Un fuerte español cercano a Buenos Aires (1671-1672)

Artículo publicado en la revista «Todo es Historia», N° 268, correspondiente al mes de octubre de 1989, pps. 38 a 47, ISSN 0040-8611, ciudad de Buenos Aires.

I.- La identificación del fuerte

La presencia de un fuerte, o por lo menos de sus restos, en las cercanías de Pilar, es parte de una vieja polémica acerca de su origen que llevó a varios de nuestros mejores historiadores a dis­cutir acerca de ellos. La polémica se inició cuando Enrique Lynch Arribál­zaga publicó en 1896 un trabajo titula­do Los cerrillos del Pilar, en el cual atribuía su origen a la época prehispá­nica, asemejándolos a los excavados poco antes en Campana por Estanislao Zevallos. Salvo su similitud formal, o por lo menos lo que él consideraba si­militud, no aporta más pruebas al tema. En 1897, Félix Outes incluía esta ase­veración en su libro acerca de Los Querandíes, adscribiéndoles un ori­gen también precolonial. Así se mantu­vieron hasta que la visión de Carlos Ameghino vislumbró que algo raro ha­bía en ellos, informándole de ello a Ou­tes, quien organizó un viaje al lugar en 1904, midiendo y estudiando con ma­yores detalles el sitio, aunque no reali­zó excavaciones. También Paul Grous­sac aseveró que los túmulos eran colo­niales, atribuyéndolos indefinidamen­te a tumbas de la época de Pedro de Mendoza o algún tipo de fortificación, sin mayor explicación.

El nuevo estudio de Outes se publi­có un año más tarde, en 1905, siendo por cierto el primero hecho en el lugar y acorde a técnicas y métodos más científicos. Lamentablemente, como él mismo escribió “las medidas son todas aproximadas, pues me fue imposible utilizar los instrumentos que llevaba, por haberlo impedido un individuo que habitaba por allí”. ¡Qué habrá sucedido resultaría simpático saberlo ahora! Lo importante es que Outes aceptó lo apresurado de su supuesto ya publicado y decidió rectificarlo, yendo al sitio sin presupuestos de ninguna índole. De allí lo importante de su artículo, pese a que en realidad no llegó a dilucidar total­mente el problema, salvo aseverar su filiación colonial española; en sus pro­pias palabras:

“Llegados al lugar, mi compañero y yo subimos al cerrillo de mayor altura, desde donde se dominaba el conjun­to, é inmediatamente pude darme cuen­ta del craso error en que había incurri­do al considerar como túmulos á aque­llos montículos, pues aun se notaban con perfecta nitidez los lineamientos generales de una construcción poligo­nal, correspondiente á un pentágono irregular cuyos lados formados por te­rraplenes, relativamente bien conservados, ofrecían en cada vértice una eminencia de altura variable.

Desde luego, comprendí se trataba de los restos de un fortín de las prime­ras líneas de defensas, construidas por los españoles para librarse de los ata­ques de los indígenas y, en verdad no me lo explico, cómo las personas que han estado por allí no han observado los detalles característicos que permanecen aún intactos.”

Plano del proyecto del fuerte hecho por Joseph Martínez de Salazar en 1671 (Peña, 1910)

Sus conclusiones son a todas luces acertadas, incluso el fechamiento es re­lativamente cercano; era imposible, co­mo él mismo lo dice, pensar que había existido un proyecto de tal envergadu­ra durante el siglo XVII:

“Mis conclusiones son, pues, las si­guientes:

  1. La disposición pentagonal que ofrecen los terraplenes y cerrillos del Pilar, excluye toda suposición de que puedan considerarse como obra de los primitivos habitantes de la provincia de Buenos Aires y, en cambio, induce a creer sea una construcción militar.
  2. Se trata de una obra hecha con anterioridad al año de 1751, y quizá sea la defensa de la guardia que, según pa­rece, existió por allí el año de 1744.
  3. El material empleado en la cons­trucción , demuestra que hubo el propó­sito de hacer un trabajo rápido y de poco costo.
  4. IV.- La situación del fortín es de cualquier modo estratégica pues, si bien tiene el río a retaguardia, en cam­bio se halla en el lugar más dominante.”

Los documentos que explicaron todo esto los descubrió un historiador de la ciudad en el Archivo de Indias, sin tener noticia posiblemente de es­tos trabajos anteriores. Se trata del in­cansable y nunca bien recordado En­rique Peña, que en el volumen I de sus Documentos y planos relativos al período edilicio colonial de la ciu­dad de Buenos Aires, publicado en 1910, incluyó todos los papeles relati­vos al fuerte. Si bien eso cerraba la dis­cusión, quedaba algo aún por resol­ver, lo que al parecer no ocurrió ni an­tes ni después: la conservación de esos Cerrillos perdidos en el campo. Y si es posible justificar el que hasta medio siglo más tarde a nadie se le ocurriera excavar arqueológicamente el sitio, el increíble que nadie hiciera nada por protegerlos. Por supuesto eso no estaba lejos de una política ge­neral de no preservación del patrimo­nio cultural no monumental, es decir lo que no fueran iglesias, edificios pú­blicos y las casas de los héroes. Así quedó todo, más algunas referencias entre los historiadores, como Udaondo o de Gandía, quienes acudieron a dife­rentes fuentes aunque ninguno de ellos utilizó los tomos publicados por Peña. Lo mismo sucedió cuando Juan Presas publicó un volumen con la historia re­gional, en 1974, incluyendo gran canti­dad de información interesante, de allí extraída aunque sin citarlo.

Estos son los personajes que forma­ron parte de esa polémica científica, pe­ro mucha tinta corrió alrededor del te­ma. Pocos habían observado que en 1750 Bernardo de Nusdorffer había pa­sado por el sitio diciendo que “en 1671 por orden del gobernador José Martí­nez de Salazar, fueron quinientos in­dios y trabajaron e hicieron un fuerte en la otra banda del río de Luján, 10 leguas distante del Puerto de Buenos Aires”. Poco después Félix de Azara escribía que “eligieron el sitio hoy llamado los Cerrillos; y construyeron el fuerte de tapias con su foso, cuyas ruinas yo he visto”. También en esos arios Pedro Lozano escribió que “El presidente Salazar llamó quinientos soldados guaraníes que bajando prontísimos de nuestras reducciones, y acuartelados en el río de Luján, a distancia de diez leguas del puerto, se mantuvieron los dos meses últimos de 1671, y los dos primeros de siguiente, asegurando aquellos parajes, contra las avenidas de los bárbaros, que viendo penetrados sus designios, se re­tiraron al asilo de sus tierras”.

Félix de Azara; las ruinas no escaparon a la observación de este perspicaz analista de la vida rural en las regiones del Plata.

En 1966 por primera vez se acerca­ron al sitio arqueólogos profesionales, lo que permitió algunas excavaciones en 1968, 1969 y más tarde en 1972 y 1973. El grupo estuvo bajo la dirección de Osvaldo Chiri y Juan Manuel Suet­ta, y el primero de ellos publicó un in­forme preliminar del trabajo realizado usando también fuentes secundarias, aunque interpretando correctamente la historia del sitio. Es de lamentar que nunca publicara los materiales descubiertos.

II. El fuerte y sus restos

Las ruinas se encuentran ubicadas a unos 60 kilómetros de la capital, y a só­lo 7 de Pilar, a menos de 1000 metros de la ruta N9 8, cerca del río Luján. Pasan por su cercanía dos ramales de ferroca­rriles, uno de ellos corta el fuerte por la mitad. El sector sur ha sido parcialmen­te destruido para construir casas enci­ma, el lado norte también, por lo menos alrededor de uno de los baluartes ya que se ha hecho una enorme excavación pa­ra fabricar ladrillos. Y si bien aún se po­drían salvar en parte, es mucho lo que se ha perdido para siempre.

Plano de ubicación de los restos del fuerte en las cercanías de la actual ciudad de Pilar y del río Luján.

Una descripción somera es la que ha hecho Outes en 1905 y que con transcri­birla tenemos un buen panorama del conjunto, antes de sus deterioros mo­dernos:

“Los cerrilos del Pilar, y utilizaré por antonomasia esa designación, se hallan situados á 250 metros de la mar­gen izquierda del río de Luján, á mitad del camino entre el pueblo del Pilar y la estación Manzanares del Tranvía Rural á vapor. Son en número de cinco, uni­dos entre sí por terraplenes. En su construcción se haempleado exclusivamen­te la tierra roja pampeana, extraída de las cercanías, aunque en la base de al­gunos de los terraplenes se notan frag­mentos de toba colocados para dar mayor solidez. Las cinco eminencias son cónicas, algo desfiguradas tres de ellas por los agentes erosivos. La pri­mera tiene 15 metros de altura sobre el nivel del terreno en que se halla; las otras 6, 4, 6, y 10 metros respectiva­mente. En lo alto de cada uno de los montículos A y E, existe un ejemplar de Phytolacca dioica L.

El ancho de los terraplenes varía desde 18 á 12 metros, su alto máximo en la actualidad no pasa de dos metros y el largo de cada uno de ellos es como sigue: a, 70 metros; b, 60 metros; c, 60 metros; d, 65 metros y e, 54 metros. La disposición del corte vertical de los mismos, se halla representada en la fi­gura 2. La parte correspondiente al re­cinto se muestra algo deprimida y es atravesada, hacia un lado, por la línea férrea mencionada varias veces, con cuyo objeto se ha hecho un profundo desmonte. La construcción de que me ocupo, se ha levantado en lo alto de una colina, que termina precisamente en ese mismo sitio; prolongándose hacia el este y sudeste las tierras bajas y anegadizas que forman el valle por el que corre el río de Luján.”

El artículo citado de Osvaldo Chiri nos reconfirma a través de la arqueología estos datos:

“De esta manera efectuamos un cor­te en profundidad en el montículo, de­molido con excepción del núcleo que conserva el ombú en su parte superior, llegando hasta el humus autóctono. De esta manera pudimos comprobar que evidentemente se trata de un montículo artificial en el cual la estratificación se halla totalmente invertida. En el humus alóctono, depositado a raíz de la erección del montículo; aparecieron restos de huesos de animales, así con seguri­dad vacunos en su mayor parte, algunos de ellos son huellas de trozado con un elemento cortante y varios tiestos de cerámica europea e indígena, uno de ellos de loza Talavera de la Reina. Estos hallazgos coinciden en un todo con los restos arqueológicos hallados en reco­lección de superficie y en la excavación de parte del otro montículo en los años 1968 y 1969.”

Plano levantado por Félix Outes en 1904 en el cual se observaban los cinco bastiones, la muralla de circunvalación y el tren que corta el conjunto por la mitad.

III. El porqué del fuerte

Joseph Martínez de Salazar, autor, proyectista y constructor del nunca terminado fuerte de Luján, fue el primero que en el país estableció una estrategia militar de alcances territoriales para la protección de probables invasiones. Su fuerte en Luján era el engranaje central de un sistema regional de apoyo a posi­bles sitios a Buenos Aires, y como for­ma de cortar avanzadas hacia o desde el norte. La visión y capacidad de planifi­cación a gran escala de Martínez de Sa­lazar fue sin duda única “aun después de inútil para el servicio de vuestra ma­jestad por mi crecida edad y achaques”, como él mismo escribió en 1673. Justa­mente, el fuerte quedó inconcluso tras su renuncia a la gobernación por su al­ta edad y problemas de salud, que lo lle­varon a la muerte poco más tarde.

El 8 de diciembre de 1672 envió a Madrid una larga disquisición titulada Discurso militar y político sobre la mejor defensa del puerto de Buenos Aires, de varias fojas. Tras esto, co­menzó una serie de cartas en las cuales se pide mayor información a su sucesor Andrés de Robles, y hay otros docu­mentos relacionados con este tema has­ta su posterior abandono y olvido.

En el largo Discurso comienza di­ciendo que, cuando llegó a Buenos Ai­res, se encontró que en realidad estaba “este puerto indefenso por no haber en él puesto alguno fortificado, pues el que llamaban fuerte solo lo era en el nombre y en el dibujo de un papel iluminado”. Estas dos líneas muestran la cruda rea­lidad de un fuerte que no era aún más que ramas, adobes y algunos pocos la­drillos. Fue justamente él quien comen­zó las obras sistemáticas para darle una cierta apariencia de fortificación, cosa que logró en poco tiempo aunque con grandes esfuerzos. La documentación que describe el fuerte minuciosamente, los gastos hechos hasta la fecha y las propuestas, fueron sistemáticamente en­viadas por Salazar a España y las ha pu­blicado también Enrique Peña.

A continuación Salazar demuestra la ineficiencia del fuerte de la ciudad y, aunque éste estuviera bien equipado, sería también incapaz, de detener un si­tio o ataque. Para remediar eso eleva una propuesta que:

“… consiste en que se haga un fuer­te Real en el parage que llaman en el Rio de luxan, Diez leguas distante de esta ciudad, donde fuí á reconocer y elegir el sitio, el año Proximo passado de 671 yen el hice hechar las lineas, abrir las zanjas y se dió principio, acauar, y sacar tierra en el foso, con qui­nientos yndios que dispusse baxasen de las Doctrinas de el Parana, y Vruguay, que están á cargo de los Padres de la Compañia de Jesus: por las noticias y recelos que en aquella occassión avía de enemigos, y no me pareció tenerlos ociosos; y por la falta de oficiales y me­dios para assistir esta gente, y de mi salud, no teniendo Perssona que me su­rpliesse en este trauajo, se dexó de con­tinuar despues de quatro meses, que as­sistieron dichos yndios, y hasta darcuen­ta á Su Magestad para que reconocidos los fundamentos que se me ofrecen de su seruicio en que se haga fortificacion tan necessaria los expressaré en este discursso remitiendo la Planta para que se resuelua con tan yndiuiduales noti­cias, lo que se huuiere de hacer, y segun ellas se den las ordenes y assistencias.”

Puede observarse que, sutilmente, se informa que se habían dado comien­zo a las obras, para las cuales recién se estaba pidiendo permiso. Más adelante plantea cuatro poderosas razones que justifican el trabajo: la primera se basa en que sirva como lugar de retirada de los efectivos del fuerte porteño, a la vez que de contención para que los enemi­gos no puedan penetrar al interior a conseguir víveres y ganados. La segun­da era que sirviera como centro de con­centración de tropas que, desde Tucu­mán, Paraguay, Santa Fe y otras ciuda­des vinieran al auxilio. La tercera es do­ble: por una parte la ubicación geográ­fica permite una gran concentración de los ganados de las estancias de la re­ gión, para que los enemigos no logren capturarlos. Por otra impediría que los indios bajaran a la ciudad a ayudar a los comunes enemigos, es decir, los espa­ñoles. La última se centraba en la posi­bilidad de concentrar allí las armas, la caballería y la artillería, para que le sea imposible a un eventual invasor captu­rar todo el parque en una sola opera­ción. Gran parte de esto fue puesto a prueba muchísimo más tarde, con las invasiones inglesas, demostrando cuan­ta razón tenía Salazar en su propuesta.

Vista del montículo mayor, rodeado ahora por la excavación hecha para fabricar ladrillos (1984)

IV. La forma del fuerte

Acompañando y continuando este Discurso hay una larga Plática y disposición para hacer el Fuerte de San­ta Maria de la Concepción de el Rio de Luxán. En ella describe la planta trazada, aclara que es necesario un año de trabajos para terminarlo y luego de­berá mantenerse mediante grupos me­nores que hicieran las obras necesarias. Las palabras de Martínez de Salazar son más que eficientes para describir la propuesta:

“El ancho de el fosso como parece por su perfil ha de tener quarenta y cin­co o cinquenta pies, su profundidad quince, y la cuneta queriendola hacer en medio de el fosso Diez, de ancho y Diez de profundo, rematándola en Punta o triangulo.

La falssabraga, su ancho desde el pie de la muralla, al de la Banqueta de el Parapeto ha de tener quince pies, el ancho de la Banqueta tres, su alto pie y medio; el ancho y alto de el Parapeto, cinco: la distancia que de quedar entre el Arcen de el fosso, y el Parapeto de la falssabraga, son tres pies para su firme­za y por la parte ynterior se le ha de dar vno de escape como a la Muralla. Des­de el pie de la muralla a la parte ynterior después de dadas las medidas de la fals­sabraga, que es el Gruesso de la Mura­lla; y ademas de las tapias de la frente de dicha muralla, que han de empezar en nueue Pies, y acauar en seys, disminuyendo los tres de escarpe, en los quince que ha de tener en alto, por la parte ex­terior, se han de leyantar otras tapias de quatropies de Gruesso, por la parte ynterior perpendiculares sin escarpe al­guno de el mismo altor, y entre tapias y tapias como se bayan obrando, se han de yr terraplenando á pisson, y vnas y otras tiradas a cordel, por las estacas y zanjas que estan hechas, y Puestas pro­curando que su altura sea igual por to­da la circumbalacion, y ambito de el fuerte que ha de ser de quince Pies, su­pliendole con alguna bentaja donde fal­tare el terreno, para igualar con lo mas eminente de el, y esto se ha de hacer en las primeras tapias de los cimientos, po­niendo cuidado de dexar sus desagues y condutos para las Iluuias, adonde lo pi­diere el natural de las corrientes de las mismas aguas, por que de lo contrario redundaría en alguna ynundación, y Ruina breuemente.

Hallandose la muralla en los quince días de altura por dentro, y fuera con sus terraplenos, tomando la medida desde lo mas eminente de el terreno, se forma­ran los parapetos, por Iígneas rectas Pa­ralelas, que han de tener cinco pies de ancho, y se hallará por la parte superior, que el terrapleno consta de veynte y sie­te pies de ancho, por auerse desminui­do tres de el escarpe que se dan a los quince todo lo referido se ha de entener en quanto a las cortinas en el terraplen, por que los Baluartes se an de terraple­nar hasta sus Golas, a niuel de dichas cortinas, y estando en esta forma se ti­rarán los Parapetos a dichos Baluartes, de ancho, y Pie y medio de alto, y el Pa­rapeto encima de dicha Banqueta, por su Bassis ha de tener seys pies de ancho, y cinco de alto, qui tandole uno de el es­carpe, por la parte ynterior, y por la ex­terior, perpendicular sobre el arcen de la muralla, en tres medio que se le da es­te escame, ó declinacion a la campaña, para descubrirla mejor, y el arcen, de el fosso; y el dar picad y medio mas de al­tura a los Baluartes que a las cortinas, por razon de la Banqueta es, para que sobresalgan, y hermoseen por toda la fortificacion.

Esto en quanto a la fabrica de el fuerte, que ha de tener su puerta principal en medio de la Cortina que cubre la media luna, que tambien la ha de tener a la parte que mira a un bosque que allí ay ambas puerttas sus puentes leuadi­zas rastrillos y demas Defensa.

En quanto a los quarteles Cuerpo de guardia y almagacenes, para ocupar menos terreno dentro de el fuerte, y que sean capaces de aflojar mucha gente se haran arrimados a la muralla ynterior (por no ofrecerse en esta parte los yn­combenientes que en otras de Europa) avna agua y en la forma que estar los de el fuerte, de San Miguel de Buenos Ayres, con sus repartimientos y Diusíone al propossito, para lo que huuieren de seruir, a arbitrio del que gouernare, pa­ra su conseruacion y Resguardo, com­bendría, lleuasen todos alrededor sus Portales, para darles mas cubierto y commodidad, para la communicacion y viuienda.

A los Baluartes se les haca en cada frente las troneras ó embrasures que pa­recieron necessarios para la artilleria, que se juzga bastaran dos o tres en ca­da vna de las frentes, y vna en cada traues.”

Guerreros del Río de la Plata, cubiertos con pieles, armados y pintados para la guerra. Por Dobrizhoffer.

Como conclusión de esta descrip­ción del fuerte, nos queda el rescatar la amplitud de la visión hacia el futuro del Martínez de Salazar, capaz de establecer en fecha tan temprana un plan regio­nal de protección territorial. Por otra parte, los restos de los montículos de los baluartes y de los muros perimetra­les ya muy deteriorados. De todas forrmas, la situación de privilegio de este sitio, accesible por calles y a menos de 1000 metros de una ruta nacional muy transitada, podría permitir la creación de un área histórico-turística de prime­ra categoría. Excavaciones arqueológi­cas adecuadas podrían rescatar objetos a exhibir, que junto a maquetas, planos y documentos servirían para rescatar y poner en valor una parte importante y ya podríamos decir, única, en la región periférica del gran Buenos Aires.

Construcción y forja en la Colonia. La mano de obra era preferentemente indígena y provenía de las misiones jesuíticas.

Bibliografía

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    1910, Documentos y planos relati­vos al período edilicio colonial de la ciudad de Buenos Aires, Vol. I, Muni­cipalidad de la Ciudad, Buenos Aires.
  • Presas, Juan
    1974, Nuestra Señora en Luján y Sumampa, estudio crítico-histórico: 1630-1730, Edición Autores Asocia­dos, Morón.

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