Ponencia realizada por Bernd Fahmel Beyer (I.I.A. – U.N.A.M.), en el marco del The Gordon R. Willey Simposium in the History of Archaeology realizado por The Society for American Archaeology, correspondiente a su 71° Encuentro Anual en San Juan de Puerto Rico el 29 de Abril de 2006. Co-organizadores, Daniel Schávelzon y Eleanor King.
Resumen
En busca de la Arqueología o Tratado de las Cosas Antiguas de Oaxaca, se emprende un tortuoso camino que al parecer nunca llega a su destino. Sin embargo, el trayecto es escenario de personajes y encuentros que mantienen vivo el anhelo de mucha gente – gente que hoy se pregunta si de algo sirvió el ir y venir de tantos investigadores.
– I –
Una de las características más sobresalientes de la Arqueología Mexicana es que se inserta dentro de la historiografía oficial del país. Esto le da un sabor distintivo y una serie de ventajas como profesión, aunque el fantasma de Pandora siempre la anda rondando para tentar a quienes desean entenderla como una aventura hacia lo desconocido y no como la piedra angular de una gran ilusión.
Pero, ¿qué tan oficial es esta disciplina, donde cualquier arqueólogo, ensayista o guía de turistas puede decir – y a veces hasta publicar – lo que en lo personal le parece que fueron las cosas del pasado? Para el consumidor de cultura este es un punto que no merece mayor atención – y que quizá hasta agradece – en la medida que la estructura del discurso le parezca coherente con las nociones adquiridas a lo largo de su vida y con los mensajes emitidos por los medios masivos de comunicación. Dentro del mundo académico, empero, la cuestión es importante ya que en sus filas se suele percibir una cierta distinción entre la vanguardia, o sea los que de alguna manera participan en los proyectos considerados de relevancia nacional, y los atrasados o marginados. Dicha actitud o forma de ver las cosas es consecuencia de las maneras de pensar de la época positivista (1880-1910), cuando los arqueólogos desplazaron del medio a los historiadores y anticuarios. En palabras de Ignacio Bernal (1979:132), durante este periodo de la historia de la arqueología en México:
“no ha ocurrido aún el triste divorcio entre historia y arqueología, como sucederá más tarde. En conjunto se va a notar una época de reacción contra las grandes hipótesis mal fundadas, a favor de hipótesis limitadas pero basadas con seriedad en hechos comprobados”.
Ahora bien, si la narrativa que deriva de esta praxis es lo que distingue a la Arqueología Mexicana – y dejando a un lado, por el momento, las propuestas de Willey y Phillips (1958) sobre el método y la teoría en la Arqueología Americana – cabría preguntar si acaso hay una Arqueología o Tratado de las Cosas Antiguas de Oaxaca? Descartando la información histórica, etnográfica y anecdótica contenida en los escritos de fray Toribio de Benavente o Motolinía, Bernardo de Albuquerque, Juan de Cordova, Alonso Ponce, Francisco de Burgoa, Jose Antonio Villaseñor y Sánchez, o las Relaciones Geográficas de 1580 y los diversos Tratados de Idolatrías, amén de las obras de Antonio Gay y Manuel Martínez Gracida, cuya sustancia nunca ha dejado de ser la base de las exploraciones e interpretaciones del pasado, nos quedaríamos con los estudios de Leopoldo Batres, Alfonso Caso, Ignacio Bernal, Roberto Gallegos y Lorenzo Gamio, y los materiales arqueológicos recuperados en Monte Alban, Mitla, Yagul, Zaachila, Cuilapan y sus alrededores. Los trabajos realizados en San José Mogote y demás sitios tempranos del valle de Etla son, por otro lado, la base para que Kent Flannery – por derecho propio – ocupe un lugar de honor entre los antes mencionados. Puestos en valor dentro del esquema interpretativo que realza los elementos fundamentales y los principios generales del desarrollo de la civilización mesoamericana, estos hallazgos pueden ser admirados en las vitrinas de los grandes museos del país y en algunas de las numerosas zonas arqueológicas de Oaxaca. Más aún, en el discurso académico son el cimiento de las reflexiones sobre la naturaleza y el carácter de las culturas mixteca y zapoteca, y el tipo de relaciones que estos pueblos mantuvieron con las regiones geográficas vecinas.
De lo anterior se desprende, que entre la visión oficial y los nuevos datos de campo muchas veces se generen contradicciones e incluso choques de tipo paradigmático (Kuhn 1971). Es decir, aún sin buscar grandes aventuras es muy fácil abrir la caja de Pandora y exponer a sus efectos la dinámica de la que surgió el pasado oaxaqueño que conocemos. Y es que, dicho en pocas palabras, no se ha aprendido mucho más de la región debido a que nadie se ha puesto a integrar el cúmulo de información generado en otros frentes de investigación a lo largo de los últimos 150 años. Por lo mismo, la identidad de los oaxaqueños y la de numerosos personajes que los han estudiado se ha ido erosionando con el tiempo, dejando muy poco de qué hablar.
– II –
Una de las situaciones que distingue al actual estado de Oaxaca es la alta complejidad cultural que alcanzaron los pueblos que ahí se desarrollaron durante la época prehispánica. De esta riqueza sólo una mínima parte ha sido explorada y documentada sistematicamente. La arqueología académica, enfocada sobre dicha diversidad desde principios del siglo XX, ha abordado los distintos ambientes geográficos y campos de acción de la gente, procurando ubicar sus observaciones dentro de una discusión más amplia de índole antropológica. Sin embargo, las distintas técnicas de investigación y formas de significar las cosas, sustentadas en bases ontológicas y epistemologías diferentes, han llevado al planteamiento de hipótesis y explicaciones que al final resultan ser contradictorias. Por consiguiente, en el bullicio de los encuentros de estudiosos abundan los episodios que vinculan golpes con arrejuntamientos, y momentos de convivencia seguidos de rupturas y descalificaciones. El resultado inmediato es la producción de trabajos con distinto enfoque y nivel, muchos de ellos interrumpidos prematuramente e incongruentes, por no decir truncos y parciales, que se localizan de forma aislada y dispersa en numerosos acervos bibliograficos foráneos y del país.
La gente de Oaxaca, por su parte, ve el comportamiento de los arqueólogos y no sabe qué pensar del discurso oficial y académico. Para los asuntos que caben dentro de la historia nacional cada vez hay menos comprensión, ya que sus dimensiones son demasiado grandes y sus propósitos o efectos poco visibles en los ámbitos del quehacer cotidiano. La polémica académica, en cambio sucita interés pero es ajena al lector que busca informes y publicaciones no tan especializadas. Por lo tanto, éste tiene que conformarse con lo que oye en algún congreso, curso o conferencia, o con lo que recibe en forma directa de un arqueólogo que se encuentra realizando trabajo de campo.
– III –
Partiendo de estos antecedentes, la historia de la Arqueología de Oaxaca daría inicio con la vivencia misma de los profesionistas – tanto la de los investigadores como la de los encargados del patrimonio nacional – y sus broncas académicas e institucionales, con los nexos que establecen en las comunidades y el intercambio de información que se da con sus trabajadores. No olvidemos que en el decir de nuestros grandes mentores, “Archaeology is Anthropology or it is nothing”.
Desafortunadamente, con el ir y venir tan acelerado de nombres y de nociones se ha olvidado analizar a fondo el marco más amplio con el que trabaja cada arqueólogo y el carácter de la información que emplea para sus explicaciones. Por consiguiente, día a día se pierde una gran cantidad de información que permitiría precisar la historia de las ideas y el contenido de los relatos sobre las antiguedades de Oaxaca. Entre los nombres que han sobrevivido al margen de los que encabezan el discurso oficial destacan por su significado los siguientes:
– Juan Carriedo, Eduard Mühlenpfordt, Desiré Charnay, William Holmes, Ignacio Marquina y Jorge Acosta en cuanto al registro y estudio detallado de la arquitectura; el primero y el último sobresalen, además, por su interés en la conservación y el cuidado del patrimonio construido.
– Eduard Seler, Zelia Nuttall, Howard Leigh, Ross Parmenter, Ronald Spores y John Paddock en lo que concierne la descripción y el desciframiento de los íconos prehispánicos, el estudio de los códices y los documentos coloniales.
– Guillermo Dupaix, Marshall Saville, Eulalia Guzmán, John Paddock, Eduardo Noguera, Román Piña Chan, Donald Brockington y Richard Blanton en relación con la exploración arqueológica y la construcción del entramado teórico que sustenta a los trabajos más recientes de índole sociológica, económica y antropológica en el sentido más amplio de la palabra.
– Javier Romero y Arturo Romano merecen ser mencionados aparte, por los estudios de antropología física que complementan la noción que tenemos de los antiguos habitantes de Oaxaca.
Vistos bajo la lupa, todos estos autores combinaron la información obtenida en el campo y el gabinete con un poco de teoría social, económica y política, con conceptos de identidad y otros prestados de la historia del arte, y con cronologías derivadas del estilo de los objetos o fechas relativas. No hay quién no los siga consultando, contrastando sus aportaciones con las nuevas ideas y formas de fechar. Con ellos se formaron las gentes de Oaxaca, y en ellos se apoyan los que empiezan a estudiar arqueología. No obstante, y como dijimos antes, sólo son parte de algo mayor para lo cual no hay una designación, puesto que aún no tenemos esa “Arqueología de Oaxaca” única y comprensiva. Como no hay una sóla explicación, y tampoco un sólo esquema para ordenar todos los conocimientos que se han generado al respecto, siempre habrá historias paralelas – para nosotros, para los estudiantes, los oaxaqueños y también los turistas, o como dirían otros, muchas Arqueologías de Oaxaca.
Bibliografía
- Bernal, Ignacio
1979 Historia de la Arqueología en México. Editorial Porrúa, S.A., México. - Kuhn, Thomas S.
1971 La estructura de las revoluciones científicas. Breviario # 213, Fondo de Cultura Económica, México. - Willey, Gordon R. y Philip Phillips
1958 Method and Theory in American Archaeology. The University of Chicago Press, Chicago & London.