ubicada debajo de la Capilla de Nuestra Señora de Belén, en la zona de San Telmo, y asociada a las obras de su construcción hechas a partir de 1740, dio varios fragmentos de tinajas de cerámica rústica, pero ningún fragmento de mayólica española. Pero una vivienda contemporánea, ubicada asimismo en un sector marginal de la ciudad, aunque atribuida a una familia de ciertos recursos, mostró un alto porcentaje de objetos importados (51%) en relación con los regionales (49%). Para finales del siglo XVIII se incrementa el porcentaje en las colecciones arqueológicas de loza crema (creamware) a la par de la lenta desaparición de la población indígena; hacia 1820 se encuentra tanta cantidad de esa cerámica como de las mayólicas españolas anteriormente. Para pocos años más adelante la totalidad de lo usado en la ciudad era importado, o manufacturado a partir de materias primas europeas.

Intervenciones Arqueológicas en Buenos Aires

Las excavaciones hechas se han centrado en diversos problemas que se consideraron prioritarios: el primero fue obtener un conjunto significativo de materiales culturales que permitieran construir una tipología cerámica, de vidrios, metales y otros objetos de la vida cotidiana, mostrando la presencia o ausencia más significativas; en segundo lugar establecer una secuencia cronológica de dichos materiales conjuntamente con su correlación con los sistemas y técnicas constructivas conexas (Schávelzon 1987, 1988, 1991, 1994, 1995). Una vez organizado esto y ya con una visión de conjunto, se comenzó con proyectos más específicos con el objeto de comprender mejor las formas de la vida cotidiana de las clases medias y bajas, excavando viviendas y edificios industriales o comerciales diversos. Más tarde se estableció el proyecto Primera Fundación con el objeto de excavar el área supuesta donde se hallaba ubicada la aldea inicial del siglo XVI. Por último se ha publicado el proyecto de estudio de la red de túneles hechos por los jesuitas en el siglo XVIII -aunque con precedentes desde el siglo XVII y obras posteriores hasta el XIX- y otras construcciones subterráneas conexas (Schávelzon 1992b). Actualmente se han iniciado en otros sitios del país proyectos similares y ya se ha excavado el cabildo de la ciudad de Mendoza (Barcena y Schávelzon 1990), y se han completado dos temporadas en el cabildo de Buenos Aires (Schávelzon 1995).

El subsuelo urbano del área central de la ciudad ha tenido un proceso de acumulación y relleno importante; primero porque la ciudad fue renivelada en varias oportunidades dada la necesidad de crear desniveles artificiales para el desagüe pluvial, más tarde para instalar los primeros tranvías y luego por las obras de infraestructura de servicios urbanos, en especial cloacas y agua potable. Más tarde fueron rellenados los arroyos estacionales y las barrancas al río rebajadas.

En el siglo XVIII también se inició la costumbre de ganar terrenos al ancho río al que enfrenta la ciudad, por rellenado con basura y escombros de demolición de edificios, lo que ha permitido que la zona urbanizada avanzara en ciertos sitiosun par de kilómetros. Estos enormes rellenos son una fuente inagotable para la arqueología histórica con grandes potencialidades para el futuro. En ciertos sectores del centro hemos excavado hasta 3 metros de rellenos que llegan hasta el siglo XVI.

Un ejemplo interesante de las posibilidades que dan los trabajos hechos a partir de la hipótesis de la preexistencia arqueológica incluso debajo de grandes obras arquitectónicas (véanse capítulos 6, 15, donde se mencionan situaciones semejantes en México y el Uruguay, respectivamente), lo da lo hecho bajo Galerías Pacífico, un conjunto de grandes dimensiones construido en 1895 y actualmente reciclado, donde se logró el rescate de una buena colección de objetos fechados entre aproximadamente 1780 y la época de construcción.

La cultura material está representada por cuatro grandes grupos de materiales: los de tradición indígena, los mestizos, los africanos y los europeos, sean españoles primero o de Europa Occidental más tarde. La correlación entre cada una de estas categorías está en estricta relación con la disponibilidad de bienes en cada época y para cada grupo social estudiado, y para los usos a que estaban destinados dentro de la vida hogareña.

Por ejemplo, la cerámica que llamamos indígena en realidad es una continuidad o tradición de los pueblos prehispánicos; existen dos grandes corrientes cerámicas que confluyeron en Buenos Aires, por una parte la de la cultura guaraní y por la otra la querandí. La primera de ellas es la que ocupó un considerable espacio geográfico de carácter selvático y fluvial desde Paraguay hacia el sur y que conforma más del 90 por ciento de la cerámica indígena. La otra tradición cultural es característica de la región que circundaba la ciudad pero cuya expresión cerámica es reducida, desapareciendo en el siglo XVII (Conlazo 1990).

La presencia guaraní era fuerte, ya que fueron usados como mano de obra de los constructores jesuíticos en sus grandes emprendimientos, por los virreyes para las obras públicas y por los artesanos en sus trabajos diarios por la alta calidad de su artesanía. Las cerámicas por ellos producidas o utilizadas eran en su mayoría hechas sin tomo, por enrollado y alisado a mano, que a medida que pasa el tiempo van transformando su forma globular por bases planas y bocas más amplias, abandonando la decoración superficial en relieve por paredes lisas o sólo pintadas de rojo. No es una cerámica rica en ornamentación sino más bien sencilla, modesta, utilitaria tanto antes como después de la conquista.

Los tipos que denominamos mestizos son en cambio cerámicas que si bien tienen un origen indígena o que continuaron siendo fabricadas por ellos, están íntimamente ligadas a los gustos y a la tecnología española. Básicamente están compuestos por cerámicas hechas en torno pero con formas o decoración indígena, o la inversa pero con funciones europeas. Este tipo de cerámica es la que está menos estudiada en el país, pese a su constante presencia en la región litoraleña, e incluso muchas veces ha sido confundida con sus predecesoras inmediatas. La variedad es mucha y se ha logrado identificar varios tipos: la Monocroma Roja (figura 1) tanto pintada como pulida, la Policroma similar a la anterior pero con varios colores e incluso letras o guardas ornamentales españolizadas, aun inscripciones; las grandes pipas y tinajas de uso diario en la ciudad hechas siempre por enrollado, desde las grandes para el vino y agua hasta las de uso doméstico, y los candeleros para las velas, tanto en torno como a mano. Las africanas son modeladas y muy modestas.

Cerámica Monocroma Roja de Cayastá, siglo XVII, uniendo la tradición prehispánica con las formas y técnicas españolas. Del Museo Etnográfico, Santo Fe.

Cerámica Monocroma Roja de Cayastá, siglo XVII, uniendo la tradición prehispánica con las formas y técnicas españolas. Del Museo Etnográfico, Santo Fe.

Es evidente que existen otros tipos confusos o mal representados, e incluso situaciones intermedias que esperamos se irán clarificando con nuevas excavaciones. La falta de colecciones de comparación en el país hace difícil la situación, ya que cuando las hay no están clasificadas, como sucede en lo descubierto en Cayastá, donde pese a que hubo más de veinte años de excavaciones nunca se hicieron estudios sistemáticos de lo descubierto salvo una contada excepción (Ceruti 1983). La gran mayoría de estas cerámicas aumentan a medida que avanza el siglo XVII, son mayoría en el XVIII y desaparecen muy rápidamente hacia fines de ese siglo.

Las cerámicas españolas son en su mayor parte las habituales para Latinoamérica: las cubiertas con vidriados de estaño y las de plomo (véase capítulo 18). En las primeras la tradición Morisca es la más común (aproximadamente 90%) aunque hay de los tipos Sevilla y Triana en especial para el siglo XVIII, e incluso XIX temprano (figura 2). Las Moriscas son del tipo Columbia Liso, Santo Domingo Azul sobre Blanco, y Yayal Azul sobre Blanco, aunque hay algunas aún no bien identificadas. Entre las de cubierta de plomo hay los tipos Lebrillo Verde y Criollo tanto en los recipientes de gran tamaño -cerca de 1 m de diámetro (figura 3)- como en vasijas menores, y la cerámica tipo El Morro está bien representada (figura 4).

Mayólica española tipo Triana con decoración de la variedad Monocromo Azul de Ramazón, segunda mitad del siglo XVIII. Colección C.A.U.

Mayólica española tipo Triana con decoración de la variedad Monocromo Azul de Ramazón, segunda mitad del siglo XVIII. Colección C.A.U.

Vasija de gran tamaño de tipo Criollo, siglo XVIII, producto regional para depositar agua. Museo Histórico del Cabildo, Buenos Aires.

Vasija de gran tamaño de tipo Criollo, siglo XVIII, producto regional para depositar agua. Museo Histórico del Cabildo, Buenos Aires.

Fragmentos de El Morro, la más común de las cerámicas utilitarias en Buenos Aires durante 1750-1820. Colección C.A.U.

Fragmentos de El Morro, la más común de las cerámicas utilitarias en Buenos Aires durante 1750-1820. Colección C.A.U.

Para finales del siglo XVIII comenzó a difundirse lentamente por el territorio la loza inglesa tipo crema (creamware); no hay fechas muy exactas pero la apertura del comercio en 1774 aceleró el proceso de introducción de importaciones (véanse capítulos 17, 18). Esto se vio acompañado por botellas de vidrio negro sopladas provenientes de Inglaterra, cuchillos y otros instrumentos metálicos del mismo origen y diversos productos de consumo que se hicieron habituales para fines de ese siglo, como las pipas de caolín.

Con las dos invasiones que Inglaterra intentó realizar a Buenos Aires en 1806 y 1807, y su posterior instalación en la cercana ciudad de Montevideo, incrementó notablemente el mercado de esos productos y más tarde, hacia 1820-1830, los provenientes de Estados Unidos acompañando la gran importación de harina de trigo de ese país. Así, la ciudad vivió una transformación de su cultura material, acompañada de un cambio político -la libertad en 1810- y una reorganización de todo el territorio que significó desde un primer momento el abandono de lo español por las nuevas modas europeas. Desde inicios del siglo XIX el gres cerámico fue introducido con las botellas para cerveza y ginebra, las que venían con la marca del fabricante pero la etiqueta impresa en relieve era del comerciente nacional.

Los años siguientes y casi hasta 1850 la cerámica tradicional fue la loza perla (pearlware, figura 14.5), y los platos españoles reemplazaron definitivamente las ollas indígenas de uso culinario, en especial al dejar de usarse el lebrillo de las comidas guisadas para pasar al plato con un nuevo tipo de forma de comer y de servir la mesa. Esto en realidad expresa un profundo cambio en las maneras de comer, cocinar y recibir invitados en la vivienda.

Para mediados de ese siglo comenzó a crecer la industria nacional, aunque la sustitución de las importaciones sólo comenzó hacia 1880 y se completó en 1914 con la Primera Guerra Mundial. En el ínterin la loza blanca (whiteware) inglesa reemplazó a la anterior loza perla (pearlware), llegando hasta los más alejados rincones del territorio (véase capítulo 13). De este tipo hay infinidad de marcas impresas provenientes de Checoslovaquia, Alemania, Francia, Italia y España.

Pero la estructura física de la ciudad fue cambiando rápidamente durante el final del siglo XVIII y al inicio del XIX: Buenos Aires pasó de una ciudad pequeña provincial, al centro del poder del virrey; el crecimiento de las exportaciones por el puerto, la producción ganadera y el contrabando consolidaron fortunas que permitieron la construcción de grandes iglesias y conventos, casas de dos pisos, edificios de gobierno y asentamientos rurales y suburbanos de importancia. La presencia desde finales del siglo XVII de constructores profesionales, ingenieros militares y arquitectos jesuíticos impulsó en mucho el desarrollo urbano y el mejoramiento de las técnicas constructivas.

Para una etapa tardía en la historia de la ciudad tenemos una excavación interesante por lo significativa y porque el edificio excavado, el Caserón de Rosas, aportó buena información sobre el cambio de función arquitectónica y su correlato en los objetos materiales. Este edificio de enormes dimensiones rodeado de parques y jardines fue iniciado entre 1837 y 1838 para residencia, luego pasó a ser sede del gobierno provincial y nacional, más tarde fue abandonado, olvidado, luego fue cuartel militar, escuela de artes y oficios, colegio militar y liceo naval, para ser demolido en 1899. Esta continua transformación del edificio y de sus pobladores pudo ser detectada en los restos de ocupación (Ramos y Schávelzon 1992; Schávelzon y Ramos 1991).

Conclusiones

Si se resumen los logros de los diversos proyectos arqueológicos realizados en Buenos Aires, podemos citar en primer lugar la comprobación de la presencia de materiales culturales en el subsuelo de la ciudad, pese a los grandes cambios sufridos en el siglo XIX, en que casi toda la ciudad fue renivelada. Algunas zonas donde hay hasta 3 metros de rellenos muestran el potencial para futuros trabajos. En segundo lugar se ha logrado apreciar que la cultura material sufrió profundos cambios a finales del siglo XVIII.

Prácticamente la cultura material desde el siglo XVI se expresa como una continuidad en que si bien los tiposcerámicos cambiaban, incluso eso era lento. Hay presencia de materiales regionales, como las cerámicas indígenas y de tradición indígena, o los tipos mestizos, pero la vida cotidiana tuvo siempre una marcada presencia de objetos españoles. A partir del siglo XVIII tardío el reemplazo fue abrupto, siendo las botellas inglesas y la loza crema quienes ocuparon los rangos de mayor porcentaje. Es decir que la arqueología puede confirmar la interpretación histórica de que los cambios sufridos en la sociedad en esa época fueron fuertes, e implicaron no sólo la desaparición del indígena de la ciudad hacia 1830, sino también el surgimiento de la clase burguesa urbana de formación cultural europeizante.

Loza pearlware policroma importada de Inglaterra en los inicios del siglo XIX, símbolo de los cambios en la cultura material burguesa de la época. Colección C.A.U.

Loza pearlware policroma importada de Inglaterra en los inicios del siglo XIX, símbolo de los cambios en la cultura material burguesa de la época. Colección C.A.U.

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